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El colectivismo. Sus fundamentos científicos
Preliminar
No se me oculta la importancia de la ardua cuestión que me propongo tratar. Sé que mi insuficiencia producirá un trabajo incompleto, tal vez inútil. Preferiría, como es natural, poseer los conocimientos científicos, adecuados al objeto, tan perfectamente, que hicieran de la obra salida de mis manos un verdadero foco de radiante luz, portadora o misionera de convencimiento y aceptación universales de la verdad. Mas, no obstante mi escasa capacidad, no me siento con fuerzas bastantes para renunciar un tema de mi particular preferencia.
Socialista revolucionario convencido, como otros muchos, me hallo solicitado por dos tendencias distintas y aun contrarias, y en mis aspiraciones entre la armonía de tales dos tendencias, cada una de ellas es impotente por sí misma para arrastrarme a su bando. Esta resistencia mía no es el resultado de una pasión o preocupación ciega; es, por el contrario, en mi concepto, la resultante de un análisis, si no bastante lógico, por lo menos sincero y honrado.
Me place por ello en extremo que se haya lanzado al palenque de la discusión aquella idea primordial que sirve de fundamento a una de las soluciones del complejo problema social. Me place mucho más que esa idea sea la misma que en mi sentir establece la armonía de las dos tendencias antes indicadas, y mis entusiasmos por aquella idea o principio me deciden a tomar parte en la contienda.
Con la sencilla locución Bases científicas en que se funda el colectivismo, se saca realmente a plaza, si no todo el problema social, la parte más importante de él, como lo es, sin duda, la pavorosa cuestión de la propiedad. Naturalmente, tal cuestión queda prejuzgada, al menos en lo que se refiere a su forma actual, en el contenido del tema sometido a la controversia. Se afirma en él un modo especial, una organización económica completa, opuesta radicalmente a las demás formas conocidas, y se piden nada más que sus bases científicas fundamentales. Eso parece reducir todo el trabajo a una breve reseña, pero en realidad no es así. Sin previa discusión, sin análisis precisos, no podríamos llegar a descubrir metódica y racionalmente esas bases fundamentales, y por tanto, la discusión y el análisis están sobreentendidos en dicho tema.
Otro punto importante queda sobreentendido también, según mi parecer. Me refiero a la base indispensable de todo organismo humano: la libertad. Presuponer un orden de cosas equitativo fuera de la libertad más completa sería una contradicción, una aberración incomprensible, y así trataré el asunto sujetándome en absoluto a esa condición de libertad ilimitada, sin que entre, no obstante, si no es por accidente, en el examen de condición tal y tan necesaria.
Hoy es ya en el campo de la ciencia, tanto como en el de la especulación filosófica, cosa por demás evidente que a las diversas formas de subordinación social debe sustituir el procedimiento libérrimo de la asociación. La crítica de los sistemas políticos está ya hecha definitivamente, y, quién más quién menos, todos afirman la libertad como condición sine qua non del organismo social. Le falta frecuentemente a la ciencia y a la filosofía el complemento indispensable de la asociación libre, porque sus eminencias no se han atrevido con el problema económico tan decididamente como con el político. Tal complemento es, puridad, la igualdad de condiciones, y, hoy por hoy, está encomendado exclusivamente a la masa trabajadora que, priva de los valiosos elementos de la ciencia, se ve sometida a un trabajo lento y fatigoso de difusión y propaganda.
Un Proudhon y un Spencer, abordando de frente el problema de la propiedad, decidirán la cuestión en el terreno científico y filosófico del mismo modo que la decidieron en cuanto se refiere al problema político. Mucho más firmes ambos filósofos en la crítica del orden social que en la del económico, mucho más poderosos en el análisis del autoritarismo que en el de la desigualdad, produjeron una obra deficiente, debiendo, sin embargo, tener en cuenta que el primero fue, entre todos los publicistas de nuestra época, el que más rudos golpes dirigió a la propiedad y el único que formuló una solución racional del problema dejando a un lado la del comunismo, antigua y desacreditada.
Pero ya que no falta el concurso de los hombres de ciencia, al menos el de los eminentes, debemos tomar con más empeño nuestra obra y suplir su silencio lanzando a los vientos de la publicidad nuestros modestos estudios y nuestros trabajos de propaganda.
Mi justificación radica precisamente en lo dicho en el párrafo anterior.
Bien sé que entre nosotros mismos he de luchar con la oposición de los que reputan, desde el punto de vista del comunismo libre, de poco radical, nuestra solución del problema económico, o conforme a ciertas tendencias, de harto sistemática nuestra idea del colectivismo. Bien sé que ambas escuelas, tanto en España como en el exterior, cuentan con grandes elementos e inteligencias superiores que nos llevan, naturalmente, bastante ventaja en la propaganda. Mas esto, si acaso, es un aliciente que nos inclinamos con mayor empeño a la contienda debido a nuestro convencimiento y nuestro amor a lo que creemos más justo y más en armonía con la libertad y la naturaleza humanas.
Grande es, por tanto, la empresa que tenemos a nuestro cargo; insignificante y sin valor el que intenta acometerla.
¡Audacia, audacia y siempre audacia!
Análisis de la propiedad
Analizar la propiedad tal como está constituida es tarea poco menos que superflua. Nadie ha hecho todavía su justificación, nadie se atreve a defenderla más que como un hecho necesario. En cambio, los ataques a la propiedad son innumerables. Cuantos publicistas viven fuera del convencionalismo han dado golpes mortales a esa institución. Pocos se atreven ciertamente a combatirla de frente, mas poco a poco se van minando sus fundamentos y sin grande esfuerzo se comprende que pronto vendrá a tierra juntamente con otras instituciones no menos sagradas que aquélla por el momento.
