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Señales de los tiempos
Hace un momento, plantado en la acera, gritaba descaradamente un muchacho de diez a doce años.
— «¡A mí no me explota nadie!»
No sé a quién no por qué lo decía. Pero un rechoncho filisteo vociferó iracundo:
— ¡Golfo, sinvergüenza, granuja!
«¡A mí no me explota nadie!» Eso, dicho por mocoso, es toda una revelación de los tiempos que llegan.
Es posible que ciertas ideas no hayan sido bien comprendidas; tal vez la propaganda de la buena nueva no trascendió más allá de un pequeño grupo de creyentes; quizá la lucha no abarca todavía las amplitudes de la revuelta general contra los poderosos de la tierra; pero el ambiente está saturado de la idea madre hasta tal punto que un muchachuelo puede gritar: «¡A mí no me explota nadie!»
Y mientras estas grandes palabras corren de boca en boca repetidas por hombres, mujeres y niños, no importa que haya desmayos en la lucha, tibiezas en la propaganda, claudicaciones en la ideología. Todo lo indeterminada que se quiera, la sustancia de las reivindicaciones sociales se hace verbo de las multitudes, y ello anuncia que los tiempos llegan en que la gran obra va a cumplirse a pesar de la ignorancia popular de todos los ismos y de las divergencias doctrinales que escinden los partidos y las agrupaciones obreras.
No importa tampoco que se retuerzan las ideas, se falsifiquen los propósitos y se doblen los hombres a la ambición o a la vanidad: quedará siempre irreductible en las multitudes la firme convicción de que no han de ser explotadas, la voluntad resuelta de no dejarse explotar, y esa convicción y esa voluntad harán todo el resto que no han logrado realizar los partidos y las doctrinas. Es un estado de alma producido por las propagandas y luchas sociales; es una resultante fatal e inevitable; fatal e inevitable asimismo su traducción en hechos inmediatos que renovarán el mundo más pronto de lo que muchos creen.
«¡A mí no me explota nadie!» He ahí hermosamente, enérgicamente resumida la situación actual por encima de los pesimismos de los impacientes y de las vanas esperanzas de los que explotan.
Esas bellas palabras son señales de los tiempos que llegan, de los tiempos en que van a ser liquidadas todas las cuentas, ¡oh, poderosos de la tierra, soberbios explotadores, fantasmones que gobiernan, necios todos que aún imaginan que su reinado durará por los siglos de los siglos!
Mediten bien esas palabras y luego, si les place, griten:
«¡Golfo, sinvergüenza granuja!»
- Solidaridad Obrera, núm. 28, Gijón 29 de Octubre de 1910.
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