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El cerebro y el brazo
«¿Con que la función de pocero no es menos importante que la del sabio que investiga?
Me parece que confundes lo importante con lo necesario. Lo importante es la función inteligente; lo necesario es el mecanismo que ejecuta».
(Réplica de una anarquista)
Dije, con motivo de las idolatrías populares, en uno de los números de El Libertario, poco más o menos lo siguiente:
«Soy de los primeros en reverenciar las cualidades sobresalientes de los hombres; soy de los primeros en rechazar toda preponderancia aunque venga vestida de los mejores méritos. Nadie sobre nadie. Si hubiera primeros y últimos entre los hombres, el último de los productores sería tanto como el primero de los genios. El saneamiento de una alcantarilla no es menos importante que la más genial de las creaciones artísticas. Y si descendemos un poco, vale mucho más el pocero que limpia las atarjeas que cuantos, desde las alturas del poder y de la gloria, embaucan a la humanidad con sus bellas mentiras…”
“Natura no distingue de sabios e ignorantes, de refinados y safios. Todos, igualmente, animales que comen y defecan. El desarrollo intelectual y afectivo puede constituir una ventaja personal y derivar en provecho común, nunca fundar un privilegio sobre los demás”».
Tales palabras dije sin sospechar que un camarada anarquista se creyera en el caso, de redargüirlas. Me parecieron entonces puestos en razón; estoy ahora orgulloso de haberlas escrito.
Este buen amigo, que me escribe un buen fajo de cuartillas para señalar errores míos, piensa tal vez que la vida llegará a ser un efluvio mental purgado de las groserías de la carne, y en esta hipótesis, cada científica, pese a la mucha ciencia de que hace gala, no encuentra cosa que le parezca importante si no es la misma inteligencia. El pocero, el zapatero, el sastre, el albañil, etc., son, a lo sumo, mecanismos necesarios para que los otros -los sabios y los artistas- coman y se regodeen.
Antójeseme todo ello un resabio de educación, un prejuicio extraño en un anarquista y, todavía más, un exceso de reverencia para los productos del cerebro humano. Andamos tan saturados de idolatrismo, que no podemos asomarnos a las puertas del saber y del arte sin quedarnos estáticos, humillarnos ante el genio y aún reconocernos nosotros mismos seres superiores apenas hemos logrado comprender cuatro quirománticas palabras explicativas de determinados fenómenos de la Naturaleza. Allí donde leemos la palabra ciencia, nuestra fe se prosterna ante el nuevo ídolo.
Mas si logramos transponer los umbrales del templo, si en nuestro anhelo de sabiduría conseguimos penetrar analíticamente la entraña de los más firmes conocimientos, ¡cómo se derrumban entonces nuestros ensueños, nuestros castillos de naipes! La fe flaqueará ante el artificio patente, ante la hipocresía falsa, ante la solución provisional que no soluciona nada. Hay en la ciencia más convenios y más acomodamientos que verdades conquistadas. Acaso brota de mi pluma modestísima una herejía. ¡Perdón, entonces, oh manes que nada ignoran!
Pero es lo cierto que la vida no se compone de sabidurías, sino de necesidades y de satisfacción de necesidades. El trabajo es necesario y es importante, tan importante, que sin él pereceríamos. Sin sabios, no. La apreciación de los mecanismos necesarios es una vulgaridad de filisteo que no debe manchar los labios de los anarquistas. La distinción de brazo y cerebro es un comodín de la burguesía para mantener disimuladamente en servidumbre perpetua al que trabaja. No hay, de mi parte, confusión entre lo importante y lo necesario. Hay, si acaso, insuficiencia de expresión, porque la obra del pocero, del sastre, del mecánico, etc., es necesaria y es importante a un mismo tiempo. De la ruda labor del brazo vivimos todos, los ignorantes y los sabios. De la cómoda labor de éstos, vive el que puede. No llegan los frutos de su ciencia a la multitud ineducada y zafia; no llegan sus espléndidas luces al fondo del pozo minero, al antro industrial, a la covacha miserable del asalariado. Lo necesario y lo importante es producir y es consumir, esto es, vivir. Natura no distingue de sabios e ignorantes. Ante ella no hay más que animales que comen y defecan. ¡Qué burdo, qué antiartístico, qué falto de elevada ciencia metafísica es todo esto! ¿Verdad, mío caro?
No se crea por ello que desdeño el arte y la ciencia, que menosprecio el genio, que reniego de la inteligencia. Brazo y cerebro, no acierto a verlos escindidos. Donde se trabaja, se piensa. Diremos con Proudhon: el que trabaja filosofa. No hay funciones separadas, contradictorias, sino una sola función que se traduce en pensamiento y en hechos. La rutina quiere que veamos en algunos hombres seres privilegiados, y hemos inventado el sabio como habíamos inventado el hechicero, el augur y el sacerdote. El desdichado pocero es aun para este camarada anarquista nada más que el mecanismo necesario.
El sabio, si el sabio, y precisamente por serlo, no se piensa él mismo más importante que el pocero. ¡Somos nosotros, que nos empeñamos en ponerlo sobre un pedestal! Cuanto más nos adentramos en el laberinto de los conocimientos, más y mejor nos damos cuenta de nuestra insuficiencia. Se necesita del idolatrismo atávico para forjarnos dioses a nosotros mismos o a los individuos de nuestra devoción. A veces el solo título de un libro nos subyuga y no tardamos en rendir fervoroso culto a su autor. Idolátricos, idolátricos y nada más que idolátricos. Miramos a través de este prisma todas las cosas. ¿Cómo habríamos de considerar más importante la obra de millones de hombres que limpian atarjeas, deshollinan chimeneas, hacen zapatos, labran las piedras, perforan las montañas, que la de un núcleo de afortunados que a cambio de unas cuantas verdades nos han regalado todas las grandes mentiras, grandes y bellas, que han labrado, labran y aun seguirán labrando por algún tiempo todos los infortunios humanos?
El hombre es su propia función y su propio mecanismo. ¿A título de qué habrán de ser unos brazo y otros cerebro?
Brazo y cerebro son parte de un todo armónico que llamamos hombre. En el reino de la Naturaleza todos los hombres son equivalentes, cualesquiera que sean las diferencias orgánicas que los distingan. De la desigualdad nace precisamente el principio de la igualdad social: que cada uno pueda, según sus aptitudes de desenvolvimiento, desenvolverse sin trabas ni cortapisas. Conceder mayor importancia al cerebro que al brazo, es reconocer un privilegio como otro cualquiera. La ANARQUÍA los repudia todos.
- Acción Libertaria, núm. 8, Madrid 11 de Julio 1913.
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