Ricardo Mella, “The Uselessness of the Laws” (1910, 1913)

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INUTILIDAD DE LAS LEYES

Quien dice ley, dice limitación; quien dice limitación, dice falta de libertad. Esto es axiomático.

Los que fían a la reforma de las leyes el mejoramiento de la vida y pretenden por ese medio un aumento de libertad, carecen de lógica o mienten lo que no creen.

Porque una ley nueva destruye otra ley vieja. Destruye, pues, unos límites viejos, pero crea otros límites nuevos. Y así, las leyes son siempre traba al libre desenvolvimiento de las actividades, de las ideas y de los sentimientos humanos.

Es, por tanto, un error, tan generalizado como se quiera, pero error al fin, la creencia de que la ley es la garantía de la libertad. No, es y será siempre su limitación, que es como decir su negación.

(Acción Libertaria, núm. 5, Gijón 16 de Octubre de 1910.)

«Puede ser -se nos dice- que la ley no pueda dar facultad a quien no posee ninguna; es posible también que obstaculice en lugar de facilitar las relaciones humanas; será, si se quiere, una limitación de la libertad individual y colectiva; pero es innegable que sólo mediante buenas leyes se llega a impedir que los malvados ofendan y pisoteen a los buenos y que los fuertes abusen de los débiles. La libertad, sin leyes que la regulen, degenera en libertinaje. La ley es la garantía de la libertad».

Con este común razonamiento nos responden todos aquellos que en la ley confían la solución del problema del bien y del mal, sin fijarse en que, con semejante modo de razonar, en lugar de justificar las leyes dan, al contrario, mayor fuerza a nuestras opiniones antilegalistas.

¿Acaso es posible que los débiles impongan la ley a los fuertes? Y si no son los débiles, sino los fuertes, los que están en condiciones de imponer la ley, ¿no se da en tal caso un arma más a los fuertes contra los débiles? Se habla de buenos y de malos; ¿pero, por aventura, hay dos especies de hombres sobre la tierra? ¿Hay alguno en el mundo que no haya cometido nunca una mala acción o alguno que no haya hecho una acción buena? ¿Quién estará entonces en condiciones de poder afirmar: éstos son los buenos; aquellos, los malos? ¿Otros hombres?

¿Quién nos garantizará la bondad de estos hombres que están en tales condiciones?

¿Daremos la preferencia a los inteligentes sobre los ignorantes? ¿Acaso la maldad no está generalmente en proporción con la inteligencia? Y de este modo ¿no abusarán los inteligentes doblemente de los ignorantes? Y si acordamos la confección de las leyes a los ignorantes ¿qué especie de leyes no saldrán de sus manos? Encarga que las leyes las hagan los ingenuos, y serán burladas por los astutos; establece que las hagan los astutos, y entonces serán mal intencionadas y en perjuicio de los justos. El problema es siempre el mismo. ¿Son malos los hombres? ¿Sí? Entonces no pueden hacer las leyes. ¿Son buenos? Entonces ninguna necesidad tienen de ellas.

(Acción Libertaria, núm. 11, Madrid 1 de Agosto de 1913.)

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THE USELESSNESS OF THE LAWS

Whoever says law, says limitation; whoever says limitation, says lack of freedom. This is axiomatic.

Those who believe in the reform of the laws to improve life and who seek an increase of freedom by that means, lack logic or speak lies that they do not believe.

For a new law destroys another old law. It destroys old boundaries, but creates new boundaries. And so, laws are always a barrier to the free development of human activities, ideas and feelings.

It is, therefore, an error, widespread perhaps, but a mistake in the end, to believe that the law is the guarantee of freedom. No, it is and will always be its limitation, which is to say its negation.

(Acción Libertaria, núm. 5, Gijón 16 de Octubre de 1910.)

“It may be,” we are told, “that the law cannot give authority to those who do not have any; it is also possible it will hinder rather than facilitate human relations; it will be, if you will, a limitation of individual and collective freedom; but it is undeniable that only by good laws can we prevent the wicked from offending and trampling on the good and the strong abusing the weak. Freedom, without laws regulating it, degenerates into debauchery. Law is the guarantee of freedom.”

This is the common reasoning with which respond all those who trust in the law as the solution of the problem of good and evil, without noticing that such a manner of thinking, instead of justifying the laws, on the contrary, give greater force to our anti-legalist opinions.

Is it possible for the weak to impose the law on the strong? And if it is not the weak, but the strong who are in a position to impose the law, is there then one more weapon for the strong against the weak? There is talk of the good and the bad, but, by chance, are there two species of men on earth? Is there anyone in the world who has never committed a bad deed or someone who has not done a good deed? Who will then be able to affirm: these are the good ones; those, the bad ones? Other men?

Who will guarantee the goodness of these men in such conditions?

Shall we give preference to the intelligent over the ignorant? Isn’t evil usually in proportion to intelligence? And, thus, won’t the intelligent ones abuse the ignorant? And if we grant the making of the laws to the ignorant, what manner of laws might come out of their hands? Entrust the making of the laws to the naive, and they will be mocked by the cunning; it establishes that the cunning, and then they will be ill-intentioned and detrimental of the just. The problem is always the same. Are men bad? Yes? Then they cannot make the laws. Are they good? Then they have no need of them.

(Acción Libertaria, núm. 11, Madrid 1 de Agosto de 1913.)

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