Ideario — Obras de R. Mella — I

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TÁCTICA

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Cuestiones de táctica

La persistencia en las mismas ideas o en los mismos hechos lleva derechamente a la rutina. Automáticamente repetimos lo de todos los días por hábito adquirido. Nada ni nadie escapa a esta fatal derivación de las cosas.

La táctica societaria y la socialista se hallan a la hora presente en un momento de crisis que anuncia la ruptura de los viejos moldes, porque la repetición constante de unos mismos modos de acción ha llegado a rendirlos ineficaces.

Las asociaciones obreras no han acertado a salir o de la parsimonia de la lucha bien calculada con la caja bien repleta o de la contienda fortuita, al azar, y sin más elementos que el entusiasmo y los arrestos indudables de los luchadores. Se habla de la acción directa y de la acción a base múltiple. Pero en rigor de verdad ni lo uno ni lo otro ha servido para sugerir nuevos y más eficaces medios de combate. Con distintos nombres, se repiten los mismos hechos. Por que en el fondo, el sindicalismo a base múltiple permanece, como siempre, inactivo, pudiéramos decir a base nula, y el sindicalismo de la acción directa se reduce a la repetición candorosa de las prácticas ya viejas de la Internacional y de las diversas federaciones de resistencia que en España han sido. Con haber cambiado un poco los nombres de los organismos y adjetivar general a toda huelga algo importante, ha podido creer el proletariado que hacía algo mejor y de mayor acierto que lo pasado.

Todo ella revela que los trabajadores se dan cuenta de que es preciso renovar la táctica, porque ni los tiempos son los mismos ni el adversario está tan desprevenido que no pueda defenderse bien de prácticas sobrado conocidas por lo añejas. Se dan cuenta, repetimos, pero no aciertan por el momento, a renovarla.

De modo análogo la táctica socialista insiste en las antiguas rutinas. De un lado, todo para el eleccionismo; de otro, todo para la violencia a outrance. Sin interrupción y sin enmienda, el socialismo político labora por la participación legislativa y gubernamental, y de ahí no sale. Sin enmienda y sin interrupción, el socialismo revolucionario opera sobre la hipótesis de una permanente revuelta, y de eso no se zafa. Pero del socialismo político han surgido los reformistas y también se han disgregado elementos valiosos que propenden a una táctica de clase, por así decirlo, puramente obrerista. Y del socialismo revolucionario, más o menos anarquista, se han destacado distintas tendencias, desde la de la no resistencia hasta la brutalmente, cruelmente violenta. Ello revela también que se siente la necesidad de un cambio de postura.

Como los dos movimientos, societario y socialista, son simultáneos y son hermanos y ofrecen los mismos aspectos y las mismas circunstancias, pasas por los mismos fenómenos y tienen idénticas inclinaciones.

Por eso ahora la crisis de la acción afecta a las dos fuerzas, que, en rigor, son una misma.

Del cambio ineficaz de las palabras, habrá que pasar al de las cosas. La huelga a la vieja usanza no sirve o no basta ya. La intervención política va siempre a la zaga de la acción social y es del todo infructuosa cuando no es nociva. La no resistencia al mal se ha quedado en los límites de una mística inaplicable a las candentes luchas de nuestros días. Y la violencia, ciega y bárbara, por la violencia misma, se ha extinguido en la vesania de un puñado de desequilibrados. Consignamos hechos que sólo el apasionamiento puede desconocer. Y no formulamos juicios, de momento, porque ellos serán la derivación necesaria de lo que vamos diciendo y de lo que digamos.

En suma: queda el proletariado insistiendo más que nunca en la asociación y queda actuando rutinariamente, pero con ansias manifiestas de nuevas orientaciones; quedan el socialismo político y el socialismo revolucionario ganando prosélitos y difundiéndose más allá de las fronteras de clases, pero gastándose en el automatismo cansino de la táctica vieja y en trance de caer en la impotencia si no modifican y acomodan su acción a tiempos y situaciones nuevas.

Naturalmente, el punto de partida será el mismo siempre. La tradición revolucionaria del proletariado tiene su arraigo en principios de equidad y de justicia indestructibles y, por tanto, será a partir de lo esencial que se modificará lo que es accidental, lo que es transitorio en el amplio desenvolvimiento del fenómeno social obrero.

