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Hambre y lascivia
La vida del hombre se desenvuelve bajo el imperio de los mismos instintos que gobiernan la vida animal: el hambre y la lascivia. Así sentencia Ramiro de Maeztu en un artículo enderezado a establecer la condición conservadora de Anatole France.
Si el tal artículo no fuera pura logomaquia, sería un hermoso y acabado trabajo.
Pero el exceso de literatura es manantial abundante de dislates, y así Maeztu confunde lastimosamente la necesidad de nutrición y la necesidad de procreación.
El hambre y la lascivia no gobiernan ni la vida del hombre ni la de los demás animales. Implican más bien la destrucción de las especies.
Es en absoluto inconsistente, en absoluto falsa la tesis de que el hambre es impulsora, agente o factor de grandes hechos. El hambre momentánea en el satisfecho, animal hombre o animal solamente, puede ser, es aguijón que empuja a conquistar la ración necesaria y aun la superflua inmediatamente y como quiera que sea. El hambre dosificada, metodizada en el habitual hambriento, es paralizante, aniquiladora. Especie animal que no halla los elementos necesarios de alimentación, perece fatalmente. No hay manera de exceptuar al hombre. Es por el hambre permanente como faltan las fuerzas para reaccionar y se afirma el imperio de los satisfechos. ¿Qué puede esperarse de las multitudes escuálidas, de piernas temblorosas? Donde falta el vigor físico, es imposible el vigor intelectual y pasional. No hay hombre ni bestia que, cuando desfallece, tenga el necesario arranque para apoderarse de lo que necesita ni sienta los impulsos de la generación, mucho menos de la lascivia, para lanzarse a consumir un resto de vida en un último éxtasis de placer. El animal tendrá una mirada lánguida de infinito y no traducible dolor; el hombre implorará con la mano tendida en un espasmo de humillación.
Son los hombres vigorosos o semi vigorosos del pueblo, del proletariado; son los que se nutren bien y quieren nutrirse mejor, los que han comenzado a gustar la vida satisfecha y quieren conquistarla del todo; esos son los aptos, los capaces de los grandes hechos, de las rebeldías redentoras, de las revoluciones que transforman el mundo.
No; no es el hambre y la lasciva el imperio de la vida. Con menos literatura se hubiera dicho una verdad común y científica. La necesidad de nutrirse y de procrear es el gran motor de la existencia. Sin nutrición y sin procreación no hay individuo, no hay especie. Todo lo demás, amor, arte, conocimiento, viene par añadidura. Y todo es preciso y todo es indispensable.
Y a la conquista de todos vamos, para que, sobre las temblorosas piernas de los famélicos, no se alcen los ahítos y los lascivos.
- El Libertaria, núm. 4, Gijón 31 de Agosto de 1912.
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