Ensayos y Conferencias — Obras de R. Mella — II

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El problema de la emigración en Galicia

En 1885, el Centro de Amigos, de Reus, organizó un Certamen Socialista, primero de este carácter que se celebraba en España. Tema 5º de este concurso, propuesto por la Federación Obrera de Vilaseca, era el siguiente: “Estudio sobre algún punto relacionado con el trabajo agrícola y el problema económico.” El Jurado concedió el premio correspondiente a este tema al escrito titulado “El problema de la emigración en Galicia”, cuyo autor resultó ser Ricardo Mella Cea.

En unión de los demás trabajos premiados-veintidós, entre ellos otro del mismo Mella-apareció “El problema de la emigración en Galicia” en el tomo Primer certamen Socialista (LVII+575 páginas, tamaño 21X14, Barcelona, Imp. P. Ortega, sin año ni precio), obra pronto agotada y de la que no se hizo otra edición. (Revista Nueva, de Barcelona—69 números, marzo de 1924 a julio de 1925—, intentó reeditar Primer Certamen Socialista a base de regalar a sus lectores pliegos de 8 páginas de esta obra con cada número de la revista; Pero murió esta publicación cuando daba el pliego 26, paginas 131-138, que alcanzaban precisamente la primera parte del estudio de Mella).

Como tirada aparte del Primer Certamen Socialista hemos visto en la Biblioteca Arus, de Barcelona, el folleto «El problema de la emigración en Galicia», Memoria premiada en el Certamen Socialista celebrado en Reus el 14 de julio de 1885, por Ricardo Mella Gea. Tamaño 21X14, con 111+70 páginas. Barcelona, imprenta P. Ortega, Palau, 4. Precio: una peseta. Pero este folleto, editado por un grupo de amigos del autor, se debió agotar muy pronto también.

«El problema de la emigración en Galicia» es, por lo expuesto, un trabajo desconocido de la actual generación. Escrito por su autor cuando sólo contaba 23 años y no concebía las ideas anarquistas del modo que las propagó después, constituye un documento interesante para conocer la formación del pensamiento de Mella. Por eso incluimos este estudio en la colección de Obras completas, a pesar de que sabemos no era Mella gustoso de que se reprodujeran, sin él corregirlos, sus escritos de juventud.

No hemos querido nosotros -¡gran atrevimiento!-enmendar el texto de «El problema de la emigración en Galicia», limitándonos a poner algunas notas de estadística moderna a la parte documental del estudio, para que se vea hasta dónde los anos con firmaron o no las previsions de Mella.—Nota de los editores.

DOS PALABRAS

1.º Causas que motivan la emigración de las cuatro provincias gallegas.

2.º La emigración, ¿es favorable o perjudicial a los intereses de Galicia?

3.º En el primer caso, ¿a qué país o países debe dirigirse la emigración?

4.º En el segundo, ¿qué medios deben emplearse para combatirla?

(Tema propuesto por el Excmo. Ayuntamiento en el Certamen literario celebrado en Vigo el pasado año de 1884).

Pronto hará un año que se me ocurrió la idea de ir a un Certamen convocado en una ciudad de Galicia: Vigo.

Como se comprenderá por el subepígrafe que va a la cabeza de estos renglones, era el tema muy importante y la materia muy a propósito para someterla a la crítica desde el punto de vista de las ideas económicas que profeso; y aunque la tarea era superior a mis fuerzas, no dudé ni un instante en aprovechar la ocasión que se me presentaba de propagar o difundir en aquella comarca mis opiniones, que son también las de algunos millares de trabajadores.

Dábase, además, la circunstancia de que, aunque muy pocas veces planteado en Galicia, el problema de la emigración había sido casi siempre tratado rutinariamente, sin dar, por tanto, resultados visibles en cuanto se refiere al estado económico de la población rural galaica, y esto me alentó a llevar adelante mi propósito, olvidando o queriendo olvidar por un momento que éste no podía prosperar debiendo someter mi obra a un Jurado compuesto de doctrinarios, sabios de profesión sostenidos y pagados por el Estado, que habían de oponerse, en cuanto posible les fuera, a que las ideas modernas se difundieran entre aquellas masas de campesinos que son el nervio y la vida toda de tan hermosa cuanto desgraciada región.

Y en efecto, ese Jurado de eminencias formula su veredicto y da la prueba mas acabada de la certeza de cuanto dejo dicho.

No pretendo en manera alguna ejercer de juez y parte en este asunto, mas he de permitirme reproducir ese veredicto y someterlo a la pública opinión. Helo aquí: «El jurado entiende que, en cuanto a las memorias presentadas, si bien hay algunas muy recomendables, juzga que ninguna es merecedora de premio, o por no ajustarse enteramente las unas a las condiciones taxativas del concurso, que exigen una concisión de que carecen, o por obedecer alguna otra a un radicalismo sociológico que, cual-quiera que sea el juicio que en el campo de la teoría merezca, sería de inconveniente, si no imposible, aplicación en Galicia.»

Ahora cúmpleme solamente hacer constar dos cosas: 1º. Que en la convocatoria del Certamen no se decía que las ideas hubieran de ser prejuzgadas por el Jurado e influir, por lo tanto, en sus determinaciones. 2º. Que de haberlo hecho constar así yo me hubiera guardado de escribir ni una sola línea para el mencionado Certamen, porque si bien someto gustoso mis obras, buenas o malas, al dominio de la crítica, no así a la autoridad incomprensible de un cónclave, de un consejo de eminencias, sí, pero hombres al fin y como tales falibles en sus juicios. Soy hombre que repugno la autoridad, cualquiera que sea la forma en que pretenda imponérseme.

Hoy, noticioso de que hombres verdaderamente libres, ajenos de prejuicios y preocupaciones añejas, convocan a un Certamen en que las ideas no han de ser obstáculo a ulteriores fines, prepárome de nuevo a la lucha y tercio en el debate convencido de que, si en mi trabajo me ocupo de un hecho económico concreto y determinado a la par que referente a una comarca de España, no por eso deja de revestir aquellos caracteres de generalidad propios de todos los problemas económico sociales de nuestra época.

Para concluir. Debo una explicación a mis amigos y he de dársela: al pretender aplicar, en lo posible dentro del actual estado de cosas, mis ideas a la solución de un problema como el de la emigración, me he visto obligado a darla de momento, y por lo tanto, incompleta. Fácilmente se comprenderá que si se me hubiera pedido la solución íntegra de ese mismo problema, mi contestación hubiera sido tan categórica como necesaria: el problema de la emigración, como todos los que a cada momento ponen de relieve la deficiencia de la sociedad presente, sólo puede resolverse por medio de la anarquía política, la federación económica y la propiedad colectiva.

He terminado.

EL PROBLEMA DE LA EMIGRACIÓN EN GALICIA

La emigración puede ser la necesidad de hoy, no la necesidad de siempre.

