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RICARDO MELLA
No es tarea fácil prologar científicamente—¿no estaría mejor dicho «filosóficamente»?—a Ricardo Mella. ¿De donde viene, a donde va el pensamiento de este escritor con su abundante y variada producción? Responder a estas dos preguntas de modo banal puede hacerlo cualquiera; responder de un modo rigoroso y correcto no está al alcance de mi limitada inteligencia, aunque la amistad que me unía al muerto procure intentarlo. Pero si no es fácil esta prolongación, lo as mas una «presentación», algo así como una bio-bibliografía, Y como esta la tiene ya hecha Pedro Sierra en sus documentados «Apuntes para contribuir al estudio de su vida y obra», trabajo leído en la velada que en homenaje a Mella se celebro en el teatro Tamberlik, de Vigo, el 15 de Septiembre de 1925, transcribiré gustoso algunos párrafos de ese escrito, aunque no todos, para no dar demasiada extensión a este prologo: Dice Sierra:
«Era federal a los veintiún años: La Revista Social me decidió—palabras del propio Mella en La Revista Blanca, de Madrid, 15 de Septiembre de 1902—por el anarquismo, y el 82 fuí a Sevilla—al Congreso de la Federación Regional Española—como tal. Proudhon influyó entonces grandemente sobre mis ideas. Mas tarde, Spencer. Conservo siempre cariño a los escritos de Pi y Margall. Actualmente leo lo que puedo y estudio, de modo que no acertarla a determinar una influencia dada».
En La Revista Social diose pronto a conocer Mella como escritor de raras cualidades. En aquel mozo de poco mas de veinte años apuntaba ya el publicista, el pensador profundo y elegante que más tarde hablan de admirar todos cuantos le conocían.
Acudió Mella con dos trabajos al Primer Certamen Socialista que se celebro en Reus el 14 de Julio de 1885, y ambos fueron premiados. Se titulaba uno «El problema de la emigración en Galicia», estudio muy .extenso y documentadísimo acerca de esta cuestión; el otro, «Diferencias entre el comunismo y el colectivismo», tema que preocupaba grandemente a los anarquistas de aquella época. Estos trabajos, y los demás que obtuvieron igual distinción en el Certamen. fueron publicados en un libro, en seguida agotado. Ahora lo reeditaba Revista Nueva, de Barcelona, que recientemente dejo de ver la luz.
Escribió luego Mella en la revista Acracia, de Barcelona, y en el periódico El Productor, algún tiempo diario, también de la Ciudad Condal.
Convocado en esta misma ciudad, para tener efecto el 10 de Noviembre de 1889, un nuevo Certamen Socialista—el que se conoce con el nombre de Segundo, que es el mejor, intelectualmente, de todos los celebrados—, a él acudió Mella con distintos trabajos, a cual meas meritorio. Son, por orden de publicación: «La Anarquía: su pasado, su presente y su porvenir», «Breves apuntes sobre las pasiones humanas» (1), «La Nueva Utopia» (novela imaginaria), «El colectivismo: sus fundamentos científicos», «Organización, Agitación, Revolución», y, por ultimo, «El crimen de Chicago» (2). Estos trabajos, todos premiados, juntos con los demás de otros autores que obtuvieron la misma distinción, se editaron en libro, habiéndose agotado la primera y segunda edición.
A partir de este Certamen, Mella brilló ya en el campo social como figura de primera magnitud. El mismo Pi y Margall fue sorprendido por la profundidad de pensamiento que encerraban los trabajos premiados de Mella y por la elegancia de estilo con que exponía sus ideas. Así, la colaboración de Ricardo Mella comenzó a ser solicitadísima por publicaciones numerosas de España y del Extranjero.
Melia no vivía de su pluma, como vivían y viven otros muchos con menos valer que él; tenia que ganar el sustento suyo y de la familia, que acababa de crear, con su profesión de topógrafo. Pero, no obstante, atendía a todas las peticiones de colaboración que se le hacían, porque su pluma era fácil, poseía abundantes ideas en su cerebro y estaba, en el período de 1890 a 1900, animado de una fuerza de pasión revolucionaria que necesitaba manifestar del modo para el mas factible: en el periódico y en la revista, en el folleto y en el libro.
