Ideario — Obras de R. Mella — I

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EVOLUCIÓN Y REVOLUCIÓN

  1. Evolución política y evolución social
  2. Los grandes resortes
  3. Las revoluciones

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EVOLUCIÓN Y REVOLUCIÓN

Evolución política y evolución social

CAPÍTULO I

Suele entenderse la evolución como un desenvolvimiento constante, constantemente dirigido hacia un mismo fin. Nada más lejos de la realidad.

La evolución es un desenvolvimiento discontinuo con sus paradas, sus retrocesos y sus saltos, según acusan los hechos. La finalidad no es sino una resultante difícilmente determinable a priori. Sólo a largos intervalos de espacio y de tiempo se advierte el progreso.

El atento examen de cualquier género de sucesos pondrá de manifiesto la exactitud de aquella afirmación. Ni en lo político, ni en lo social, ni en lo económico, el mejoramiento se verifica de modo continuo, seguido, uniforme. Hay siempre reacciones, somnolencias y también aceleraciones, fruto todo ello de las resistencias opuestas a la dirección ideal del movimiento. La evolución se cumple precisamente venciendo esas resistencias, lo que quiere decir que es un zigzag como se avanza y no rectilíneamente.

Por ello, la necesidad y la fatalidad del progreso humano no son cosa de cada momento, sino materia de tendencia, de fin, de idealidad que realizar. Y así es como la evolución, si bien tiene realidad unitaria en tiempo y espacio indeterminados, varía en cada instante y en cada lugar determinados.

Cualquier otro modo de entender el desenvolvimiento de las cosas humanas, podrá ser un artificio intelectual todo lo grande y profundo que se quiera, pero estará en abierta contradicción con los hechos, de los que hemos de servirnos necesariamente para fundamentar bien nuestras opiniones y conocimientos, ya que ellos son la raíz de toda ciencia.

CAPÍTULO II

Comúnmente se considera la evolución política como resumen o compendio de la evolución general de las naciones. Se estudia el desenvolvimiento de las instituciones, de las leyes y de las prácticas políticas dejando en casi total olvido el resto de la vida social. Aparte el prejuicio general, se debe aquél resultado a la circunstancia de que los que cultivan tales estudios viven, por lo común, la vida política y de ella toman, como realidades objetivas, verdaderos prejuicios subjetivos.

No resume la acción política toda la vida de un país cualquiera. Es más, puede afirmarse que aquélla tiene parte insignificante en ésta y que por añadidura son frecuentemente antitéticas. No hay más que observar cómo el comerciante, el industrial, el hombre de negocios, el obrero, el empleado, cuando dan treguas al tráfago de sus habituales ocupaciones, preguntan «qué hay de política», como si se tratara de una cosa extraña, ajena a la vida ordinaria. La neutralidad y la realidad se desenvuelven aparte, del todo extranjeras a los sucesos políticos; y de ahí se deriva esa frecuente pregunta que las gentes se hacen para entretener sus ocios con el espectáculo de cosas que, si despiertan y excitan la curiosidad, no agitan los sentimientos ni conmueven el alma.

La evolución política, reducida al mecanismo electoral y legislativo y al arbitrismo financiero, ocupa únicamente a un puñado de profesionales y de aficionados. El resto de las gentes, pese a las apariencias, permanece ajeno e indiferente a la acción política. Si se descuenta el ruido de la prensa mercenaria, el griterío de los diputados y la logorrea de los aspirantes, se verá qua la vida de un pueblo cualquiera es trajín de fábrica, bullir de mercaderes, labranza de campos, agitación de trabajo en lo material; intercambio y lucha de afectos, de cariños, de amores, debate de pasiones en lo moral; es en lo social y económico batalla enconada de intereses y de idealidades en conjunción incomprensible para aquellos que se fabrican una realidad para su uso exclusivo.

La evolución política no es siquiera científica, esto es, no se rige por leyes de necesidad, sino que se modela y vacía en artificios y cábalas producidos arbitrariamente a voluntad de los que juegan esta partida de asaltos de la ambición de la vanidad. Encrucijadas de partido, zancadillas de camarilla, artilugios de bribones, fuerzan y dirigen los acontecimientos haciendo de la vida política un mundo superpuesto al mundo real en que todos vivimos.