Pi y Margall

PRELIMINAR:

LA POBLACIÓN Y LAS SUBSISTENCIAS

Estudiar y resolver el problema de la emigración, no es ciertamente tarea fácil si se tiene en cuenta que son escasos y poco exactos los trabajos de estadística con que contamos en España.

Es la estadística algo así como la historia puesta en números del desarrollo permanente y progresivo de todas las manifestaciones de la actividad humana; es el arte de contar las pulsaciones de una sociedad en crisis que se agita constantemente acosada por la duda; es, en fin, la nueva ciencia que nos revela, con la exactitud de las operaciones matemáticas, la potencia social de nuestros días y nos pone en camino de llegar a las más acabadas concepciones del destino humano. Realmente la estadística no es al presente más que un embrión. Llamada a constituir uno de los trabajos más importantes para las sociedades, comienza ahora a determinarse y es incompleta. Necesariamente llegará muy en breve a su mayor grado de desarrollo, si ha de satisfacer y cumplir el fin que en sí misma entraña y sin el cual no tendría razón de ser.

Acontece con sobrada frecuencia en nuestros días que las causas de los más graves males quedan siempre en la oscuridad de su origen, porque en lugar de buscarlas en el fondo oculto de sus determinaciones, nos contentamos con referirlas a sus manifestaciones exteriores, envolviéndonos en una atmósfera de empirismo que ciega y ahoga a los más fuertes espíritus.

Así observamos todos los días que se dice y se habla mucho de la emigración sin que, no obstante, se llegue tan sólo á comprenderla. Es verdaderamente lastimoso que hombres de alguna inteligencia señalen tales nimiedades, tales errores, como causas principales de la emigración, que al más miope se le alcanza lo desgraciadamente que se estudia por muchos este problema de tanta importancia para la vida social de un pueblo. Causas puramente locales y accidentales, manifestaciones lógicas de un mal profundo, sirven a veces para desarrollar en una inaguantable charlatanería todo un sistema, producto de la huera inteligencia de cualquier estúpido curandero de dolencias sociales.

En realidad, la emigración es un problema al cual no se ha prestado hasta el día la atención debida, y esto muy especialmente en Galicia. Es por cierto extraño que en un país como el nuestro, en donde la política está reducida al pequeño circulo de los que de ella viven; un país en que el trabajo es la ocupación predilecta de sus habitantes; en donde, por las condiciones del suelo y sus moradores, la vida es verdaderamente practica y de un realismo completo; es extraño, lo repito, que en semejante país no se preste más atención a los problemas de la economía y que al llegar al de la emigración se nos aturda, se nos maree con un cúmulo de exclamaciones sin sentido, quejas extemporáneas y argumentos ridículos, cuando se trata de hombres que tienen la obligación de saber y conocer los secretos del enigma de todos los tiempos, de la pavorosa cuestión social.

Que la emigración arrebata a la madre patria millares de brazos porque el padre de familia prefiere enviar sus hijos a lejanas tierras antes que entregarlos al servicio de las armas; que las contribuciones y las mil y mil gabelas que pesan sobre el productor, aniquilándole, le obligan a separar a sus queridos hijos de un suelo en que sólo les espera la ruina y la miseria; Que el afán, el deseo natural de hacer fortuna, engendra en el cerebro de nuestros campesinos ilusorias esperanzas que luego se convierten en el mayor desencanto allá so las orillas del Plata o en otra comarca cualquiera del Nuevo Mundo; y tantas y tantas otras lamentaciones por el estilo, constituyen el pasto diario de periodistas y escritores en este bello jardín de España, tan desconocido, tan menospreciado por las gentes.

Sin que deje de haber algo de verdad en las anteriores líneas, lo cierto es que, regularmente, las causas primordiales, el origen, el oculto resorte de la emigración, es cosa que no ha entrado todavía en el cerebro de los que a este asunto han dedicado algunos ratos de ocio.

Tiempo es, por lo tanto, de que Galicia conozca las causas primitivas de la emigración, sus efectos, sus ventajas, sus perjuicios, etc., etc., y esto es lo que me propongo indagar en esta Memoria, sin que ciertamente abrigue la seguridad, aunque si la esperanza, de conseguirlo. No me lanzo al palenque de la discusión cual nuevo revelador de lo desconocido. Solamente aspiro a poner de manifiesto lo que si otros no encuentran es porque no se toman la molestia de buscarlo. Al fin y a la postre la garrulería y el charlatanismo insípido es lo que priva en las sociedades modernas, y pocos, muy pocos son los que por el estudio y el trabajo se conquistan un justo renombre.

Dispénseme el lector esta pequeña digresión y permita-serie desde luego entrar de lleno en materia.

En el fondo de todos los problemas, así políticos y religiosos, como económicos y sociales, el hombre descubre o, cuando menos, presiente siempre algo que es común a todos y los comprende en una sola idea primitiva, algo idéntico que sirve de objeto a la infinita variedad de sus especulaciones; algo, en fin, que constituye, por así decirlo, su aspiración suprema.

El yo humano manifestándose por el trabajo, he ahí el objeto primordial de las investigaciones económicas; El yo humano determinándose por la metafísica, he ahí el campo de batalla de la religión; El yo humano revelándose por la libertad y la solidaridad, he ahí el fin de la política y de la sociología; El yo humano manifestándose en todo su esplendor por la razón y por el sentimiento, he ahí el secreto de la filosofía y del arte. Siempre el yo humano, principio, medio y fin de las investigaciones y disputas de los hombres.

Las sociedades, resultado de la voluntad del hombre, se ven envueltas en las diferentes fases de esa manifestación permanente y siempre varia de la personalidad del ser racional y libre. Así, la humanidad ha tenido una época correspondiente a cada una de esas variedades: Ha tenido la del misticismo, primero; la del absolutismo político, después; La de la filosofía y el arte, luego, y hoy se encuentra en la del trabajo y la Economía. En esta última se reproducen, aunque en diferente forma, todas las anteriores. La religión pasa de la revelación a la inmanencia; La política, del absolutismo a la libertad; la filosofía, del misticismo al positivismo; El arte, de la ideología mística al realismo humano; y así las eternas luchas de los hombres no tienen en el fondo más que una aspiración común: descubrir y determinar la Justicia.

La ciencia social y la economía representan la última evolución de las sociedades: hallar una fórmula de asociación que, teniendo por base la igualdad objetiva de los medios y las condiciones, garantice a todos y cada uno el ejercicio de sus derechos, o sea la libertad, esa es la suprema aspiración del hombre, esa es la cuestión capitalísima de nuestra época, esa es la condición sine qua non de la Justicia para que el hombre pueda cumplir su misión sobre la tierra.