Por nuestra parte observamos que la clase trabajadora se dirige principalmente contra la propiedad. Para nosotros está fuera de duda que la tal institución es un simple despojo organizado por el privilegio contra las clases desheredadas. El monopolio y el exclusivismo son sus caracteres generales. El latrocinio, la explotación y el agiotaje, sus consecuencias inmediatas. Excluye del goce de la riqueza a una parte de los ciudadanos, sin duda la mayor, y esto basta para condenarla.
Todo lo que no tiene carácter de generalidad, todo lo que tiende a la exclusión de la esfera del derecho, es irracional e injusto.
El aspecto científico de la cuestión nos lo probará claramente. La teoría del desenvolvimiento evolutivo es ya una evidencia dentro de las ciencias naturales, y no lo es menos para la sociología. Darwin y Spencer, completándose, han universalizado aquella ley, explicando satisfactoriamente tanto los fenómenos de la Naturaleza como los de la vida por el simple proceso de la evolución. En el orden social el desenvolvimiento evolutivo tiene ese carácter de generalidad de que antes he hablado. El derecho ha ido de día en día popularizándose, y la exclusión ha sustituido la participación universal de sus beneficios y sus goces. La tendencia política es cada vez más favorable a que todos los individuos de la comunidad tengan parte activa en el gobierno, en la designación de representantes, en la administración de la justicia, etc.; evolución que, sin duda alguna, ha hecho visible a nuestra mente el concepto de la libertad completa o autonomía, mediante el cual la generalización llega a su máximun por la supresión del gobierno y la legislación. Del mismo modo, en el orden económico la tendencia se significa en el propósito de extender la propiedad a todos los miembros sociales. Cada revuelta o cambio de sistema va acompañado de una liquidación que entiende y reparte la propiedad. Cierto que, por otra parte, el hábito de apropiación se resiste al movimiento y tiende a concentrar la propiedad, pero es, precisamente, la fuerza contraria a la revolución como en el orden político lo es la centralización por el Estado, y nada tiene en contra de las hipótesis que vamos demostrando. El derecho, en su más lata expresión, se desenvuelve en la vida social a fuerza de generalizarse y se extiende a pesar de todas las resistencias. Es, pues, contraria a la marcha de la sociedad toda particularización del derecho, toda exclusión en su goce y es necesariamente irracional e injusta la propiedad en su forma actual de exclusivismo y monopolio.
¿Pero cabe, por otra parte, formular un juicio condenatorio contra la propiedad per se como dicen los filósofos? ¿No será más bien que lo que por propiedad entendemos no se reduce en definitiva a cualidades que se le asignan arbitrariamente?
La palabra propiedad se usa generalmente en su sentido de posesión exclusiva, y ya hemos visto cómo la evolución del derecho va franca y decisiva contra ella. La propiedad, fuera de las cualidades que las ideas dominantes y las leyes le atribuyen, se reduce a la simple posesión de una cosa. Y así como la evolución va contra el exclusivismo de la propiedad, puede afirmarse que por eso mismo favorece la tendencia de la posesión. En efecto, la posesión es para el individuo todo acto mediante el cual entra en el uso de una parte de la riqueza, es para la sociedad la función distributiva de esa misma riqueza, y así no hay ni idea ni escuela que no se vea obligada a reconocer de grado o por fuerza que la posesión es tanto un hecho de naturaleza como un derecho universal para la especie humana. La posesión es un principio común a todos los sistemas económicos. El individualismo deduce de el la propiedad tal como está constituida. El comunismo lo reduce al momento preciso del consumo, pero aun así la posesión existe de hecho y de derecho, porque todo consumo individual supone la posesión absoluta del elemento a esa función destinado.
Si se examina la cuestión fuera de toda clase de sistemas y con arreglo a un principio estricto de libertad y de igualdad de condiciones, entonces la propiedad, en su forma posesoria, se impone a la inteligencia como condición indispensable, sin la cual la integración del derecho resultaría ilusoria. «Negarme -decía un ilustrado colaborador de The Alarm– el derecho de poseer lo que haya producido sería una negación subsiguiente del principio fundamental de la libertad y una afirmación rotunda de la intervención o régimen gubernamental».
Es, pues, necesario no engañarse acerca del significado de las palabras. La propiedad en tanto cuanto significa un exclusivismo, un privilegio y un monopolio de las cosas, está fuera del derecho. Lo está mucho más cuando recae sobre lo que pudiéramos llamar riqueza natural y social. La propiedad, en cuanto significa posesión de lo producido, es inatacable; en cuanto se reduce al uso común o general de la riqueza natural y social, es la consagración del derecho.
Así como hay que distinguir entre la propiedad en su sentido actual y la propiedad per se, esto es, la posesión, así también hay que tomar en cuenta la diferencia notabilísima que existe entre la apropiación de la riqueza natural y social y la apropiación del producto realizado. De la confusión de estos dos términos nacen todas nuestras diferencias. Es indiscutible el derecho que en todos reside el usufructo de la riqueza natural y de lo que ha dado en llamarse riqueza social por su carácter de generalidad. Es incuestionable el derecho de cada uno a disponer libremente de su trabajo, de sus productos cómo y cuándo le plazca, so pena de cercenar la soberanía personal. Empeñarse en demostrar la realidad social o la realidad individual aisladamente en intento vano. Las escuelas individualistas y comunistas no hacen más que seguir a la metafísica en sus lucubraciones acerca de la unidad de Ser. El individualismo halla esta unidad en el hombre. El comunismo, más metafísico si cabe que el individualismo, la encuentra en la aglomeración de los hombres, la sociedad, del mismo modo que algunos filósofos reducen el Universo a la calidad del Cosmos o a la unidad de la idea.