En esta década de años colaboró asiduamente en los periódicos La Anarquia y La Idea Libre, de Madrid; El Corsario, de La Cortina, y El Despertar, de Nueva-York; en las revistas Ciencia Social, de Barcelona y Buenos Aires (1895-96 y 1897-900, respectivamente); en La Questione Sociale, también de la capital argentina (1894-96), y en L’Humanite Nouvelle, que dirigía A. Hamon, de Paris.
De esta época es su lamoso libro Lombroso y los Anarquistas (Barcelona, 1896), en el que refuta las teorías antropológicas de aquel escritor italiano, y sus folletos «Los sucesos de Jerez» (Barcelona, 1892), «La barbarie gubernamental en España» (Brooklyn, 1897) y «La ley del numero» (Vigo, 1899).
En Septiembre de 1900, representando a varios grupos libertarios, asistió al Congreso Revolucionario Internacional de París, presentando su hermosa Memoria «La cooperación libre y los sistemas. de comunidad», donde fija, puede decirse que definitivamente, su criterio sobre la base económica de la sociedad del porvenir. De esta mismo año son sus folletos «Del amor: modo de acci6n y finalidad social», editado en Buenos Aires por la Biblioteca «Geopolita», y «Tactica Socialista», imprenta del Progreso, Madrid.
«La coaccion moral», uno de sus mas bellos trabajos de pensador y de artista del lenguaje, es de 1901. Agotada la primera edición, se reedito mas tarde en el tomo «Cuestiones sociales».
Durante los primeros años del siglo actual colaboró algo en distintas publicaciones: La Revista Blanca y Tierra y Libertad, de Madrid; Juventud, de Valencia; más asiduamente, en Natura, magnifica revista que salío en Barcelona en 1903–1905. En la colección de esta revista, con hermosos artículos que aun sigue reproduciendo la prensa libertaria mundial, figura también el texto de una conferencia que explicó Mella en el Instituto de Jovellanos de Gijón, el 2 de Abril de 1903, acerca de «Las grandes obras de la civilización», conferencia que mas tarde, en 1915, apareció en folleto editado por la Biblioteca «Cultura Obrera», de Jerez.
Desaparecida Natura y habiendo surgido por entonces grandes divisiones entre los anarquistas españoles, Ricardo Mella, que por temperamento y educación estaba siempre por encima de pequeñeces de capilla y de bajas pasiones, decidió recluirse en el silencio, estudiar más, meditar, pensar mas en los suyos. Que yo sapa, en estos años de depresión moral solo escribió algún que otro trabajo para la revista Il Pensiero, de Roma, y La Protesta, de Buenos Aires.
Se reanimo de nuevo su pasión por el ideal después de los sucesos de Julio de 1909 en Cataluña. Aquella rebelión y los hechos posteriores le hablan galvanizado. Pero, aunque colaboraba algo en el diario madrileño El País, tenía necesidad de una tribuna periodística más propia y que no guardase relación con el pasado, causa de su silencio en España. Expuso su objeto a buenos amigos de distintas poblaciones, y habiendo recibido la ayuda necesaria para los primeros números de un periódico, pronto vió la luz Acción Libertaria.
En este semanario—Gijón-Vigo, 1910-11—, en el que le sucedió, El Libertario, Gijón, 1912-13, y en Acción Libertaria, segunda época, Madrid, 1913-14, está, sin duda, lo mejor que Ricardo Mella produjo con su pluma; lo creía al también así, según cartas suyas que conservo. Las anteriores años de apartamiento de las lides periodísticas, consagrados al estudio y a la reflexión, habían elevado sobremanera el pensamiento de Mella. Estaba entonces en esa edad en que las inteligencias superiores se hacen completamente maduras. Su estilo, siempre tan claro y galano, habrá también ganado en riqueza de expresión, como si para Mella no tuviese ya secretos el idioma. Ahí están, para atestiguarlo, sus soberbios artículos de esos años: «Los cotos cerrados», «La gran mentira», «Dialogo acerca del escepticismo», «Los grandes resortes», «Mas allá del idea1», «Las viejas rutinas» y mil más, pues Mella, fecundo como nunca, escribía en ese periodo con verdadera prodigalidad, firmando con su nombre, con dos iniciales, con una sola, con sus seudónimos: Raúl, Mario, Dr. Alen, sin firmar también. En esas publicaciones cultivó Mella todos los géneros posibles del periodismo de ideas: el articulo de fondo, consagrado generalmente al comentario de la actualidad política y social; la exposición de teorías, siempre original y sugerente; la réplica apabullante al adversario; ensayos literarios, educativos y llenos de emoción, de calor; la crítica de libros… Pero todo escrito de modo superior, sin una nota de mal gusto, porque Mella era un aristócrata de la inteligencia. Muchos de estos trabajos, que habían de ser los últimos de él, dejan en el ánimo esa impresión de serenidad que solo saben provocar los escritores de selección.
