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Ficciones y realidades
Tales cosas leo y veo que a ratos me pregunto si, en efecto, estaremos fuera del mundo de lo real tal y como se lo imaginan las gentes.
Leo y veo cosas que me traen a la memoria los buenos tiempos en que los Corominas, los Unamuno, los Martínez Ruiz, los Dorado colaboraban en aquella famosa y no igualada revista de Barcelona que se llamó Ciencia Social. ¡Qué profundo abismo abierto por el vario tiempo entre aquel espíritu de independencia personal y de anhelante investigación y este mezquino espíritu de acomodamiento a las vulgaridades catalogadas en los programas de partido! En mis breves meditaciones desfilan nombres sonoros, fulgentes estrellas intelectuales que a la hora presente guían o quieren guiar a las muchedumbres; pero no veo alzarse, sobre el rasero común del común de los mortales, la testa recia y firme y el corazón grande y magnánimo capaz de conducirlas a las cumbres de la dignidad y de la justicia.
Saturado el ambiente de verbalismos poéticos, de hueros literatismos, de vaguedades filosóficas que trascienden a inconfesables ignorancias, los pretendidos directores espirituales se mueven en un plano no más elevado que aquel en que la mediocridad se debate impotente. Que los que se tienen en olor de superioridad perdonen la rebelde osadía de este insignificante comentario.
Sugiéremelo la lectura de un artículo que Gabriel Alomar ha publicado acerca del último Congreso socialista español.
Poeta más que pensador, literato más que filósofo, retórico antes que preciso y justo en la expresión de ideas, inquieto en el encasillado político, regionalista a ratos, republicano un momento socialista otro, aunque encajonado siempre en el izquierdismo que pretende mirar al porvenir y peca de conservador de rutinas mandadas retirar de la circulación como las falsas monedas, tiene el casi oráculo catalán, sin ser él mismo catalán, la feliz aptitud de escribir cosas bellas y la desdichada suerte de divagar en buena lógica. Se dijera que juega con las ideas forzado por la necesidad del consonante. El consonante es, en esta ocasión, la obligada muletilla del politicismo, triunfante ahora del economismo.
Entona Alomar cánticos de gloria a la decidida inclinación, diríamos mejor al decidido ingreso del socialismo español en el redil político. A él, idealista y soñador de dulces vaguedades, no le interesa, personalmente, gran cosa el socialismo económico comparado con el político, y así grita a los proletarios su primera recomendación: «¡Sean políticos sobre todo!».
Los pocos o muchos millares de socialistas que hay en España podrían responderle que si son lo segundo es porque son principalmente lo primero. La raíz de todo socialismo es un economismo más o menos determinado. La acción política puede ciertamente ser estimada como instrumento necesario, pero en condición secundaria, porque tan pronto se coloca en primer término deja de ser socialismo. Hay entre los dos términos la relación misma que existe entre lo real y lo ficticio, lo esencial y lo accesorio. Sólo la venalidad o la desviación ideal puede trastocar estos términos. El socialismo o mira a la emancipación integral de los hombres o deja de ser socialismo. El economismo de la tripa es su primera condición, mas no en el sentido, que acaso le atribuye Alomar, de simple reducción de horario y mejora de jornal, a que ningún socialista se acomoda.
Pero advierto que no soy yo el llamado a hacer la defensa del socialismo. Allá se las entiendan con el poeta los sesudos hombres del materialismo histórico.
De mi parte quisiera solamente que la fluida prosa de Alomar se pusiera a tono con la razón escueta, sin nebulosos literatismos, y mostrara cómo la idealidad humana se encierra entre los frágiles muros del politicismo, cómo el andamiaje es superior al edificio mismo que la experiencia y la realidad nos enseñan estar formado esencialmente de relaciones económicas, de creaciones sociales, de concepciones artísticas y de maravillas científicas.
Es necesaria la pobrísima mentalidad del político profesional, y Alomar no anda exhausto de mayor riqueza intelectual, para olvidar y desconocer, bajo el imperio de una ficción fascinadora, que la vida real es algo más, mucho más que el artificio político.
El propio mecanismo mercantil, la misma estructura industrial del mundo civilizado, la organización de la propiedad y su correlativo el régimen del trabajo, son creaciones prodigiosas del genio humano y de la actividad social, no obstante su raíz de injusticia y de privilegio. Y lo son precisamente fuera y hasta en oposición al artificio político y prueban, de paso, la posibilidad y la practicabilidad de todos los idealismos orgánicos imaginables.
¿Hay, en cambio, nada menos artístico, menos ingenioso, menos ideal que el rebaño de votantes, que los torneos parlamentarios, que la rutina gubernamental? ¿Hay nada más insignificante que la burocracia, que la técnica, que el arte y la ciencia oficiales?
El elogio de la función augusta del ciudadano que vota, o que legisla, o que manda, ¡qué paradoja!
Ni espontaneidad creadora, ni concurrencia ideal, sino monotonía y forzamiento constantemente repetido, es la médula del organismo político. Imperialismo y dictadura, aun con la etiqueta socialista de Alomar, significan subordinación de lo real a lo ficticio. Son además corolario de servidumbre. ¿Por dónde, ¡oh manes del socialismo!, vendrá la dignificación y la justicia de los peleles que la poesía exalta y la realidad sojuzga?
Radicalmente las luchas humanas no han sido, no son, no serán por motivos políticos. Alomar se engaña. El economismo lo invade todo; y cuando se cree triunfante al politicismo es que mica. Las grandes corrientes del pensamiento, la exaltación de las pasiones nobles, las supremas aspiraciones y los heroicos hechos de la humanidad andan siempre por más amplios horizontes. Arrancan de motivos profundos, de la entraña misma de la vida, que no es de ralea vil política; que es fisiología, economía, dinámica social, y cristalizan en aspiraciones éticas y en generosas idealidades de grandeza infinita. ¿Cómo de otra manera? Pese a todas las febriles imaginaciones de los místicos de la izquierda, somos ante todo estómagos e intestinos, al punto de que las más elevadas genialidades del intelecto y las más sutiles sugestiones anímicas tienen por prosaico pedestal la ingestión y la evacuación de alimentos. ¡Detestable premisa para los rimadores de estrofas a la belleza espiritual!
Y porque somos antes que todo animales son necesidades de nutrición y de reproducción,
¿cuál otra metafísica podría superar a la imperiosa cuestión económica de donde arrancan y por la cual perduran las luchas humanas?
Por mucho que la mente se aleje en la visión de la belleza, jamás podrá prescindir de esta nuestra carne, de estos nuestros huesos, de esta nuestra sangre y nuestros músculos y nuestros órganos, todo empobrecido, macerado y vilipendiado por los adoradores de la mística, atenaceados por la neurastenia, y por los serviles, rastreros servidores de los poderosos de la tierra. ¡Política! Eso es ficción para bobos, trampa para inocentes, deporte para holgazanes, eso es la ergástula que los bribones imponen a los hombres honrados.
La vida real es trabajo, es cambio, es consumo; es arte, goce, ciencia; es economía liberadora en cuya órbita gravitan las sociedades humanas como en el espacio infinito gravitan los infinitos mundos que lo pueblan.
Eso es realidad, poeta Alomar, y lo demás es artificio y música y armas al hombro.
- El Libertario, núm. 12, Gijón 26 de Octubre de 1912.
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