Así como en el Universo observaos leyes generales y leyes particulares, fuerzas de atracción y fuerzas de repulsión, movimientos de rotación y movimientos de traslación, así en lo humano coexisten lo general y lo particular, el amor y el desvío, el progreso y la reacción. Con la misma grandeza del todo cósmico se nos impone el todo social, la comunidad. La misma pluralidad infinita del Universo se nos muestra en la pluralidad de los individuos. Si intentan penetrar en este misterio del todo y la parte, la razón se pierde porque sus relaciones como noúmeno nos son y nos serán eternamente desconocidas. Sólo el fenómeno es para nosotros accesible. Y el fenómeno en la vida humana nos demuestra que lo individual y lo general, que el hombre y la comunidad tienen esferas propias de acción, de vida, de movimiento; que la existencia particular del uno no supone necesariamente la generalización del otro, que los intereses y los fines y las funciones son, entre ambos órdenes de cosas, esencialmente distintos; que, en resumen, la humanidad como la idea, como el sentimiento, la naturaleza, es antinómica, dualista, y sólo por la armonía de los términos contrarios, necesariamente coexistente, puede llegarse a una solución racional del tremendo problema que suponen.
Esforzarse en demostrar que toda obra individual es en absoluto producto de la comunidad es tan inútil como el intento de probar que toda obra social proviene exclusivamente del individuo. Hay un cierto punto donde nuestros esfuerzos se estrellan. En toda obra individual hay ciertamente participación de la comunidad; toda obra social proviene, sin duda alguna, del esfuerzo, del impulso personal; pero no de tal modo que esta recíproca intervención nos permita decidir el problema en uno u otro sentido. Siempre podremos observar que toda obra individual reviste caracteres personales tanto como sociales, y recíprocamente. Siempre es un individuo el que contra las corrientes dominantes en la comunidad inicia una reforma o afirma una verdad hasta entonces desconocida. Siempre es la sociedad quien nos suministra los conocimientos y los medios de concebir un principio nuevo. El individuo y la comunidad coexistirán siempre dentro de sus esferas propias de acción, recabando cada uno para sí su derecho, su libertad. Reduce el uno al otro y tendrán inmediatamente la rebelión.
«Den a César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», decía Cristo. Den al individuo lo que es del individuo y a la sociedad lo que es de la sociedad, es el lema del socialismo moderno.
Así la riqueza natural y social es el derecho de todos: el producto elaborado es el derecho de cada uno. Dejen que la posesión, la propiedad, se verifique dentro del derecho, y el problema queda resuelto.
El principio de la autonomía individual y colectiva, la esencia de la libertad, no exige ni más ni menos.
Contra el privilegio de la propiedad, con todas sus consecuencias de subdivisión y monopolización, se levanta potente el derecho social a recabar su integridad. Contra la usurpación comunal surge rebelde el derecho del individuo que resiste a abdicar de sus prerrogativas.
Y ante este dualismo natural, yo me limito, en interés del principio superior de la libertad, a preguntar:
¿Qué necesita el hombre para ser libre?
Y contesto con las mismas palabras empleadas en ocasión de un estudio semejante:
«”Contestaremos resueltamente: el hombre, para ser libre, necesita de la propiedad”.
“Tal vez una exclamación de sorpresa salga de los labios de nuestros lectores al escuchar ésta, al parecer, herejía socialista; pero no hay para qué sorprenderse; procuraremos demostrar nuestra proposición”.
“Todo el fondo de la cuestión social se reduce a reivindicar la propiedad, hoy detentada por los acaparadores y privilegiados. La revolución, de hecho, no está más que en esto: devolver a todos la propiedad de su trabajo. Cada obrero que protesta y reclama, cada socialista que fulmina sus anatemas contra lo existente, cada revolucionario que lucha heroicamente por las nuevas ideas, cada uno y todos a la vez no hacen otra cosa sino batallar porque su producto, su trabajo, no sea robado por nadie. El principio de la reforma, excepción hecho de las parcialidades doctrinales, no es más que esto”.
“Por intuición las masas ven más claro en este asunto, como en todos, que las más firmes inteligencias. La justicia para ellas no va más allá: déjame mi propiedad, piensa, y seré libre; mi propiedad y mi libertad es todo lo que necesito para desenvolverme por mí mismo”.
“El hombre libre quiere tener dominio absoluto sobre lo suyo, y este suyo lo considera en el orden moral, en el intelectual y en el físico. Sólo así es verdaderamente libre. Si no puede disponer como guste de sus pensamientos, de sus sentimientos y de sus obras, no puede decirse que sea libre: una fuerza extraña, interponiéndose entre el sujeto y el objeto, anularía la libertad. El sujeto es el hombre, el objeto la propiedad, y la solución de este dualismo natural, el hombre y la propiedad en la unidad lógica, filosófica, del ser social en la plenitud de todas sus facultades”.