La evolución social, por el contrario, comprende todas las manifestaciones de la existencia, incluso el mismo artificio político. En el avance general de los pueblos puede registrarse el rastro de todos los hechos culminantes así en la investigación como en la realización de las ideas. Filosofía y ciencia marchan paralelamente como impulsoras de idealidad y de acción. Las aplicaciones mecánicas se desenvuelven prodigiosamente y hubieran realizado el bienestar humano si la evolución económica no estuviera estancada en el círculo de conservación del privilegio y amparada por el mecanismo político. Las artes, el trabajo, el comercio, con su inmensa red de cambio, son factores de la evolución harto más importantes que el factor político.

La vida, la verdadera vida, brota naturalmente de todo eso que es estudio, que es trabajo, que es arte, que es ciencia, que es cambio, que es reciprocidad, que es acción; de ningún modo de aquella ficción en cuya virtud los legisladores suplantan la realidad y falsifican la historia.

El desprecio que se siente por la política está, pues, bien justificado. Solamente que a los fines del desenvolvimiento social no basta el desprecio que deja en pie la divergencia evolutiva, sino que es necesaria la acción para destruir el obstáculo.

CAPÍTULO III

Cuando se quiere convencer a las gentes de que la evolución política es la síntesis de la vida social, se generaliza de tal modo que podría creerse que en el mundo no hay más que ministros y diputados capaces de crearlo todo.

Lo contrario sería más exacto. Porque, en fin de cuentas, el individualismo, en el curso de su desarrollo, no ha hecho más que servirse del instrumento político, cuya traducción es el gobierno y su cortejo de tribunales, polizontes, fuerza armada, etc., para desentenderse de los negocios públicos y holgarse en una segura libertad de acción. La propiedad, dentro y fuera, antes y después de la ley, y no habrá quien pretenda que el resultado verdaderamente asombroso de su evolución sea debido a las artes políticas o a la acción gubernamental. Al contrario, no pocas veces propietarios, industriales y comerciantes han tenido que enfrentar las pretensiones de los políticos que, constituidos en verdadera casta de profesiones, olvidaban su condición servil. La sumisión de los políticos a los intereses reales de los poseedores es un hecho constantemente repetido en la historia.

En realidad, la casta es despreciada por todo el mundo.

Los de arriba los tienen en condición de inferioridad y los de abajo la juzgan, no sin razón, causa de los males que sufren porque ven que, además de la explotación directa de los poseedores, han de soportar las gabelas e impuestos necesarios al mantenimiento de la holganza oficial.

En vano se esfuerzan algunos en demostrar que en la política culmina la vida de todos los pueblos. Se engañan a sí mismos dando al concepto una extensión tal que comprende, en prodigiosa síntesis, ciencia, arte, trabajo; filosofía, moral, negocios; vida de relación y vida íntima. ¿Dónde, cómo y cuándo puede expresar esa ruin mecánica, que entretiene los ocios de los charlatanes titulados, la vida entera social? Los afanes de las gentes pobres y los de las gentes ricas, fuera de la política y muchas veces ignorantes de la política, se libran en lucha abierta con las resistencias del poder y con las resistencias del ambiente. Sólo que los primeros están en situación subordinada y los segundos en situación preponderante. De donde resulta que sobre las pobres gentes carga el peso de los unos y de los otros y también la explotación indispensable al sostenimiento de políticos y poseedores.

Bien poco significa el prurito de hinchar el concepto político para deducir inmediatamente que andan equivocados u obedecen a intereses de exclusión o a ideas reaccionarias cuantos detestan la política. Para todo el mundo la política es la gran mentira: mentira de partidos y comités; mentira electoral y legislativa; mentira gubernamental y financiera. Si en ella se revela algo levantado es siempre como reflejo de acciones y reacciones exteriores, e influencias predominantes de trabajo, de cambio, de negocios, de intelectualidad, de ética general; como reflejo, en fin, de la acción plenamente social.