Así como en el problema económico se reproducen todos los anteriores, así también en cada una de las cuestiones particulares que la economía encierra, se reproducen todos los demás con un maravilloso y secreto encadenamiento. Si atendemos a su orden cronológico y estudiamos los problemas de la propiedad, la organización y la división del trabajo, el monopolio y la concurrencia, la población y las subsistencias, veremos como en el último tema objeto de nuestras investigaciones asoman constantemente la cabeza, cual eternos e insolubles enigmas, todos los anteriores, sin que a la razón le sea posible eliminarlos por completo.

La emigración, por ejemplo, sea cualquiera el punto de vista desde donde se la estudie, sea cualquiera el objeto a que se la subordine, viene a poner sobre el tapete las tremendas cuestiones de la propiedad, la producción y el consumo, la concurrencia, la división del trabajo, todo lo que, en conclusión, comprende el problema económico.

No es ahora oportuno entrar en investigaciones de tal naturaleza, por más que con el fenómeno de la emigración las una estrecho vínculo, porque esto valdría tanto como escribir, no una memoria, sino algunos volúmenes en que hubiese lugar para la crítica de todas las instituciones humanas, sus leyes, sus causas y sus efectos.

Bástame por el momento examinar las dos leyes que más directamente se relacionan con la de la emigración, estoes, la de la población y la de las subsistencias.

Imposible sería, por otra parte, penetrarse bien de las causas que determinan la emigración y los efectos de la misma, sin un examen previo de las dos leyes indicadas.

Admiten la mayor parte de los economistas que la causa eficiente del pauperismo y, por consiguiente, de todos los males que afligen a los pueblos, es la progresión según la cual se desarrolla la población, muy superior a la que precede al desarrollo de las subsistencias. Partiendo de este supuesto entran en la justificación de todas las aberraciones y monstruosidades del humano espíritu y se convierten, tal vez sin notarlo, en apologistas del crimen y de la miseria.

No es fácil explicarse cómo los economistas, esos historiadores consumados de los fenómenos sociales, a presencia de los innumerables hechos que ellos mismos consignan, desconocen tan por completo lo más rudimentario que hay en el desenvolvimiento económico de los pueblos. Señalan aquí una contradicción, allá una injusticia; encuentran ya un elemento de igualdad, ya un factor de la libertad; descubren ahora una ley y más tarde un anacronismo; y después de haber recorrido toda la escala de la previsión y de la aberración humanas, no saben más que encogerse de hombros y exclamar con una frialdad imperturbable: laissez faire, laissez passer.

Malthus, ese genio fatídico de la destrucción, necesitaba justificar con un nuevo y más poderoso razonamiento que los de sus colegas, el desorden económico en que vivimos. Al efecto, apoyándose en las palabras del célebre Franklin: «que todos los organismos vivientes, vegetales y animales, tienen la facultad de multiplicarse según una progresión geométrica con la única condición, que disfruten de movimiento espontáneo, cosa de la cual carecen los vegetales y minerales», y con las tablas de intereses compuestos del doctor Price a la vista, construyó su tristemente célebre teoría de que mientras la población se desarrolla según la progresión geométrica 2, 4, 8, 16, 32, 64, etc., las subsistencias sólo aumentan siguiendo la progresión aritmética 1, 2, 3, 4, 5, 6, etc.

A ser cierta la teoría de Malthus, tendríamos que gran parte de la población del Globo muere incesantemente de hambre, lo cual nos explicaría, no ya el fenómeno de la emigración, sino todas las monstruosidades del orden social en que vivimos.

Proudhon, en su notable obra «Sistema de las contradicciones económicas o Filosofía de la miseria», observando que Malthus creyó que bastaba enunciar su segunda proposición para que pareciese suficientemente demostrada, suple su silencio, admite por un momento sus argumentos respecto al desarrollo de la población, y encuentra en la solidaridad e identidad de sus dos proposiciones que la potencia de desarrollo de la humanidad por la generación y su potencia de desarrollo por el trabajo son entre sí como las progresiones:

÷÷ 1: 2: 4: 8: 16: 32: 64: 128: 256 ….

÷ 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9 …

Demostrada la evidencia de semejante teoría, sólo existe un remedio: ¡la muerte! Llegar tarde al banquete de la vida y eliminar por los sistemas más inmorales, por el suicidio y el asesinato, a los importunos, son dos cosas de tal manera unidas entre sí que no puede concebírselas aisladas. De ahí el entronizamiento de las guerras, las pestes y el hambre, como medidas salvadoras, como altos y secretos designios de la Providencia.

No; la humanidad no ha sido arrojada a semejante infierno. Malthus es el verdugo que, sin compasión, sin pena, sacrifica al hombre en aras del hombre; sacrifica el trabajo en holocausto al monopolio; sacrifica la verdad en provecho del privilegio.

Señores economistas: o no tenéis conciencia o no tenéis ojos. Si la población dobla en 25 años y aun en menos, como asegura Malthus; si preocupados en demostrar esto habéis olvidado la progresión en virtud de la que se verifica el desarrollo de las subsistencias, invirtiendo el orden en que se desenvuelven los hechos económicos, volved sobre vuestros pasos, revisad vuestros propios libros y dejaréis seguramente de turbar al hombre con vuestros fatídicos augurios.

Por la ley de la concurrencia, cada productor, dice Proudhon, se ve precisado a producir cada vez más barato, lo cual quiere decir que siempre produce más de lo que el consumidor pide; por consiguiente, que garantiza a la sociedad la subsistencia del día siguiente.

Y en efecto, ¿no prueba esto por sí solo que siendo la capacidad productora de la sociedad mayor que su capacidad consumidora y produciendo el hombre cada vez más y más barato, es la teoría de Malthus falsa de toda falsedad? ¿No es cierto que por la ley de la concurrencia si la población crece como dos, necesariamente la producción ha de crecer como cuatro?

Recientes ejemplos comprueban hasta la evidencia lo dicho por Proudhon hace algunos años.

Bástanos con dirigir una ojeada al movimiento económico actual para convencernos de ello.

La industria ha llegado a un período tal de desarrollo que inunda todos los mercados del mundo con sus productos. Una guerra sin cuartel, la concurrencia, es la única garantía del mañana. Cada vez se produce en mayor cantidad y a menor precio; bajan, con los valores, los salarios, y el obrero, imposibilitado así de atender a su subsistencia, se halla al borde de un abismo. Trabaja más y gana menos. ¿Cómo escapar al terrible azote del pauperismo? Es un callejón sin salida dentro de la actual organización social.

El pueblo de París nos ofrece en estos momentos un espectáculo singular. A fuerza de producir, millares de brazos han quedado sin trabajo: hablan arrojado al mercado productos en mucha mayor cantidad que la demandada por el consumidor: exceso de subsistencias sobre las necesidades de la población.

En la capital de España se ha iniciado una crisis semejante a la de Paris. Sobran también trabajadores, falta trabajo; bajan tos salarios, los productos sobran y los consumidores se ven imposibilitados de consumir lo mucho que se produce; la riqueza pública merma en todas partes o permanece inactiva, y esto ¡cosa extraña! por la fecundidad del trabajo.