En el terreno de la lucha económica, de la lucha de clases, se dibuja una tendencia francamente social. Quieran que no los partidistas, se da mayor importancia, que a la teoría, a la experiencia. Una sano practicismo fundado en la previa selección de los idealismos difundidos por doquier, inspira al proletariado militante. Se quiere actuar directamente, pero no uniformemente. Acción directa difusa, tal como requiere la complicada vida actual; esa es la tendencia. La multiplicidad de los medios excluye cada vez más las previsiones reglamentarias. No lo decimos por reverterlo todo a nuestra tesis particular, sino por observación de los hechos. Nulas resultan las cortapisas y las trabas impuestas por los retardatorios del obrerismo; nulas las intemperancias de los impulsivos que se figuran que las cosas pueden marchar de cualquier modo. Se impone la confederación estrecha de las fuerzas, pero se impone fuera de rutinas y ataderos que pertenecen ya al tiempo pasado. La acción ha de ser múltiple y acomodada a las circunstancias y a los medios en cada momento. Imposible la uniformidad en la conducta. Imposible la unificación en la marcha, en el compás, en el tono. De la concurrencia libre de todos los elementos, resultará, mucho más eficazmente que de cualquier plan previo, la unidad poderosa del proletariado. Y es precisamente de esta concurrencia libre que ha de resultar asimismo la orientación común y definitiva. Frente al enemigo apercibido y pertrecho en forma, la acción directa ha de extenderse a todos los órdenes de la vida. Habrá que salirse de los moldes huelguísticos chapados a la antigua. Habrá que acudir al sabotaje, al boicot, a todos los medios de resistencia y de acción, propiamente dicha. Habrá que romper el círculo de clase y solicitar y obtener el concurso del público a medio de la huelga de inquilinos, de la moralización de ciertos trabajos socialmente dañosos y de la exaltación de la vida general a los términos de solidaridad humana quebrantada y rota por los privilegios y los poderíos en auge. Será acaso necesario llegar hasta la proletocracia directa, esto es, hasta la dirección de la vida total por el proletariado. Todo ello socialmente, realmente, fuera de la ficción política. Y si aún se quisiera que tal lucha fuera política, sería a la manera que los internacionalistas y los viejos luchadores de la extinguida Federación Regional Española la actuaban bajo la denominación exacta de política demoledora, convencidos entonces, como ahora lo están muchos que no son sospechosos de anarquismo, de que «cultivando nuestro jardín», trabajando por ensanchar y multiplicar los organismos de resistencia, se hace obra, no sólo de mejoramiento positivo inmediato, «sino una faena esencial y profundamente política», ya que, «ocurra lo que ocurra en el campo de la política, cada sociedad que nace, cada federación que crece, hasta cada conciencia que despierta y se suma a este movimiento de redención, son nuevos sillares añadidos a la granítica muralla que cierra para siempre el paso a la reacción y también al quietismo».

En la iniciación de esta labor nueva, incomparablemente superior al personalismo político, al ñoño deporte de las elecciones y de los discursos parlamentarios y también al desatinado bullir en tonto de los inquietos, está el comienzo de la gran obra que ha de realizar el proletariado mundial. Y lo está tanto más cuanto que, en marcha hacia el futuro, irá así elaborando la ética nueva del mundo nuevo, fundada en sus propias aspiraciones de libertad y de igualdad para todos, de ennoblecimiento de la vida general, que ahora mismo le coloca por encima de estas enfáticas clases directoras que sólo son podredumbre y corrupción, ignorancia barnizada de sabiduría, bestialidad vestida de mundana etiqueta.

En el ancho campo de la acción revolucionaria, acción que es forzosamente directora y hermana mayor de aquella otra que acabamos de examinar, se han borrado linderos se han roto programas, se han entremezclado tendencias e ideas, y los militantes de un lado y de otro buscan afanosos, linterna en mano, el camino verdadero, la forma de arribar prontamente al puerto de emancipación. Se engañará quien no vea vacilaciones por todas partes. Fracasado el parlamentarismo, fracasado el terror, mortecina la propaganda, agotado el sociologismo, ¿qué hacer? Todo el mundo se hace la misma pregunta. Todo el mundo trata de hallarse respuesta.