Es, por otra parte, incuestionable que la gobernación de todos los países llamados civilizados está sometida a los intereses y a los fines de las grandes entidades financieras, grandes empresas dueñas absolutas de las riquezas públicas y privadas. En sus manos, son los políticos ridículos peleles con los que juegan al pim, pam pum.

En oposición a todo eso no hay más que una fuerza real que concurre a la determinación del desarrollo social, y esta fuerza en el proletariado militante, ya el agrupado por intereses de clase, ya el organizado para la lucha por ideales sociales. Y es de notar como el carácter a la vez materialista e idealista de esta fuerza imprime a la evolución un rumbo determinado, una orientación francamente opuesta a los privilegios políticos y económicos, cosa que la ñoñería de los intelectuales y de los gobernantes tienen en completo desconocimiento.

En medio del elemento de conservación que utiliza el instrumento político para garantizar, por la fuerza, su posición ventajosa, y del elemento de renovación que sólo tiene a su alcance para el combate la asociación y la rebeldía, queda una gran masa capaz de inclinar la balanza actuando por viles ambiciones a favor del primero o por generosos ideales a favor del segundo. Es la clase media, compuesta de pobres decentes, de proletarios de levita, que no tienen blanca y presumen de potentados, que quieren y no pueden, que se pasan la vida persiguiendo la fortuna y mueren al servicio del enriquecimiento ajeno. La evolución social se determinará decididamente en el sentido del futuro el día que la asociación y la rebeldía de las falanges proletarias sean bastante poderosas para arrollar, para arrastrar, para dirigir esa multitud vacilante que tiene hipotecada el alma al demonio de la riqueza.

Un hecho que anuncia la proximidad de los grandes cambios sociales es la manera como el proletariado va adquiriendo capacidad de cooperación y de dirección fuera precisamente de la acción política. En las asociaciones obreras, sobre todo en aquellas que no rigen las prácticas políticas, los trabajadores van adquiriendo poder de iniciativa, prácticas de administración, hábitos de libertad y de intervención directa en los asuntos comunes, facilidad de expresión y soltura mental, cosas todas cuyo desarrollo es nulo en las entidades políticas que tienen por base la delegación de poderes y, por tanto, la subordinación y la disciplina, la obediencia a los elegidos. En las asociaciones del tipo social las iniciativas proceden de abajo y de abajo proceden las ideas, la fuerza y la acción. Así se hacen los hombres libres, así se sueltan a andar. En las agrupaciones del tipo político, todo viene impuesto de arriba, pese a la ficción democrática. Son los gobiernos, son los jefes, son las juntas, los comités los que dan la orden, tienen el poder, la iniciativa, la idea, la acción. Al que se rebela, al que se siente persona, se le arroja, se le expulsa, se le anatematiza. Así se esclaviza a los hombres, así se perpetúa la servidumbre. El eterno hombre de las piernas ligadas jamás echará a andar por sí mismo.

Si un estrecho espíritu de bandería no cegara a muchos hombres de verdadera inteligencia, reconocerían que, al presente, la evolución social entera está intervenida de tal modo por el asociacionismo obrero y por la tendencia socialista, sin distinción de escuelas, que el verdadero nudo del porvenir está en esta intervención que lo llena todo. Las luchas políticas sometidas a esta influencia están con sus pujos de actuar socialismo; y hasta las relaciones internacionales, la enfática diplomacia, están sometidas asimismo a la palabra que el proletariado lance en el momento oportuno de una ruptura o de una alianza.

La acción de estar regida por la realidad ambiente y ha de acomodarse a la finalidad indiscutible de una gran revolución social. No en el terreno político, sino en el de los ideales sociales está el verdadero campo de acción de nuestros días. Empeñarse en continuar la rutina es laborar por el quietismo, es añoranza de presentidas rutinas, es poner diques a la impetuosa corriente que va hacia el porvenir.

La acción social es la fuerza incontrastable del presente y será la realidad viviente del futuro.

  • Acción Libertaria, núms. 9 y 10, Gijón 13/20 de Enero de 1911.

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