En la recopilación de trabajos que forman este libro, destaca la producción cumbre, permítaseme la palabreja de moda, de Mella, lo mejor pensado y lo mas bien escrito en sus últimos años de lucha periodística. La producción anterior a estos últimos anos, con ser excelente, no es tan superior. Es, también, un poco discrepante con la de éstos. Porque el pensamiento de Mella se fue agudizando y perfeccionando a medida que al tiempo iba transcurriendo y la observación era más detenida y sagaz. El anarquista-colectivista de la mocedad iba cediendo el paso, no al anarquista-comunista como habrían deseado algunos camaradas polemizando son él años atrás desde las columnas, creo, de El Productor, de Barcelona, sino al anarquista enamorado, y mas que enamorado, convencido, de lo que es fundamental de esta filosofía: la libertad. Y no de la libertad comprendida en el egoísta sentido del anarquismo-individualista de los que desprecian el corazón y la mente de la masa, sino de la libertad de aquel anarquismo que, fuerte con su individualidad destacada de la masa, vive, sin embargo, con esta la vida del corazón y de la mente procurando con su cooperación—que es pedagogía, que es enseñanza-—perfeccionarla para que se determine en un progreso social, colectivo, y no en un mero cambio gubernamentalista y superficial de personas y cosas, como probablemente determinarla el sectarismo de los que subordinan toda su labor proselítica al interés actual, inmediato, de una clase o partido. Mella huía de esto último como de la peste. Y hacía bien. Pero como todo propagandista comienza cantando—juventud, pasión—y acaba discurriendo—edad madura, reflexión—, de ahí las contradicciones que el juicio de un pensamiento rectilíneo—de un Anselmo Lorenzo, por ejemplo—atisbarla en su labor cotejando lo por el dicho en diferentes épocas. Pero no contradicción en lo fundamental, repito, de la filosofía anarquista. Mella quiere, simplemente, la libertad, toda la libertad, para educar el presente y para actuar el futuro. No quiere este futuro atado ya desde hoy a las concepciones socialistas—colectivismo o comunismo—, como pretenden estas dos escuelas en sus actuales propagandas. Quiere el hombre libre y dueño de sus destinos en todo tiempo y lugar. Ni mas ni menos. No amojona el porvenir. No dice a los hombres actuales: por la libertad al comunismo o al colectivismo, sino: por la libertad los hombres de mañana irán a aquella modalidad de socialismo que mutuamente acuerden. Libertad siempre para esta cooperación y acuerdo. Anarquismo y socialismo. ¿Cómo? Por la cultura, por la perfección individual que vaya desterrando errores y egoísmos. ¿Cuando? Cuando los hombres sepan y quieran. EI vehiculo, la libertad mas ampliamente razonada y sentida.
Tal vez el anarquista-colectivista de la mocedad lo explique su procedencia del campo republicano-federal, así como su horror al encasillado de sus últimos tiempos lo explique un justificado temor de que la incultura de las multitudes, de tan difícil reeducación, las lleve a actuar un comunismo grosero, primitivo y burgués, de convento o de cuartel, y no un comunismo libertario, altruista, sin resabios de estos hábitos de egoísmo a que por educación e imitación burguesas tan propensas se muestran las plebes de todas las clases sociales en cualquier momento y lugar, y que entronizan a los autoritarismos, sean políticos, sean económicos. que culminan en las dictaduras, del individuo—o minoría—sobre la multitud o de ésta sobre los individuos, que, acaso, todos los extremismos deriven en violencias y coacciones innecesarias una vez derribados los privilegios. ¿Previólas, la videncia de Mella, y de ahí su horror a los encasillados y su afán por preparar un porvenir de amplia libertad para todos los hombres? Es muy posible.