“Cuando el hombre ama, ama por la posesión del ser amado; cuando el hombre trabaja, lo hace por la posesión de su producto; cuando el hombre estudia es que anhela la posesión de la ciencia. Lo mismo ocurre en la mujer. Sólo poseyéndose mutuamente uno y otra, el amor llega a su apoteosis en la pareja conyugal. Del mismo modo se identifican y poseen el hombre y el producto, el estudiante y la ciencia, confundiéndose en la síntesis de la función física y la función intelectual”.
“Si el hombre moralmente no puede poseer y ser poseído, si no puede físicamente poseer su trabajo y ser poseído por su trabajo, si no puede apoderarse de la ciencia y la ciencia de él, su libertad queda limitada, estaos por decir, negada”.
“En estos tres modos de poseer está comprendida toda la vida del hombre, física, moral e intelectual”.
“El amor le hace dueño del ser amado, la producción del objeto producido, el estudio de los conocimientos adquiridos: su libertad es omnímoda. Que los enamorados resuelvan sus conflictos y diferencias como soberanos, que el productor y la producción se regulen como quieran, que el estudiante y lo estudiado se comuniquen ampliamente. El hombre, ante todo, es un ser libre, soberano de sí mismo, que rechaza toda imposición, y así como únicamente puede serlo”.
“Todavía te asombras. El hombre, propietario de la mujer; la mujer, propietaria del hombre. Dirás: ¡horror!”
“No des nunca a las palabras más valor del que puedan tener. Dos seres que se aman se poseen, y contra este hecho natural nadie puede ir más que los fanáticos que, suprimiendo las palabras, creen suprimir los hechos. Un hombre y una mujer que se amen se creerán siempre el uno del otro, se poseerán moralmente, en el orden de los sentimientos, nunca en aquel otro que les reduzca a cosas apropiables. Aquí la propiedad no es sino una reciprocidad de afectos, y quien dice reciprocidad, dice principio de la justicia; reciprocidad, por otra parte, libérrima, que no hay ni habrá jamás fuerza capaz de destruir”.
“Así, pues, nuestro argumento queda en pie sin motivos de asombro, que quien bien de palabras se asusta no muestra tener muy levantadas ideas de las cosas”.
“La propiedad es, por tanto, lo que el hombre necesita para ser libre. Si no puede disponer como guste de sus pensamientos y de sus obras, no puede decirse que sea libre. El Principio de la ANARQUÍA no puede declararse libre en cuanto a sus pensamientos y sus sentimientos, y robarle a la vez la libertad de disponer como quiera de sus obras, so pena de caer en la esclavitud económica”».
Avance del colectivismo
Una vez demostrado y afirmado el derecho de posesión, o lo que es lo mismo, la necesidad de la apropiación para el individuo, que viene a integrar sus libertades por cuanto así puede disponer como guste de sus sentimientos, de sus pensamientos y de sus obras, podemos iniciar ya un avance de la idea colectivista.
Ateniéndonos al rigorismo del derecho, afirmamos: la posesión en común de la riqueza natural y social, el usufructo libre de la tierra, el subsuelo, los mares, las máquinas o grandes instrumentos de trabajo, ferrocarriles, etc.; afirmamos igualmente la posesión privada del producto elaborado individual o colectivamente. Y conforme al principio universal de la autonomía, afirmamos, en conclusión, el libre funcionamiento de todas las agrupaciones productoras. Tal es nuestra síntesis.
No creo necesario acumular razones en demostración de la primera parte de esta síntesis. La universalización del derecho por ella realizado basta para que resista a la crítica del individualismo y se identifique con la del comunismo.
En cuanto a la segunda afirmación, no me esforzaré tampoco mucho en comprobarla. Sólo un adversario la rechaza del campo socialista. Y a este adversario preciso es que le recordemos que ante todo y sobre todo el hombre quiere ser libre, y ya hemos visto cómo no lo es realmente cuando su soberanía no va más allá de sus pensamientos y de sus sentimientos. Es necesario que la soberanía se extienda también a sus obras. Esa generalización del derecho que hemos reconocido en el proceso evolutivo de la sociedad y que es una garantía igualitaria de la Justicia, así lo exige. Libre el individuo para producir, podrá asociarse o permanecer independiente, podrá reservarse su trabajo o donarlo a la comunidad. Si reconoce que produciendo y consumiendo en común obtiene verdaderas ventajas, a la comunidad acudirá. Pero así el comunismo se reduce a un procedimiento primitivo para el individuo y para la agrupación, y en este caso nosotros nos guardaremos muy bien de combatirlo. Mas de lo que se trata realmente es de conocer los fundamentos, los principios generales en que ha de descansar la sociedad, y en este caso el comunismo es un sistema, es un dogma inasociable, a nuestro criterio de libertad, porque supone la renuncia universal de un derecho, ya que no su anulación forzosa. Así hemos de limitarnos a decir: he aquí el derecho, no teman los resultados. Y el derecho es que cada productor pueda cambiar o consumir, o donar sus productos cuando y como le plazca, que cada individuo pueda o no reservarse el resultado de su trabajo y entrar así con su propiedad en relaciones de transacción y de amistad o fraternidad.
Y cuenta que no hay para qué ocuparse de tan debatida cuestión del producto íntegro. Esta locución es nada más que un grito de guerra con el que el obrero colectivista significa que lo que quiere es que nadie le usurpe parte de sus obras, de tal modo que si el sistema del salario desapareciera, juzgaríamos hallarnos desde aquel momento en posesión plena del producto de nuestro trabajo.
