Ideario — Obras de R. Mella — I

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VIOLENCIA

  1. Sembrando la muerte
  2. Voces en desierto
  3. Justicias y justiciables. El caso de Sancho Alegre
  4. Ideas y realidades
  5. Salvajismo y ferocidad

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VIOLENCIA

Sembrando la muerte

A medida que la civilización, civilización de los grandes acorazados y de los enormes ejércitos, va ganando el mundo; y a medida también que las luchas sociales se enconan por la exacerbación del antagonismo, cada vez mayor, de los intereses, parece como si camináramos más de prisa a una barbarie no igualada en tiempo alguno. La violencia se enseñorea de todos los pueblos. Una violencia de crueldades inauditas, de bestiales atrocidades que jamás, jamás, ha registrado la historia, caracteriza eso que pomposamente llamamos civilización.

Los mismos hombres que en sus desahogos literarios o políticos abominan de la barbarie primitiva, que pintan con negros colores el salvajismo y la crueldad de nuestros antepasados, son los que en su calidad de conductores de pueblos estatuyen la violencia y encarrilan al mundo hacia la más despiadada destrucción del hombre por el hombre. Todo lo que es organización política y financiera, todo lo que es preparación patriótica, exaltación de la nacionalidad o del poder público, parece hecho en vista de fines de bandidaje más que con el propósito de armonizar los intereses contrapuestos de la comunidad. La subordinación primero, la destrucción después: no hay otra finalidad. Es una fuerza ciega actuando ciegamente por el aniquilamiento total.

Los más recalcitrantes conservadores extreman brutalmente las represiones. Los más dulzainos liberales acuden a la zancadilla y echan el lazo suavemente para que caigan los incautos y se enreden los avisados. Y aún hay gentes que se dicen al servicio de la revolución y del porvenir que aguzan también el genio para ir dispersando y extinguiendo esa gran fuerza que representan las clases trabajadoras, hoy en pie de guerra frente a todas las barbaries gubernamentales y frente a todas las servicias del capitalismo triunfante.

Los Estados del mundo civilizado van dejando tras sí un reguero de sangre. Se persigue, se acorrala, se encarcela, se mata sin compasión, sin dolor; se siembra la muerte fríamente, por cálculo. La palabra humanidad en los labios; en el corazón odio feroz al hombre. A la mayor gloria de un puñado de afortunados, es preciso aplastar a la multitud que se encrespa y se rebela. Y a esto se encamina sin miramientos, sin debilidades humanistas, sin jerigonzas de moralidad. La salvación del privilegio por encima de todo.

No bastaban las atrocidades de Rusia autócrata, las cafradas republicanas de la Argentina, las tropelías de la casi socialista Francia… Un pueblo recién ganado para los mamotretos de acero y para los rebaños de hombres que se dejan matar por una futileza patriotera, nos ha tomado también como espejo en lo político y ha segado las cabezas de unos cuantos compañeros, luchadores por un ideal de justicia y de dicha para todos. El Japón se ha colocado de un golpe a la cabeza de los pueblos más civilizados entre los civilizados.

Y así se lucha y así se vence. Una locura de matanza innecesaria recorre el mundo. Es la filosofía del aniquilamiento entronizada con el poder y con la riqueza. Es el delirio del miedo arrastrándonos a lo desconocido.

Se dirá que se conspira, que se trama en la sombra la destrucción, que vivimos sobre un volcán pronto a estallas; se dirá eso y más; pero todo ello no será sino el motivo legal, el pretexto justificativo de tragedias escritas en los centros políticos, de tramas urdidas en la altura para desembarazarse de enemigos que laboran al descubierto, demasiado al descubierto cuando tan fácilmente caen en la red. Pero aun cuando se conspirara, aun cuando hay quien labore en la sombra, ¿a dónde vamos con esta matanza continua, con este desmoche de hombres que oscurece toda noción de humanidad y nos torna turba insolidaria de cafres enfurecidos?

La rebeldía no será aniquilada por ello; la ola revolucionaria no por ello será contenida; la avalancha proletaria es demasiado pujante, para ponerle diques, aunque estos diques sean de desolación y de muerte.

Perseguidos y acorralados andan por el mundo millares de obreros; encarcelados y bien encarcelados están millares de trabajadores; muertos y bien muertos por la vindica pública hay para todos un martirologio. Y no obstante, es cada vez mayor, incontrastable la fuerza y el empuje de las ideas nuevas. Labor inútil la obra de la crueldad y del ciego interés. Ha puesto en el camino del proletariado un calvario y el proletariado no dejará que se le crucifique. Rebasará la montaña y realizará su sueño fecundo de fecunda y nueva vida.

A los sembradores de la muerte, a los que aniquilan por cálculo y por egoísmo acaso los envuelva la ola misma de su vesania, de su barbarie. Maestros de maestros en el arte de destruir, están empujando a las multitudes hacia una terrible hecatombe. Ellos lanzan el mundo hacia lo desconocido. Hagamos nosotros, superándonos como hombres, que la vida nueva borre cuanto antes este rastro de sangre que la civilización, para su vilipendio y execración, está dejando en la historia de la humanidad.

Y como ayer, como hoy y como siempre, luchemos, cuando los nuestros caen a derecha e izquierda, luchemos con la serenidad y con el valor que dan la justicia de una noble y grande aspiración.

  • Acción Libertaria, núm. 12, Gijón 3 de Febrero de 1911.

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