Y es tan luminoso e inquieto el espíritu evolucionista de Mella, va tan lejos antidogmáticamente en sn horror al encasillado, que el camarada Dionysios—otro inquieto—ha podido escribir de él lo que sigue y copio del numero 14 de Solidaridad Obrera, de Gijón, 23 Octubre de 1925:
Gozoso es llegara la cumbre de una montaña. Para los que presencian la ascensión, el gozo consiste en el esfuerzo del que marcha hacia la altura. De este esfuerzo se desprende la enseñanza, mas que de la llegada. Las personas que se oreen poseedoras de la verdad y repiten la misma cantinela durante muchos años, lo cierto es que no saben, de ninguna verdad, ni lo más externo.
Mella ha trabajado con ímpetu en arrancar velos a un sin fin de cosas. Pero detrás del velo primero aparecía otro, y ya no era útil la herramienta primera para la nueva faena. Inservible, en parte, el arma usada al comenzar la tarea, hubo de echar mano de otras. Sn cerebro, preparado, se las ofrecía. Por una mal entendida lógica de no contradecirse, no era cosa de desaprovecharlas y abandonar el trabajo. Deshizo las palabras del día antes con otras mas preñadas de sustancia. Aparentemente, habla abierto un abismo entre las razones iniciales y las sucesivas. Nada más que aparentemente. En realidad, una lógica mejor unía las unas y las otras: la lógica intima que ata los hilos mas diversos cuando todos, desde el quebradizo de un momento de entusiasmo, al más fino y mas fuerte que nace en una hora de reflexión, se originan de una atrevida búsqueda de luz para adentrarse en los problemas, no para hacer con ellos una doctrina limitada y pobre, que quien esto persigue no se contradice, sino un campo abierto de experimentación, amplio y sin lindes.
Manejando un lenguaje en muchas ocasiones perfecto, del que extrajo todas las posibilidades de expresión, hubo de oponerse, como todos los hombres que ahondan basta la entraña de las cuestiones, a la evidencia. Su desconfianza de la razón, tan nueva en las teorías libertarias, demasiado ahítas de fríos razonamientos sin vitalidad ni consistencia, encierra el aspecto más henchido de sustancia de toda su obra. Esta lucha contra la evidencia, a la que sólo llegan los cerebros que trabajan mucho, es un manantial inagotable de semillas de ideas. Los estudiosos que se adentren en los escritos de Mella, con atención, encontrarán, en ese destacado matiz de ellos, diversidad de sugestiones de las que extraer toda clase de enseñanzas, no doctrinarias, antes bien capaces de fecundar poco explorados, por la actividad libertaria, campos del pensamiento. De aquí lo personal de su obra entera.