Por algo y para algo afirmamos el libre funcionamiento de las colectividades. En un estado de libertad no caben fórmulas determinantes a priori y por eso rechazamos a un mismo tiempo el principio de que cada uno ha de obtener la remuneración de su trabajo conforme a sus necesidades y el de que ha de recibirlo de un semi-Estado conforme a la unidad de tiempo, la hora de trabajo, o conforme a la unidad de producto elaborado. Nosotros no admitimos que una comisión o administración tase nuestro trabajo. Tanto valdría admitir la intervención de la autoridad, invocar el sistema de gobierno en nuestras relaciones.
Si es necesario valorar la producción, si es preciso determinar el producto del trabajo de cada uno, la libertad es que han de resolverlo. La diversidad de trabajos producirá diversidad de soluciones. En tal otra el individuo preferirá el comunismo. En tal otra, la distribución equitativa e igualatoria. En la de más allá, el reparto proporcional ya exigido por el individuo, ya acordado por la agrupación, o el contrato libre en último término.
Nosotros no podemos darles una teoría del valor tal como pretenden, porque la ciencia no ha llegado a tanto. Pero hoy mismo pueden entrar en los talleres donde sus compañeros les darán un avance de aquella teoría. Ellos calculan, aparte de lo que la explotación se lleva, el valor de cada obra y la participación correspondiente a cada individuo. Pregunten también a los ingenieros y a los arquitectos, y ellos así mismo les dirán que los adelantos modernos les permiten afirmar poco menos que es una teoría completa del valor. Supriman todo lo que impide que la revolución se verifique, y seguramente nuestras diferencias desaparecerán.
En último término, si no contamos con una teoría del valor, esto nada dice en contra del principio afirmado. Hasta el presente no conocemos más que hipótesis acerca de la formación del Universo, y, sin embargo, no por eso nuestra lógica es menor a decidirnos contra la teología y sus dioses.
El colectivismo es el avance de una aspiración científica, y la ciencia camina muy despacio para que en un día pueda darnos la solución de todos los problemas. No obstante esto, el principio colectivista resiste los embates de la crítica.
Cuando contra él se arguye por los partidarios del individualismo, es más poderoso en su lógica que el comunismo.
Cuando, por el contrario, los ataques vienen del campo de los partidarios de la comunidad, le basta invocar el derecho y la libertad. Así, ya hemos visto cómo se reducen a la nada esos pretendidos obstáculos en la apreciación del trabajo, porque esto equivale a entrar en el terreno de las aplicaciones y lo que hace falta es demostrar que el principio en sí es erróneo. A los que arguyen, con una ligereza indiscutible, que los enfermos, los inválidos, los niños y los ancianos no podrían vivir según el principio colectivista, basta indicarles que de lo que se trata es de constituir una sociedad de hombres aptos, en la plenitud de todas sus facultades y en posesión de todos sus derechos. Argumentos tales no merecen siquiera los honores de la refutación, porque suponen tan escasa fe en la libertad que, de creerlos, el hombre emancipado sólo habría de cuidar de sí mismo. Por este camino se puede llegar a la negación de la libertad, porque el loco y el idiota supondrían la imposibilidad de vivir sin gobierno. Y no es otra, ciertamente, la lógica de los impugnadores del colectivismo. Confunden lo general con lo particular, la ley con el fenómeno, la regla con la excepción, el derecho con el sentimiento, la justicia con la solidaridad, y así buscan un principio único que lo comprenda todo del mismo modo que el teólogo busca la causa única que todo lo explique.
Desde el momento que se supone suprimirlo el Estado, desde el instante que la sociedad no es ya fuente de derechos y deberes, sino una simple asociación de hombres libres, la libertad es la que únicamente puede resolver los conflictos de la economía, de la justicia, de la humanidad. Cuanto antes se esperaba del principio de gobierno, hay que esperarlo entonces de la espontaneidad individual y colectiva. Asociaciones de crédito, asociaciones de instrucción, asociaciones de seguridad, asociaciones de mutua reciprocidad, surgirán espontáneas para realizar y completar la obra de la emancipación humana.
Así como en el terreno político proclamamos la ANARQUÍA y en el económico preconizamos el colectivismo, en el orden de los sentimientos humanos, de cooperación universal, propagamos la solidaridad.
¡Qué! ¿Suponen, acaso, que abandonamos al desvalido? ¿Suponen, acaso, que le reservamos la limosna? La operación de crédito, la garantía recíproca de seguridad, la previsión individual que por la asociación se guarece contra lo inesperado, no es pura sensiblería, no es caridad, no es limosna; es manifestación de derecho, fruto de la libertad, consagración de la dignidad.
Hay conceptos que explican perfectamente todo un orden de ideas. Así nuestros impugnadores, creyendo resolver el problema, gritan: «¡Uno para todos, todos para uno!». Y esto significa claramente, en primer término, la subordinación del uno al todo, y en segundo lugar, la del todo al uno, esto es, la reciprocidad de la esclavitud económica. ¡Qué sarcasmo en boca de los defensores de la libertad!
Nosotros, por oposición, decimos de acuerdo con la Naturaleza y la libertad: «Cada uno para sí, todos para todos». Y vemos, en efecto, que así afirmamos en primer lugar la integridad del derecho y la autonomía personal, y en segundo término la solidaridad universal y la generalización de la libertad. La ciencia y la Naturaleza nos aportan elementos precisos de demostración. En el proceso de la vida humana se manifiestan constantemente esas dos fuerzas, esas dos tendencias coexistentes por toda la eternidad: especialización o determinación del yo individual; generalización del yo social; homogeneidad del elemento simple; heterogeneidad del todo compuesto; diferenciación de lo indiviso, integración de lo divisible. En el desarrollo de la vida orgánica, el paralelismo es absolutamente idéntico. Cada organismo se individualiza fuertemente y absorbe toda la savia indispensable para su crecimiento, con exclusión de los demás organismos semejantes. La Naturaleza, por su parte, tiende a la heterogeneidad más completa enriquece su múltiple organismo y condensa su unidad sintética a fuerza de arrebatar parte de la vida de sus componentes simples, organismos inferiores y supeditados a ella por relaciones de necesidad. El Cosmos y el átomo, en fin, son el orden físico, maneras distintas de la individualidad manifestándose poderosa.