A donde quiera que nos transportemos con nuestros pensamientos, el mismo tristísimo cuadro ha de ofrecerse a nuestra consideración. (1)

De las dos leyes de Malthus, la de la población no es exacta más que como tendencia; la de las subsistencias es completamente falsa.

Bastaríanos un pequeño examen de las estadísticas de todas las naciones para convencernos de lo inestable, de lo falsa que es la ley de la población de los malthusianos. Países hay que en un mismo período de tiempo se dobla el número de sus habitantes, mientras en otro se triplica y aun se cuadruplica. Circunstancias determinadas hacen que en algunas comarcas la población no sólo no aumente sino que permanezca estacionaria, ya que no merme.

Indudablemente, pues, sólo como tendencia general puede admitirse la teoría de Malthus.

No puede seguirse de esto que los medios de subsistencia se desarrollen sólo en virtud de una progresión aritmética, porque Malthus mismo, una vez fundada su teoría de la población, no pudo igualmente fundar de una manera sólida la de las subsistencias, porque la historia, la economía, todo afirma lo contrario de lo que él sostiene. Otro tanto puede decirse del argumento de que las nuevas generaciones con-sumen y no producen, porque esto, aunque pueda influir más o menos en el desarrollo de la producción, jamás vendrá a determinar el principio, la ley misma en virtud de la que la producción se desenvuelve y progresa. Y finalmente, nada en realidad nos dice el ejemplo de los malthusianos respecto a Norteamérica, porque como Godwin y otros lo hicieron observar, la inmigración norteamericana, poco o mucho, pero siempre algo, altera su ley y echa por tierra sus cálculos.

Así, enfrente de la teoría de Malthus, uno de los más grandes economistas estableció la de que la producción crece como el cuadrado del número de los trabajadores.

Si la potencia de reproducción genital, dijo, de la especie humana se expresa por la progresión 1:2:4:8:16:32:64: etc., la potencia de reproducción industrial deberá expresarse por la progresión 1: 4:16: 64: 256: 1024: 4096, etc.

Y en efecto, si dos hombres aislados, sin los elementos necesarios a la producción, producen como dos, desde el momento en que sus medios de producir son mayores y se dividen el trabajó, construyen máquinas y entran en competencia, producirán como cuatro. Si el número de trabajadores dobla, como la división de funciones es mayor, más numerosos los instrumentos de la mecánica y más activa la concurrencia, producirán no cuatro, sino dieciséis, es decir, el cuádruplo. Luego si la población sigue la progresión geométrica 1: 2: 4: 8: 16: 32: 64: , el progreso de las subsistencias no podrá menos de seguir la de 1: 4:16: 64: 256: 1024: 4096.

Esto lo han comprobado suficientemente y repetidas veces los mismos economistas; lo prueba plenamente el desarrollo agrícola industrial de nuestros días; lo prueba, en fin, el hecho de que en virtud de la separación de las industrias, la concurrencia, los adelantos de la maquinaria, etc., etc., cada persona produce por miles de consumidores y se ve servida a la vez por miles de productores. La ley de Malthus respecto a las subsistencias sólo puede, por lo tanto, referirse a una sociedad inorgánica, a una sociedad-perdóneseme la frase-que no sea tal sociedad.

Ampliemos el examen.

«Atendido el estado actual de la tierra habitada-dice Malthus-podemos asegurar con no menos razón que, aun en las circunstancias más favorables para la industria, los medios de subsistencia no aumentan sino en progresión aritmética.» Supone además, para corroborar su teoría de progresión de los productos, que la agricultura ha llegado a su mayor grado de desarrollo en muchas partes, ofreciendo como ejemplos el Japón y la China. Cree también, como limite de lo posible, que la producción agrícola pueda doblarse en Inglaterra en 25 años, afirmación que hará sonreír a todos los que hayan estudiado algo de agronomía.

Es evidente que la agricultura en China y en Japón está mucho más atrasada que en la Europa occidental.

En la Gran Bretaña y en Irlanda hay 61 y 1/2 millones de acres, o sean, 25 millones de hectáreas de tierra laborable. (Statistik von Kolb, 10 edición, p. 5). (2)

Gasparín, en su «Curso de Agricultura», dice que el cultivo bien organizado, por amelgas, de 100 hectáreas de tierra, basta para 931 hombres. Así, la Gran Bretaña e Irlanda pueden en este caso surtir a una población de 230 millones de hombres. En 1860 la población de ambas regiones era próximamente de 29 millones de hombres (3) y no pasa de 25 millones la que se surte de productos indígenas. La importación media de Inglaterra se evalúa hoy en 8 o 10 millones de quarters (4) (Kolb, p. 25), cantidad que no abastece ciertamente a más de 4 millones de hombres.

Los habitantes de las Islas Británicas, pueden, por lo tanto, aumentar nueve veces más sus productos agrícolas a condición de un buen cultivo. Veinticinco años son suficientes con el sistema de amalgamientos para obtener un producto mejor que el obtenido hoy por el cultivo trienal.

En resumen que, según la agronomía, si Inglaterra quiere, puede aumentar en 25 años, no dos, sino cinco y nueve veces más sus productos, dados los conocimientos actuales en agricultura (5).

He aquí lo que ni Malthus ni los economistas han querido ver, preocupados en demostrar la evidencia de su teoría de la población.

No está, no, la humanidad condenada a morirse de hambre; no vive el hombre en un mundo de desesperación. La capacidad productora de la sociedad es mucho mayor que su potencia consumidora, y ni la tierra está, por otra parte, materialmente cubierta de hombres ni llegará a estarlo en muchísimo tiempo. Las oscilaciones de la población, obedeciendo a causas tan diversas, la tendencia que en medio de las mis-mas se descubre a que aquélla se multiplique según una progresión geométrica, no es de efectos tan subversivos como se pretende, porque la producción, pese a los apóstoles, a los apologistas de la miseria, debe y puede aumentar como el cuadrado del número de los trabajadores, y sólo por un vicio de organización deja de suceder así.

En donde la producción se estaciona, en donde la población se multiplica sin freno alguno, es indudable, como dicen los malthusianos, que la miseria primero, y la muerte luego, constituyen la única esperanza de los hombres.

Teoría de la desesperación, apología del suicidio, condenación, por tanto, de la Providencia. Ahí están los defensores del Dios de las venganzas que os podrán explicar tan extraño descubrimiento.

Los economistas han desconocido en este asunto los elementos más rudimentarios de la economía misma, se han embrollado, y no pudiendo ni sabiendo salir del atolladero, echaron sobre la humanidad el manto de sus propias culpas.

¡Cosa extraña! Cuando se les demuestra que, por el contrario, la miseria nos viene precisamente por la fecundidad del trabajo, cuando se les demuestra que por un vicio de organización se subvierten las leyes de la economía, se contentan con repetir, cual organillos de un monótono y limitado repertorio, sus peregrinas teorías de la población y de las subsistencias.

