Ideario — Obras de R. Mella — I

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EVOLUCIÓN Y REVOLUCIÓN

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Los grandes resortes

Sin la sugestión de las ideas y el impulso de los sentimientos, no se producirían las hondas sacudidas pasionales que hacen caminar al mundo.

Las mínimas agitaciones de partido apenas alteran la lisa superficie de la vida. Encasilladas las gentes en articulados diversos, actúan mecánicamente y apenas su obra alcanza a desbrozar el camino y limpiarlo de malezas. No son estériles, pero sí impotentes tales medios para mover las pasiones y encarrilarlas hacia ideales superiores. Su punto de mira es generalmente inmediato y muy limitado. Las revoluciones ni se hacen con programas, ni a plazo fijo, ni con límites preconcebidos. Motines y revueltas, sí; acaso son los preliminares obligados de las grandes transformaciones del mundo. Pero no todos, ni siempre. En la complicada trama de la vida moderna no es fácil distinguir los movimientos debidos a altas idealidades de aquellos otros que se derivan de mezquinos intereses de bandería política o de materiales monopolios. Dos órdenes de hechos producen dos corrientes distintas. De un lado todo es artificio, falseamiento de la Naturaleza; de otro, todo realidad e ideación hacia perfeccionamientos que de la Naturaleza arrancan. A veces se entremezclan hechos y direcciones; en tal caso el discernimiento es poco menos que imposible.

Por otra parte no puede echarse en olvido el móvil económico. Históricamente el materialismo parece inspirar y dirigir los movimientos sociales. No obstante, a primera vista se advierte que si el punto de partida, el curso de la evolución y el punto de llegada tienen un fondo común de materialismo, un substractum económico, los resortes, los grandes resortes del progreso son idealísticos y pasionales.

Parecerá a algunos contradictoria esta afirmación con el movimiento proletario actual. Las masas jornaleras luchan a brazo partido por mejoras económicas, con fines económicos se organizan y frecuentemente se niegan a toda idealidad. Mas esto es puro formalismo. De hecho, remontándose un poco sobre los detalles y abarcando de un golpe de vista el conjunto de la lucha social. Es indudable que el proletariado sigue una dirección totalmente ideológica: la emancipación humana. Todavía más: sus combates parciales no adquieren notoria importancia sino cuando a los fines inmediatos de mejoramiento económico se sobreponen los fines esencialmente morales de solidaridad, de dignidad, de altruismo. Todos los grandes movimientos modernos en que ha sido agente principal la clase trabajadora, todas las hondas sacudidas que pasarán a la historia, han tenido inspiración y finalidad ideales. Como que las grandes pasiones no estallan sino aguijoneadas por las grandes ideas. No serán las numerosas luchas por el aumento del jornal o por la modificación del horario los puntos salientes que señalen en el curso, del tiempo los avances del movimiento y aun, si se quiere, a la representación del conjunto. Pero los enormes saltos en lo desconocido, los avances heroicos, reservados están a la idealidad.

En las luchas cotidianas de finalidad inmediata perdura el egoísmo de los intereses, flotan las pasiones mezquinas, los celos, las envidias, las ruindades. Es posible la derrota porque el hermano traiciona al hermano, el listo burla al simple, el egoísta explota al bonachón, el vanidoso se pone a horcajadas de la sencilla multitud de los modestos y el ambicioso emerge triunfante de entre la enredada malla de todas las concupiscencias. Las pequeñas cosas tienen sus defectos pequeños y sus pequeñas virtudes. La vida, sin embargo, se compone de todas estas pequeñeces.

Si queremos sobrepujarlas, entrar en los dominios de lo grande, de lo noble y de lo bello, habremos de entregarnos en cuerpo y alma a la idealidad. Las grandes revoluciones humanas han sido, en días de grandes y heroicas virtudes, sugeridas por altas aspiraciones y gloriosos movimientos pasionales. Las multitudes se ennoblecían, los delitos menguaban; todo lo pequeño quedaba ahogado. En su lugar brotaban vivos anhelos de mejoramiento universal, de exaltación de los más hermosos sentimientos. Se estaba siempre pronto al sacrificio, pronto al combate, pronto al heroísmo. Ruindades, celos, envidias, vanidades, traiciones, si surgían, eran rápidamente castigadas. Las grandes cosas tienen sus grandes virtudes y también sus grandes defectos. La multitud puede verse arrastrada a tremendas injusticias. Por lo menos tendrá la justificación de un móvil elevado, noble, generosamente humano. La ruin no tiene ninguna justificación.

Así se explica y no de otro modo cómo en un momento dado quedan sofocadas todas las pequeñas pasiones y muertos los egoístas intereses por la subversión de las obedientes multitudes. En día de revolución, como por encanto, las gentes se sienten transportadas a un mundo de no soñadas magnanimidades. El luchador no es el ser raquítico de la víspera, conocido por el odio, por la envidia, por la avaricia, por la ambición, por la lujuria. El partidario se olvida de sus idolatrías. La idealidad ha transformado a la bestia en hombre. He ahí todo.

Pues estos resortes son los que hay que poner en juego. Aunque el combate haya de librarse a golpes de maza, es preciso que inculquemos en las gentes y en nosotros mismos la altura de mira ideal, que hagamos de forma que las pasiones, en lugar de perderse en las encrucijadas de la bajeza moral, se encarrilen a las cumbres de lo bello, de lo justo y de lo bueno, según la frase consagrada. Propendemos demasiado a lo deleznable; convienen en nosotros, por herencia y por hábito, las más despreciables inclinaciones, y si un aliento de sublimación de la vida, de exaltación de nosotros mismos, no nos anima, caeremos irremediablemente en el abismo de la bestialidad de que procedemos.

El progreso es una ascensión, de ningún modo una regresión. Es la escalera sin fin a que es preciso trepar nuestra mirada en lo alto y sin reparar en los peldaños próximos. Volver la vista atrás, detenerse en la contemplación de lo actual, encasillarse en el mañana inmediato, podrá ser necesario, pero no es suficiente. ¡Arriba el pensamiento y el corazón!

La realidad hará de todos modos su obra. Serán así mejor vencidas las contingencias del presente, porque cuando se tiene la ambición de lo pequeño, la satisfacción se obtiene con lo mezquino.

No hará el ideal el milagro; no está en el pensamiento y en la pasión todo el contenido del progreso humano. Se requiere la acción, la labor incesante de todas las potencias; preciso es que en la conflagración de los intereses así lo pequeño como lo grande agite, conmueva, sacuda; pero sin estos grandes resortes de la idealidad y de la pasionalidad exaltados, el avance del mundo sería nulo.

Trabajemos, cualquiera que sea nuestra etiqueta, por el ennoblecimiento de la vida.

  • Acción Libertaria, núm. 26, Gijón 7 de Julio de 1911.

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