¿Cómo separarse, pues, cuando de soluciones científicas se trata, de lo que la ciencia misma pone de manifiesto? ¿Cómo establecer a priori principios que están en pugna con la Naturaleza?
El colectivismo, ya lo hemos dicho, es el avance de una aspiración científica. No le pidan, pues, detalles, aplicaciones, fórmulas completas que la libertad rechaza. No dogmatiza, no se erige en sistema. Da principios generales de derecho de acuerdo con la Naturaleza y la ciencia y eso basta. Así caben dentro del colectivismo todas las maneras de la producción, del cambio y del consumo, todas las formas de cooperación, todos los modos de asociación para el goce universal de todas las riquezas y de todos los placeres. La ciencia, el arte, la industria y la agricultura tienen la garantía de su derecho libre dentro del colectivismo, y puede afirmarse, por cuanto dicho queda, que si este principio económico constituye un sistema, es ciertamente el único sistema grato al hombre, porque es el sistema de la Libertad.
Fundamentos científicos del colectivismo
Cuantos leyeran este trabajo habrán visto en los capítulos precedentes que la solución económica que defendemos está de acuerdo con la naturaleza del hombre y con las enseñanzas de la experiencia. Huyendo de todo exclusivismo dogmático hemos venido a parar a una concepción racional de las cosas y de las ideas, a un positivismo científico del desarrollo biológico de la sociedad. Dando de mano a todas las fórmulas doctrinarias hemos juzgado innecesario resolver los arduos problemas de la psicología, e independientemente de ellos, tomado por única base la realidad del hombre, concluimos determinando las líneas generales de una libre organización social.
Por otra parte el razonamiento lógico, la filosofía del derecho, nos ha permitido describir el principio jurídico en virtud del cual la generalización de la propiedad se nos impone paralelamente a la de la libertad y a la de la solidaridad. El desenvolvimiento simétrico de estos tres modos de la vida social se verifica de tal manera que puede asegurarse es, en su esencia, la realidad del progreso en su más alta expresión.
¿Cabe dudar que este principio, esta idea del colectivismo tenga verdaderos fundamentos científicos, dadas sus condiciones de compenetración con la naturaleza humana y el derecho social?
La filosofía positivista ha podido explicar, como ya hemos dicho, mediante el principio de la evolución, la mayor parte de los fenómenos del Universo y establecer las leyes generales de la vida. Los naturalistas han determinado satisfactoriamente las relaciones y orígenes de los seres, los fines y naturaleza de las especies, y gracias a ello podemos hoy reírnos de las majaderías teológicas con que antes se nos hacía comulgar. Los teólogos, del mismo modo, no suministran datos bastantes para formular la trayectoria de la constitución y desarrollo del planeta. Los astrónomos nos explican asimismo y de un modo racional los sucesivos períodos por que atraviesan los astros, la solución de las nebulosas, la regularidad de los movimientos y la sucesión de los fenómenos atmosféricos.
Así también la sociología comienza a establecer de un modo científico sus principios fundamentales, y de aquí que el principio de la evolución constituya la base primordial, la esencia de la investigación en todas sus formas. El análisis de la evolución social es, por consiguiente, la primera condición de todo conocimiento de las leyes por que se rigen las agrupaciones humanas.
La base científica que en primer tiempo viene en apoyo del colectivismo es precisamente la que nos suministra la evolución social.
A poco que se estudie la historia de la propiedad, un hecho constante se ofrece a nuestras reflexiones. Desde el comienzo de las sociedades hasta nuestros días, la propiedad privada y la comunidad o el Estado han vivido y viven en lucha permanente, pese a las apariencias de una falsa armonía. Cada día la agrupación arrebata sus propiedades y sus derechos al individuo más y más. Cada día el individuo se esfuerza con mayor empeño en atribuirse el absolutismo del derecho posesorio, y procura arrancar al Estado sus principales atributos. El individualismo y el comunismo viven así en eterna batalla, sin que el tiempo se decida por el uno y por el otro. La propiedad privada se ve cada día más invadida por el Estado, y aun en pleno individualismo hay muchas cosas comunes a todos los ciudadanos. Los bienes comunales se ven, por otra parte, solicitados de continuo por el interés individual, y aun en las cosas de goce más universal, más común, surge la usurpación privada en su forma de exclusión, ya por el individuo, ya por la colectividad. La constancia de este vaivén, de este fenómeno social, habla muy elocuentemente en contra de ambas soluciones. La sociedad, no hallando la expresión de sus deseos en ninguno de los dos términos, parece encontrarse en ese primer período en que las fuerzas luchan por determinar la resultante necesaria. Pero al fin el progreso material, el gran adelanto de las ciencias y de las industrias, viene a apresurar el momento de iniciación evolutiva, y la sociedad comienza a entrar en una nueva fase. A la producción individual, a la explotación aislada, sustituye la producción en común, la explotación en grande escala. Surgen por todas partes sociedades agrícolas, industriales, comerciales, y el esfuerzo personal es reemplazado por el titánico esfuerzo colectivo. La multiplicación de las asociaciones productoras, la tendencia general a la cooperación para el consumo, la iniciación de sociedades de seguridad y de crédito mutuo, manifiestan que la propiedad esta próxima a un rápido cambio. Sólo falta que la evolución recorra lo que le resta que hacer en la obra emprendida, sólo se necesita que aquélla, haciéndose consciente, determine el momento supremo de la revolución, y el colectivismo será un hecho. La revolución, suprimiendo el agente intermediario y la propiedad exclusiva, o sea, el monopolio de la riqueza, echará por tierra todos los obstáculos que se oponen a que la evolución se verifique en toda su amplitud. En vez del terrateniente que explota al siervo del terruño, en vez de la sociedad anónima que estruja al obrero industrial, en lugar del empresario que aniquila al trabajador, verán aparecer instantáneamente la asociación de agricultores explotando por su propia cuenta la tierra, la asociación de obreros industriales trabajando en sus propias fábricas, la asociación de maquinistas, de mecánicos, etc., usufructuando las vías férreas; los proletarios, en fin, hoy dispersos y desheredados, agrupados con diversos objetos y en posesión de todos los elementos del trabajo.