El descuento cada vez mayor que el monopolio hace sobre el trabajo; el desorden con que se verifican los cambios; la iniquidad del impuesto, pesando sobre el productor y enriqueciendo al agiotista; el privilegio del capital y la servidumbre del asalariado; el desbarajuste económico, en fin, he ahí la causa de la disolución de la sociedad con todo su tren de miseria, desnudez, emigración, inmigración y eliminación.

Mas es preferible hallar la causa de tantos males en una ley providencial aniquiladora; es preferible, por salvar las almas, echar sobre la Divinidad las faltas, las culpas de los hombres. ¡Quién se atreve a hablar de privilegios y monopolios, de injusticias e infamias de los hombres, habiendo una Providencia a quien atribuir todas las majaderías humanas transformadas en leyes divinas!

Es preciso descender a los antros de la miseria y de la prostitución, al abismo del crimen, para conocer las causas reales y electivas del malestar social que por todas partes se deja sentir. Nuestros hombres de ciencia se mecen en las etéreas alturas de lo absoluto, y nada nos dicen que ilumine este caos inmenso en que el hombre muere paulatinamente de hambre y por consunción.

Lo que debiera ser causa de riqueza y de progreso solamente, lo es a la vez de pobreza y retroceso. Así, las máquinas son un factor, un elemento poderoso de riqueza y al mismo tiempo el verdugo de los que todo lo producen; así, la división de funciones garantiza a la sociedad el sustento del día siguiente, a la par que embrutece y degrada a los trabajadores; así, la propiedad es la garantía de la libertad humana, a la vez que tiraniza al hombre, le explota y finalmente le roba; así, la concurrencia es la condición principalísima de todo progreso y bienestar, al mismo tiempo que es la causa más poderosa de la bancarrota universal; así, el impuesto, elevándose por encima del nivel social, es la igualdad misma en acción y el encubridor infame del monopolio, el agiotaje y el privilegio; así, el cambio de los productos es la consagración de la honradez del hombre y la garantía de su subsistencia, a la par que, cual usurero sin entrañas, sólo sirve, mediante las instituciones de crédito, al que posee, no por si, sino por la prenda que le asegura; Así, por último, las leyes de la población y de las subsistencias constituyen por un lado la seguridad del mañana, la garantía del futuro para la sociedad y el hombre, y por otro se convierten en el arma homicida que, sin compasión, cercena cabezas, destruye, aniquila a la sociedad.

Sí; es preciso decirlo de una vez: en tanto no se resuelvan todas las contradicciones de la economía, la sociedad está condenada a muerte; En tanto no se halle el elemento que haya de restablecer la armonía universal, que dice Fourrier, Malthus y sus sectarios tienen razón. Pero, es necesario decirlo también, la verdadera ciencia económica nos enseña cómo la armonía puede restablecerse; cómo pueden evitarse los efectos subversivos del orden social en que vivimos; cómo pueden convertirse en veneros de riqueza y bienestar, las que hoy son fuentes de miseria y prostitución; Cómo, eliminando el privilegio y el monopolio de las instituciones humanas, conseguiremos que la propiedad, la concurrencia, las máquinas, la división de funciones, etc. etc., se conviertan en otros tantos elementos principalísimos de progreso y de riqueza. La verdadera ciencia económica nos dice que si la población se desarrolla según una progresión geométrica, las subsistencias se desenvuelven según otra equivalente al cuadrado del número de los trabajadores, y entonces el pauperismo queda vencido, el desorden económico neutralizado, el trabajo organizado, la sociedad devuelta al orden y el hombre a la libertad, la Justicia sirviendo de norma a las acciones humanas, y entonces, ¡oh! entonces, la teoría de Malthus no es más que la religión del crimen.

CAUSAS DE LA EMIGRACIÓN

Ya hemos visto cómo, hablando en tesis general, la emigración no puede tener su origen en las dos leyes que preceden al desarrollo de la población y de las subsistencias.

He afirmado, con la opinión de eminentes filósofos y economistas, que sólo como una tendencia puede admitirse la teoría de que la población se desarrolla según una progresión geométrica. Una vez admitido este principio, el de que el desarrollo de las subsistencias se verifica en razón del cuadrado del número de los trabajadores, se impone por la fuerza de la lógica y de los hechos. Es necesario descender a la realidad para darnos cuenta de cómo siendo esto así acontece unas veces, por el trastorno de las leyes económicas, que a pesar de aumentar la población según una progresión geométrica, las subsistencias no siguen el principio en virtud del cual deberían representar el equivalente del cuadrado del número de los trabajadores; y cómo otras, por el contrario, ni la población ni las subsistencias se desenvuelven según los dos principios citados. Es preciso también investigar cómo aun realizándose ambas teorías, producen, no una suma considerable, un sobrante de riqueza, sino la miseria, la desnudez y el crimen, la bancarrota. En fin, de las sociedades.

Sucede lo primero por el acaparamiento y substracción de los elementos necesarios al desarrollo de la riqueza pública. Tiene lugar lo segundo por la negligencia de los productores, por la rutina del statu quo, y entonces ni subsistencias ni población obedecen a otras leyes que las que pueden descubrirse en un pueblo salvaje e inorgánico. Mi tercera afirmación, que es el hecho más general hoy en las naciones civilizadas, tiene por corolario el vicio orgánico de que adolecen las instituciones económico sociales de nuestros días. No de otro modo podemos explicarnos cómo por la abundancia de los productos en el mercado, la población perece envuelta en los pliegues de esa plaga maldita que se llama pauperismo.

Con estas nociones generales podemos entrar ya en el examen de las causas que motivan la emigración de las cuatro provincias gallegas.

Cuando España se hallaba en su más triste periodo, allá por el siglo XVII, fue la despoblación mayor que nunca, pues apenas llegaba entonces a seis millones el número de sus habitantes. A medida que el centro y mediodía se despoblaban, la población en Galicia crecía asombrosamente, aunque ya antes era el incremento notable.

En tanto en el resto de España se abandonaba casi por completo la agricultura y corrían sus moradores en busca de soñados tesoros a las posesiones de América, recientemente descubiertas, Galicia, por el contrario, se entregaba con verdadera actividad al cultivo del maíz y más tarde de la patata, imprimiendo con esto a su agricultura un vuelo tal que bien se dejó sentir la desproporción entre su prosperidad y la decadencia de las demás provincias de España.

La actividad de un pueblo es la más segura garantía de su bienestar. Galicia, desde este punto de vista, superaba entonces a las demás comarcas españolas.

Pero las épocas que de una prosperidad relativa registra la historia de todos los pueblos, son generalmente muy cortas y pronto degeneran en mal estar y estacionamiento. El desequilibrio que reina en las relaciones económicas de los hombres hace frecuentemente ineficaz todo esfuerzo de mejoramiento y adelanto. Así es que la decadencia y el retroceso son las pendientes por las que nos deslizamos hasta hundirnos en el abismo de la miseria.