Realmente, esta inquietud y este atrevimiento ascensional son la principal característica de Mella. El lector podrá comprobarla en cualquier pagina de este libro. Pero si esta ascensión— ascensión en el sentido doctrinal de la palabra es perfección, es progreso, es ir del menos al más, es, también, irradiación; pero la contradicción de los que se niegan a sí mismos para medrar particularmente, y no es ocasión de citar ejemplos, as descenso, es degeneración; es ir del más al menos aunque crean triunfar de momento en medio de boquiabiertos y vulgares papanatas deslumbrados por el sol que más calienta, llámese este sol individuo o partido, sea político o económico o artístico, sea osadía de valentón o arrebato vengativo de plebe que busca la impunidad en el gregarismo—pero si esta ascensión, repito, puede efectuarla un espíritu fuerte y osado, no es tan hacedera para todos sus contemporáneos, que no todo el mundo puede ser tenor o tiple, aunque estudie a reventar, si carece de facultades naturales. Aferrados por el presente, por la lucha diaria contra un presente burgués que perturba todas las conciencias y apenas si te da tiempo para la meditación, no nos es dable más que la duda, dudar de todo por si nos es posible superar la verdad adquirida y presenciar gozosos la ascensión mental del que nos enseña y anima con osadlas que siglos mas tarde se traducirán en mejores convivencias sociales. Y esta es otra característica de toda la obra de Mella: infundir ánimos al vacilante. Diríase al leerle que nos da la mano para que le sigamos en su carrera ascensional. Un corazón y una mente que viven en su tiempo y fuera de su tiempo a la vez, que tiene el cuerpo entre el rebaño y la mente absorta y fija en lo venidero, que si echa raíces en el suelo—observación, estudio—es para mas elevar basta las nubes la copa del árbol—hallazgo, afirmación—frondoso y cobijante. De su obra podrían decirse sinnúmero de cosas. Mi pluma, empero, no sabe decirlas. Por esto dije al principio que no era fácil prologarle. Lo dicho creo, sin embargo, que es bastante para quererle y admirarle. Sigamos, pues, cuanto podamos, por el camino señalado, y si algún discípulo un día logra superarle, estoy seguro de que Ricardo diría de el que es su mejor amigo aquel que supo contradecirle aventajándole; que prodigo y modesto, sin pizca de aquella vanidad del que se cree más guapo y más sabio del resto de los mortales y que en el fondo no es mas que ruin envidia de pigmeo corriendo desatentado en pos de una gloria estúpida que no topa con ella quien la desea sino el que la encuentra sin buscarla, como no es más guapo ni más inteligente el que cree serlo sino el que lo es sin saberlo el mismo casi siempre; que prodigo y modesto, repito, sí que lo era y así continuara perdurando en la memoria de los que como yo tuvieron el placer de convivir con el meses y meses bajo su techo.
José Prat
Barcelona, Octubre de 1925.
(1) Reeditado por Sampere en el libro de Mella «Cuestiones sociales», Valencia, 1912.
(2) Figura igualmente en « Cuestiones sociales ».
PRÓLOGO
Este libro es uno de los pocos que han de quedar en nuestro repertorio y en la preferencia bien fundada. Ricardo Mella es el valor que se produce muy en su tiempo, pero fuera de la cuadrícula temporal obligada por un acontecimiento determinado que según opinión vulgar se produce con independencia del pasado y de esa eterna presencia que es la moral universal. Mella aplica la moral a los hechos y los separa con método de criterio matizado por partes vitales o por partes negativas.
Esta matización se advierte en toda la obra de Mella. En su estudio sobre las pasiones, se adelantó, además, a los estudios más solventes sobre el psicoanálisis. En su prólogo a la Ciencia Moderna y el Anarquismo, de Kropotkin, supera a éste y seguramente sirvió para que el autor ampliara algunos conceptos. En la controversia con Lombroso, Mella dice tanto por intuición como por convicción y siempre con acierto para sugerir con cierto limpio recelo positivo y cierto respeto a las experiencias venideras.
El Ideario, esta serie de trabajos de distintas fechas y de variados temas, tiene la novedad, rara en nuestro medio, de ser una sucesión de interpretaciones de tipo periodístico. Fuera de las tantas veces presuntuosa sucesión de conceptismo ideológico, relleno más que lleno de sutilezas y distingos que parecen responder a un criterio escolástico, Mella va comentando la actualidad con verbo convincente y abundante en léxico. Su estilo es frondoso, en algunos momentos tropical, a menudo insistente, como si temiera que sus argumentos no van a quedar en la mente del lector. Y como la España de su época es poco más o menos ¡todavía! la del Quijote y la posterior en medio siglo a la muerte de Mella, las opiniones de éste tienen una validez permanente.
Los prólogos no deben ser largos porque, si se leen, distraen al lector impaciente por la lectura de un autor de prometido mérito. Mella tiene un decoro bien ganado en tantos años de crédito, pero es desconocido por las promociones jóvenes.
Este libro podrá remediar el inconveniente y más que enterar a los preocupados de lo que dice Ricardo Mella, explanar y mejorar lo mucho que sugiere, lo nuevo que promueve y lo excelente que produce en los cerebros, poco avezados, en verdad, a estas piedras medulares que no se entretienen en cominerías detallistas y van siempre a las dimensiones profundas y a las evidencias universales.
Felipe Alaiz, París, Febrero de 1953.
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