Quien no vea que ésta y no otra es la tendencia social, quien no vea y comprenda que la evolución es esencialmente colectivista, está ciego o aparenta estarlo.
Y es totalmente colectivista la evolución social, porque nada en ella se descubre que favorezca a la comunidad. Parece como que el individuo, teniendo por cosa indiscutible su derecho, comprendiendo que la integridad de su trabajo es su única y su legítima propiedad, ni siquiera se preocupa de otra cosa que de entrar en la posesión, en el usufructo de lo que a todos corresponde por igual.
Es, pues, uno de los fundamentos científicos del colectivismo la evolución social de la propiedad.
¿Puede explicarse de algún modo que el elemento comunista no entra para nada en esta evolución?
Seguramente. Otro principio científico, debido también a la escuela evolucionista, nos dará razón de aquel fenómeno. Es ley general de los seres vivientes que los organismos todos tengan por condición de su existencia la necesidad de la diferenciación individual. Cada organización particular de la materia se desarrolla, precisamente, por este medio. Al par que se enriquece en sus elementos componentes, que se hace más heterogéneo, se esfuerza en distinguirse radicalmente de sus contrarios acentuando los caracteres especiales de su individualidad. Este hecho de experiencia, comprobable en toda ocasión, tiene su origen en el principio llamado del combate por la existencia. En el reino animal se manifiesta este principio de un modo evidente. Aún las especies que viven en comunidad, no se libran de él, puesto que realmente lo que hacen con sus procedimientos de organización, en los cuales entre por mucho la esclavitud, es prepararse mejor, colocarse en condiciones más ventajosas para la lucha.
Este principio que la ciencia ha popularizado, por cuya razón no he de empeñarme en demostrarlo, es el que explica, de una manera clara y terminante, que el elemento comunista no tanga parte alguna en la evolución. Por él tiende el hombre, por naturaleza, a la diferenciación, a la individualidad enfrente de la individualidad. Por él se verifican todos nuestros adelantos, se producen nuestras mejores obras. Sin la lucha por la vida, sin ese sentimiento que nos coloca en la necesidad de sobrepujar al que va al lado o delante, nuestras pasiones dormitarían y la actividad progresiva sería nula, la resultante para el mejoramiento de la sociedad, cero. Es preciso que el hombre entre en lucha con el hombre y con la Naturaleza, es decir, con todo lo que no es su yo, para que el trabajo, la ciencia y el arte se produzcan adornados con todas las maravillas que hoy conocemos. Por eso la invención, el mejoramiento, el adelanto, provienen siempre de la espontánea iniciativa individual; por eso la colectividad, más débil en lo que pudiéramos llamar su conciencia individual, resiste frecuentemente al impulso dado por el individuo a causa de que la ley, el principio del combate por la vida, lo inclina mucho menos que al hombre a la diferenciación.
Así la evolución social no se contagia de comunismo y tiende, por el contrario, a mantener ese otro principio que da origen a todas nuestras manifestaciones activas. El movimiento transformador se verifica, pues, independientemente del derecho individual, y aun se conserva a través de todas las alteraciones del orden establecido. ¿No explica esto de una manera precisa que la sociedad huye por igual de esos dos extremos que la solicitan de continuo?
El colectivismo, consagrado por un lado la generalización del derecho, y por otro la garantía de la propiedad del trabajo, puede enorgullecerse de satisfacer a dos principios científicos: el de la evolución y el del combate por la existencia.