No es extraño que, a pesar del desarrollo de la agricultura en Galicia, a pesar del estado de prosperidad en que se hallaba en aquel tiempo, sus moradores iniciasen un movimiento de emigración que sin cesar ha venido repitiéndose con una regularidad pasmosa.

No es menos extraño que hayan transcurrido cerca de tres siglos para que un acontecimiento económico de tal naturaleza comience a fijar la atención de los hijos del país en que se desarrolla.

Es, pues, la emigración en Galicia un hecho histórico que data de algunos siglos ha.

Con estos antecedentes podemos afirmar que la emigración no tiene su origen en causas recientes, sino, por el contrario, en males ya añejos, en razones poderosísimas que de bien atrás vienen fomentándola.

Procuremos indagar, ya que el tema se ha puesto sobre el tapete, esas causas y esas razones.

La criminalidad es uno de los datos que mejor demuestran el estado social de un pueblo.

Por diversos motivos el gallego es de naturaleza dulce y afable, enemigo de pendencias y quimeras. Por esto la criminalidad en Galicia tiene escasa significación y aún la tendría menos si nuestros campesinos no fueran tan litigantes como por varias causas lo son.

Pero este hecho se determina principalmente por una razón más poderosa. En Galicia no alcanza nunca la miseria las proporciones aterradoras que en otras comarcas de España, debido sin duda a que en el campo no existe en realidad el asalariado y encuentra cada cual la satisfacción, aunque no completa, de sus necesidades en su pequeña propiedad. El pauperismo aquí reviste muy otros caracteres que en Andalucía: allí, cuando se acentúa, que es con sobrada frecuencia, una masa informe de proletarios se encuentra de repente sin pan y sin trabajo y a las puertas de la muerte, por lo tanto; aquí, por el contrario, la miseria se manifiesta lentamente y no encuentra esa masa da asalariados en quien cebarse, reduciéndose a empeorar la situación económica de los pequeños terratenientes. Así es que si vivimos aquí en perpetua escasez, nunca pasamos por las horcas caudinas del pauperismo.

Sólo así podemos explicarnos tanto el creciente aumento de la población, como el movimiento normal de emigrantes. Sólo así podemos explicarnos también la pequeña criminalidad con que figuran las provincias gallegas.

Según un mapa llamado “De la criminalidad de España”, publicado en el año 1860, las provincias de menor criminalidad son por su orden de menor importancia las siguientes: Guipúzcoa, Lugo, Vizcaya, Pontevedra, Oviedo y Coruña. (6) Tenemos, pues, que de las cuatro provincias gallegas, Lugo es la que con menor número de criminales cuenta y Coruña, que es la más industrial, la que mayor número alcanza.

En 1860 se consumaron en la provincia de Lugo 346 delitos, se frustró uno y hubo 6 tentativas: total 353. Dos fueron por amor, uno por celos, uno por injurias, cinco por embriaguez, 117 por miseria, 48 por codicia, 12 por mala educación, uno por vicios adquiridos en las cárceles, 20 por quimeras y disputas, 8 por odio y deseo de vengarse, 3 por disensiones de familia y los restantes 135 por otros motivos.

Nótese bien que, a pesar de ser tan corto el número de criminales y no obstante la prosperidad relativa de Galicia en aquella época, de 353 delitos que se consumaron durante un año en la provincia de Lugo, 117 tuvieron su origen en la miseria.

Esta y no otra es la causa principal de que el crimen arrastre tras de si en nuestro siglo a tantos hombres. Allí en donde la industria alcanza mayor desarrollo, allí en donde la riqueza crece por la fecundidad del trabajo y la actividad de los trabajadores, allí la miseria es mayor, más espantosa la criminalidad. Prueba, los grandes centros industriales de Europa y América.

Lo repetiré tantas veces como sea necesario: el hecho de que cuanto mayor es el progreso de la riqueza pública más se agrava y se extiende el pauperismo, no reconoce por causa más que un vicio de organización, no otra cosa.

Continuemos nuestro examen.

Si la criminalidad nos demuestra que la cultura del pueblo gallego es relativamente buena, los últimos datos estadísticos, referentes a la instrucción, aunque incompletos, nos revelan que, por desgracia, no está a la altura que fuera de desear.

Según el censo de 1877, el número de analfabetos en Galicia es el siguiente:

Coruña, 462.730; Lugo. 326.160; Orense, 312.041, Pontevedra, 335.995. Total, 1.436.926.

Como en el mismo censo de 1877 la población de hecho de las cuatro provincias gallegas resulta ser de 1.848.027 habitantes, la proporción de analfabetos es ciertamente enorme: 77,75 %. (7)

En el referido censo de 1877 vemos también que de la población de Galicia saben leer 59.037 habitantes (19.336 en Coruña, 9.841 en Lugo, 13.137 en Orense y 16.723 en Pontevedra) y saben leer y escribir 352.064 (por provincias, 114.370, 74.809, 63.657 y 99.228, respectivamente).

Resulta, pues, que de cada 100 habitantes hay en Galicia 3,20 que saben leer, 19,05 que saben leer y escribir y 77,75 que no saben leer.

Si por estos datos debemos lamentar el estado de atraso en que se encuentra la instrucción en las cuatro provincias gallegas, cosa que sucede igualmente, si bien con alguna diferencia, en el resto de España, conviene observar que, aunque poco, se ha progresado algo desde 1860, como se comprueba en el censo de este año, del que resulta que de cada 100 habitantes había en Galicia 3,22 que sabían leer, 17,07 que sabían leer y escribir y 79,70 que no sabían leer.

Así y todo no podemos lisonjeamos del estado en que al presente se halla la instrucción en Galicia.

La Dirección General de Instrucción pública hace notar que, según la última estadística, las provincias andaluzas y gallegas son las que tienen más descuidada tan importantísima función municipal. En tanto Vizcaya gasta en la enseñanza 2,14 pesetas por habitante, Lugo sólo dedica a la misma 0,32, Pontevedra 0,63 y Coruña 0,79. (8).

Es ciertamente doloroso que tan abandonada esté entre nosotros la instrucción, origen principal, cuando debidamente se la atiende, de la cultura de los pueblos, fuente verdadera de prosperidad y de progreso.

Obsérvese atentamente cuan notorios son los efectos de la ignorancia y de la miseria en ese movimiento permanente que lleva a nuestros campesinos hacia lejanas tierras.

Indagar las causas de la miseria y de la ignorancia equivale, pues, a buscar también las de la emigración.

No es regularmente el hijo de la ciudad el que emigra; es, por el contrario, el infeliz labrador que, condenado a vivir en permanente pobreza, en eterna ignorancia, no sabiendo ni pudiendo hallar cumplida satisfacción a todas sus necesidades, abandona desesperado, aunque con dolor, el hogar donde nació.