Nosotros no hallamos sino una análoga a la que hemos dado para las luchas de clase. Se advierte en las filas del socialismo, en general, parecida tendencia a la del obrerismo. Es una tendencia de expansión y de generalización tanto más poderosa cuanto que los partidos no están atados por el espíritu y por los intereses de clase. Descuidados del ideal, los militantes persiguen sañudamente nuevos o mejores métodos de propaganda o de acción. Volverán al ideal tan pronto cualquier eficaz orientación se imponga por la experiencia; y entonces se verá concurrir espontáneamente a un fin común las dos acciones, la acción societaria y la revolucionaria.

Para nosotros el problema consiste en hallar los mejores medios de una verdadera acción social anarquista.

Y como no hay que engañarse ni permitir que ciertos equívocos perduren, habremos de empezar reconociendo que, en rigor, no hay dos acciones distintas y dos diferentes idealidades, sino una sola idealidad. De un lado los socialistas parlamentarios y sus asociaciones obreras, que son una misma y sola cosa. De otro los socialistas anarquistas y el sindicalismo revolucionario o de acción directa, que son asimismo un solo cuerpo. Campos bien delimitados, toda confusión es imposible.

Y si en cada uno de esos campos hay dos organismos distintos porque los intereses engendran uno y la idealidad engendra otro, no engañemos ni nos engañemos, al menos mintiendo neutralidades falaces. Digamos francamente: allí el reformismo, la política activa de auxilio y socorro a la legislación y al Estado; aquí el revolucionarismo y la política demoledora, la acción social directa, la obra permanente del cultivo de nuestro propio jardín. Allí los socialistas; los anarquistas aquí.

Y la solución para el problema nuestro es preciosa: ensanchar el campo de acción del sindicalismo, actuando nosotros como idealistas lo que el proletariado como clase no puede actuar. Habrá que quebrar los cachivaches de antaño. Habrá que salirse de la rutina que argumenta al amparo de una supuesta superioridad, ahorrándose razonar. Habremos de ser menos rectilíneos, menos unilaterales e invadir con nuestra crítica y nuestra propaganda todos los cotos cerrados del intelectualismo, del arte, de la ciencia. Habremos, sobre todo, de eliminar cualquier fanatismo, matar todo espíritu de secta, mostrándonos anarquistas a la altura de una serenidad de juicio y de una rectitud de sentimientos y de conducta que, de hecho, sojuzgue y haga enmudecer a nuestros adversarios. No imaginativos, no jacobinos trasplantados a nuestro campo, sino hombres de reflexión y de estudio que vayan directamente y firmemente a su camino, serán menester para esta labor de renovación. Ni obcecados ni timoratos por la acción, cualquiera que sea su forma; no soñadores ni empedernidos pesimistas incapaces de vivir la verdadera vida.

Más directa, más fructífera que la diaria y la pequeña labor de propaganda personal por la palabra y por la conducta, no lo es ni la del periódico ni la del libro. Los hechos, sobre todo los hechos, son los que el proletariado cotiza actualmente, impregnado del espíritu de la época. ¿Y qué mejor para nosotros que las llamadas lecciones de cosas?

Cooperemos a la acción revolucionaria del proletariado; saturémosla de nuestras ideas. Seamos perseverantes sembradores de verdades, y cuando la ocasión sea llegada, que los trabajadores y también nuestros adversarios vean que no se vuelve la cara, que con las palabras marcha al unísono nuestra conducta. Y en esta dirección cada uno hallará medios sobrados de aportar su grano de arena a la acción social anarquista.

¿Líneas generales? ¿Planes previos? Del todo inútil. Circunstancia de lugar y de tiempo, diferentes aspectos de la lucha, requieren distintos modos de actuar. En la inmensa variedad de los caracteres de las luchas de nuestros días, cada momento es único. La persistencia en las mismas ideas o en los mismos hechos nos llevaría derechamente a la rutina.

Renovémonos de continuo, modificando todo lo que sea accidental y transitorio sin quebrantar lo esencial, que es la idea anarquista.

  • Acción Libertaria, núm. 12, Gijón 3-10 de Marzo de 1911.

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