Pero aún hay más. Esta última adquisición de la ciencia se manifiesta y se desarrolla en las sociedades humanas de un modo más acabado que en los demás grupos de la escala zoológica. Los irracionales, y aún hoy los seres humanos, en parte, viven a expensas de esa ley en lucha abierta de destrucción recíproca y total. Sólo algunas especies llegan a comprender la necesidad de la asociación para el combate. Las más tienden a la conservación individual con exclusión de todo sentimiento de reciprocidad que no sea el de la guerra feroz y permanente. Del mismo modo, nuestro actual individualismo no comprende más que la mitad de la ley a que obedecen todos los seres. Es la nuestra una sociedad rudimentaria, donde domina casi exclusivamente el elemento negativo de la Humanidad, el animal. Pero a medida que nuestros conocimientos se multiplican, al par que el desarrollo biológico va adquiriendo el cuerpo, el elemento humano se extiende, y a la guerra salvaje, propia de la bestia, sustituye la noble contienda de la razón, del arte, del saber, del trabajo. Entonces se ve surgir el complemento necesario del principio de la lucha por la vida y a la exclusión que antes lo caracterizaba, sucede la atracción de los combatientes. Comprende el hombre que el principio antes dicho es un elemento negativo del individuo frente al individuo, y piensa en dirigirlo contra la Naturaleza, asociando todas las fuerzas opuestas entre sí. Nace así la idea general de la asociación para el combate de la existencia, y lo que empezó siendo fruto del salvajismo acaba determinando el mayor grado de perfección humana: la solidaridad social. Lo que no puede realizarse si no es de un modo inconsciente entre los brutos, se verifica conscientemente entre los humanos. El sentimiento de la conservación individual, que tan fuertemente nos gobierna, se identifica así con el sentimiento de la conservación social y se hace más poderoso, más inteligente, más sabio. Allí donde no había más que guerra de hombre a hombre, vemos surgir la sociedad frente a frente de la Naturaleza. Sojuzgarla, dominarla es el objeto del hombre. Reúne sus fuerzas, agrupa sus elementos, constituye la asociación cooperativa y encauza la potencia común y la dirige a aquel fin determinado.
El Combate por la existencia y la asociación para el combate, tal es la ley que rige a la sociedad. Individuo y grupo, propiedad y solidaridad, diferenciación y asociación, son términos de la serie lógica, del método científico a que, según aquella ley, se ajusta el colectivismo.
Es inútil reducir los términos, aparentemente opuestos, a la unidad sintética que los destruya. Podrá esto conseguirse en el orden de las ideas por sucesivas abstracciones de la realidad, pero de hecho existirán eternamente, del mismo modo que existirán siempre el neumeno y el fenómeno, la realidad y el ideal, la atracción y la repulsión molecular, la razón y el sentimiento, la unidad simple y la unidad colectiva, lo homogéneo y lo heterogéneo.
El colectivismo está completamente de acuerdo con la ciencia. La tierra libre para el agricultor libre; la fábrica libre para el industrial libre; el elemento de trabajo libre siempre, para el productor libre. Sea la libertad el instrumento universal que resuelva todos los problemas de la vida, así en el individuo como en la sociedad. Sea la asociación o el contrato federativo, por otro nombre, quien resuelva todos los conflictos de la Libertad. Sea, en último término, la solidaridad quien nos defienda contra todas las alteraciones de las leyes naturales. He ahí todo.
Apoyan este novísimo ideal humano:
I. La tendencia generalizadora del derecho, o sea el paralelismo, la simetría en el desenvolvimiento y la integración de la libertad, de la propiedad y de la solidaridad.
II. La tendencia de la evolución social.
III. El principio universal de la lucha por la existencia y su complemento, la asociación para la lucha.
IV. El dualismo natural de la vida humana, o sea la existencia de la soberanía individual y colectiva.
V. La necesidad de la diferenciación individual libre de toda traba y de toda ley que no provenga de la Naturaleza o de la ciencia y sea voluntariamente aceptada.
Cada una de estas tendencias, principios o necesidades ha sido examinada ya separadamente y de un modo especial, ya simultánea y alternativamente al hacer el análisis de la propiedad, estudiar el colectivismo y puntualizar algunos de sus fundamentos más esenciales
¿Qué nos resta que hacer, por el momento? Nada absolutamente; pero si algo faltara sería en último término no originado por nuestra incapacidad.
La ciencia positivista y la experiencia, irán demostrando cada día con mayor precisión la certeza de los principios generales aquí establecidos. Tal es nuestra creencia en vista de los conocimientos adquiridos. Pero si así no fuera, como no somos espíritus cerrados a la verdad, depondríamos gustosos nuestros errores y confesaríamos ingenuamente nuestra lamentable equivocación.
Los principios conocidos hasta el día y el estudio de la Naturaleza humana dan, hoy por hoy, base firmísimo a la aspiración colectivista frente a frente del individualismo y del comunismo. Y quien ha dejado a un lado la fe religiosa, la fe política y la fe económica ha de seguir forzosamente a la ciencia y a la Naturaleza. La razón analizando es nuestro único guía:
Venga la luz del análisis, venga del radiante foco de la razón, venga la ciencia resultando de uno y otro, a iluminarnos, a convencernos si estamos equivocados, a fortalecernos si estamos en lo cierto.
En tanto, sigamos propagando y demostrando nuestros principios, sigamos popularizando nuestros ideales, continuemos firmes en la discusión y la crítica del orden social presente, que al cabo la verdad triunfará de todas las nieblas con que el error la envuelve, y la justicia prevalecerá, a pesar de todos los prejuicios, de todos los dogmas de fe y de todas las aberraciones del espíritu humano.
Nosotros, firmes en nuestras convicciones, continuaremos nuestra tarea de mantener, apoyados en la ciencia y en la experiencia, nuestros ideales de libertad política, de libertad económica, de libertad total para el género humano.
La libertad, nada más que la libertad queremos, que lo que la libertad no haga no podrá hacerlo poder ni institución alguna.
Por eso somos anárquico-colectivistas, por eso defendemos la emancipación definitiva del proletariado, y por eso a ella dedicamos nuestros esfuerzos.
Que el presente trabajo sea de alguna utilidad al fin que perseguimos, tal es nuestro deseo.
R. M.
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