A pesar de tantos males, la población crece constantemente en las provincias gallegas, y si se exceptúa la de Lugo, la densidad de la población en Galicia está a la altura de las naciones de Europa en que mayor desarrollo ha alcanzado.

A estos efectos, permítaseme ofrecer a la consideración de mis lectores los siguientes datos estadísticos que he recogido en los censos de 1860 y 1877:

La provincia de Coruña, con una extensión de 7.902’79 kilómetros cuadrados, tenía en 1860 una población de hecho de 557.311 habitantes y en 1877 contaba con 596.436, o sea un aumento de 39.125.

Lugo, con 9.880’54 k. c., tenía 432.516 habitantes en 1860 y 410.810 en 1877, lo que supone disminución de 21.706.

Orense, con 6.978’71 k. c., tenía 369.138 habitantes en 1860 y 388.835 en 1877, o sea un aumento de 19.697.

Pontevedra, con 4.391’32 k. c., tenía 440.259 habitantes en 1860 y 451.946 en 1877, o sea un aumento de 11.687.

En total, la población de hecho de Galicia era de 1.799.224 habitantes en 1860 y 1.848.027 en 1877, que es un aumento global de 48.803 habitantes.

Por lo que respecta a la densidad de la población gallega, era en 1860 de 70,52 habitantes por k. c. en la provincia de Coruña, de 43,77 en la de Lugo, de 52,89 en la de Orense y de 100,26 en la de Pontevedra. En 1877, la densidad resultó ser, respectivamente, de 75,47, 41,58, 55,72 y 102,92. Densidad media en toda la región: 66,86 habitantes por kilómetro cuadrado en 1860 y 68,92 en 1877. (9)

A continuación quiero dar a conocer nuevos datos estadísticos sobre la diferencia notable que resulta entre la población de hecho y de derecho de las cuatro provincias gallegas, así como la del número de varones y el de hembras con que figuran en el último censo.

Por estos datos se puede calcular cuán importante es el movimiento de emigrantes en Galicia, pues tanto la superioridad de la población de derecho sobre la de hecho, como la de la cifra de hembras sobre la de varones, demuestran, siquiera sea aproximadamente, el gran contingente de hombres que de una manera normal abandona nuestro suelo.

He aquí los referidos datos:

Población de derecho de las cuatro provincias de Galicia en 1877: Coruña, 612.402 habitantes; Lugo, 415.501, Orense, 397. ~6; Pontevedra, 475.443. Total, 1.901.322 habitantes. (10)

Comparados estos datos con los que dimos anteriormente de la población de hecho de las cuatro provincias en 1877, resultan las siguientes diferencias en más en la población de derecho:

Coruña, 15.966; Lugo, 4.691; Orense, 9.141; Pontevedra, 23.497. Total, 53.295 habitantes.

Ahora veamos la distinción de sexo en los habitantes de hecho:

Coruña, 263.340 varones y 333.096 hembras; Lugo, 193.883 varones y 216.927 hembras; Orense, 183.977 varones y 204.858 hembras; Pontevedra, 193.889 varones y 258.057 hembras. Total de varones, 835.089; total de hembras, 1.012.938. (11)

Se prestan las anteriores cifras a un estudio que, aunque complicado, pudiera dar, sino con exactitud, al menos por vía de cálculo, noticias aproximadas del movimiento de emigración de Galicia. No lo haré yo aquí en gracia a que las cifras por si solas dicen y revelan mejor, y con mayor elocuencia, cuanto yo pudiera añadir.

Tenemos, pues, aumento de población por un lado, escasez e ignorancia por otro. Son estos males que fomentan la emigración, efectos de algo anterior que todavía no henos descubierto, algo que constituye la causa principal del desorden económico de nuestros días.

No será inútil consignar aquí los informes reunidos en la Memoria presentada al Excmo. Sr. ministro de Fomento por la «Comisión especial para estudiar los medios de contener en lo posible la emigración por medio del desarrollo del trabajo», según R. D. del 18 de julio de 1881.

Es dicho estudio de carácter general y hemos de limitarnos a extractar y estudiar las notas referentes a las provincias gallegas.

Dice la Diputación provincial de Orense que existe en Galicia emigración sistemática y que se dirige a las Antillas, a la Argentina y al Brasil. Añade además que existe también emigración a Castilla y Extremadura en tiempo de la siega y a Portugal en el de la vendimia. Las causas genérales de la emigración, según los firmantes, son: el aumento de los impuestos, la excesiva división de la propiedad, la usura, la falta de industrias y el escaso jornal de los braceros.

—La Junta de Agricultura, Industria y Comercio de la misma capital, afirma por otro lado que existe emigración sistemática a Buenos Aires, y a las Antillas por necesidad; añadiendo que también se dirige a Castilla, Extremadura y Portugal en la época de la siega y en la de la vendimia. Según la citada Junta, son causas de la emigración: lo excesivo de los impuestos, la subordinación de la propiedad y la falta de industrias.

—Don Juan Prou, Ingeniero jefe de montes del distrito de Orense, se limita a consignar que existe emigración a las Repúblicas del Uruguay y Argentina y al Brasil, así como también a Madrid y a Portugal. Señala como causas de la emigración: la escasez de capitales, la mezquindad de los salarios, el exceso de gravámenes, la excesiva subdivisión de la propiedad y la falta de vías de comunicación.

—Don José Vázquez Moreiro, Ingeniero agrónomo, entiende que existe emigración a las Repúblicas Argentina y del Uruguay y al Brasil, así como a Castilla y Andalucía, y en mayor número a Portugal, Cuba y Puerto Rico. Son causas de la emigración, según dicho señor, la falta de trabajo, la escasa retribución de los jornaleros, la usura, los foros y subforos, los juicios llamados a prorrateo y la carencia de capitales de explotación, la falta de industrias y de vías de comunicación y la paralización del comercio.

—Don Tomás Álvarez, Ingeniero agrónomo, de Lugo, dice que no existe emigración sistemática, pero que efecto de la miseria emigran algunos a Buenos Aires, Montevideo y Portugal, y por costumbre tradicional a Castilla y otras provincias de España en la época de la siega. La división inconveniente de la propiedad, la usura en proporciones colosales, la densidad de la población, la escasez de cosechas, la falta de industrias y la repugnancia del gallego al servicio militar, ésas son las causas de la emigración, según el señor Álvarez,

—La Sociedad Económica de Amigos del País, de Santiago, sostiene que emigran 20.000 gallegos anualmente a América y Brasil, que la emigración es clandestina porque las cuatro quintas partes de los emigrantes están por su edad sujetos al servicio de las armas, y que también existe emigración interior a las demás provincias de España y a Portugal en tiempos de la siega y de la vendimia. Causas de la emigración: El exceso de población y la mala distribución de los impuestos, el excesivo fraccionamiento de la propiedad territorial y los gravámenes de carácter perpetuo que la afectan y 10 difícil de la titulación escrita en la pequeña propiedad.

—Don Pedro Mateo Sagasta, Ingeniero jefe de montes, Pontevedra, afirma que existe emigración por necesidad. Han emigrado 4.113 personas en el último quinquenio a las Repúblicas suramericanas y con preferencia a la Argentina. Existe además emigración a Andalucía y a las provincias ultramarinas. Cree el señor Sagasta que las causas principales de la emigración son: las últimas guerras civiles, lo excesivo de los impuestos, las quintas, las malas cosechas, la Inmoralidad administrativa de los Ayuntamientos rurales y la usura.

—Don Zoilo Espejo, director de los «Anales de Agricultura» y de la «Revista de la Sociedad Económica Matritense», sostiene en su informe que las causas de la emigración en el N. y NO. de España se reducen a una sola, que consiste en el desnivel constante entre la población y las subsistencias.

Del examen de los anteriores informes resulta que, efectivamente, existe emigración en Galicia, sistemática, según unos; Por necesidad, según Otros, y sistemática por necesidad, según algunos.

Aparte de que esto último implica contradicción, entiendo yo que los gallegos no emigran por sistema, sino por necesidad. Pocos, muy pocos, serán los que abandonen su país sin (verdadero dolor; pocos, muy pocos, que no lo hagan empujados por la escasez; pocos, muy pocos, los que dejen a sus deudos y amigos sin que una causa poderosísima les obligue a ello.

Existe, pues, una corriente de emigración por necesidad a varias regiones americanas y al interior de España y Portugal.

El alcance de este movimiento no es posible fijarlo con exactitud, porque nos encontramos en presencia de un hecho que ha pasado desapercibido durante mucho tiempo y del cual es bastante difícil conseguir datos estadísticos que se aproximen un tanto a la verdad.

La Sociedad Económica de Amigos del País, de Santiago, cree que asciende a 20.000 el número de gallegos que anualmente emigran a América, y el Sr. Sagasta afirma que emigraron durante el quinquenio de 1876 al 1880, de la provincia de Pontevedra solamente, sin contar los que emigran por Portugal, 5.113 jóvenes y adultos, esto es, 1.000 Individuos cada año. En la página 61 de la Memoria de donde extractamos estos datos, se dice que la emigración anual en Galicia al extranjero y América se acerca a 3.000 personas en la provincia de Coruña, es inferior a la cifra de 500 en Orense y Lugo y se aproxima a la de 2.000, con tendencia a algún aumento, en la provincia de Pontevedra, si se tiene en cuenta la emigración americana de gallegos por el vecino reino de Portugal.

Para reunir con más exactitud los datos necesarios, preciso sería dirigirse a las casas consignatarias, únicas que en esta cuestión están en lo cierto; Pero éstas eludirían segura-mente el compromiso, porque haciéndose en los puertos gallegos un grandísimo embarque fraudulento de emigrantes que se dirigen a otros países para eludir la responsabilidad de las quintas u otras circunstancias, no les conviene dar a la publicidad notas de sus registros.

Si se recurre a los archivos municipales ha de hallarse también notable diferencia, porque sólo desde el año 1882 se lleva con algún rigor el registro de emigrantes. En el archivo municipal de Vigo, p. e., hemos hallado que mientras aparecen sólo 4 emigrantes durante el año 1881 y 23 durante el 1882, en 1883 han emigrado por aquel puerto 2.088 personas y en 1884 lo han hecho 4.751. (12)

Sin embargo, la emigración en los dos primeros años, 1881 y 1882, por el puerto de Vigo, no debió de bajar de 2.000 personas cada año, elevándose en el 83 a unas 2.800 y siendo muy probable llegue en el actual a 3.50004.000. Esto es al menos lo que podemos deducir de los datos extraoficiales que se desprenden de las expediciones que, dos veces al mes, se hacen a la vela en el referido puerto para América.

Por otra parte, hay la corriente de emigración que por la vía terrestre se dirige al vecino pueblo lusitano, que, como se comprenderá, no deja de ser de consideración. Asimismo es preciso no olvidar las excursiones veraniegas a los campos de Castilla y Andalucía, aunque en la provincia de Pontevedra no revistan la importancia que en el resto de Galicia.

Según otros datos recogidos en las oficinas del Gobierno civil de Pontevedra, emigraron de la provincia, durante los años 1881, 1882 y 1883, respectivamente, 1.516, 2.305 y 5.411 personas.

La emigración va, pues, en aumento y es verdaderamente considerable. (13)

Investiguemos ahora, recopilando las opiniones citadas y lo que respecto al particular dejo dicho, las causas principales de un hecho económico de tanta importancia.

Preciso es confesar que la causa más poderosa de la emigración radica en un vicio orgánico, para que con tal fuerza y constancia venga repitiéndose tiempo ha.

Sostienen la mayor parte de los informantes cuyas opiniones he consignado, que las causas de la emigración son las siguientes: la subdivisión y subordinación de la propiedad, la usura, el escaso jornal de los braceros, la falta de industrias y de capitales, el aumento de los impuestos, el exceso de población, etc., etc.

Ya he demostrado cómo la emigración no puede tener su origen en el desnivel constante entre la población y las subsistencias en una sociedad bien organizada. Es necesario que la organizaci6n sea defectuosa para que tal fenómeno se realice. Si la riqueza no se desarrolla, no ya con más, sino con tanta rapidez como la población, es porque reina el caos en las relaciones económicas de los pueblos, falta la solidaridad de intereses y la igualdad de los medios de producir. Por el contrario, cuando la armonía reemplaza al desorden, a la insolidaridad y al privilegio, ya sabemos cómo la población tiende a crecer según una progresión geométrica y el des-arrollo de las subsistencias representa el cuadrado del número de los trabajadores.

Otro tanto sucede con el exceso del número de braceros sobre el capital circulante que implica al mismo tiempo el desarrollo de la industria y del comercio.

Así es que, en realidad, el desnivel entre la población y la producción, entre el número de braceros y el capital en circulación, la falta de industrias y la paralización del comercio tienen su origen en una causa superior que determina a la vez, no sólo el movimiento de emigración, sino también esas dos inseparables compañeras que todo lo aniquilan: la miseria y la ignorancia.

Por otra parte, la mezquindad de los jornales se explica perfectamente por la escasez del capital. En donde éste, aplicado a la producción, es superior al número de braceros, los jornales están en alza, del mismo modo que donde es inferior, los jornales bajan.

Otras de las causas señaladas a la emigración, tales como las quintas, las guerras civiles, la falta de vías de comunicación, etc., son verdaderamente pueriles y especiosas, y por lo tanto, inadmisibles.

Ni siempre hemos estado envueltos por las guerras civiles, ni pueden ser éstas cuando más otra cosa que causas accidentales, y por lo tanto transitorias, de la emigración. Ni todos los que están sujetos a las quintas emigran, ni aun haciéndolo será por ello solamente, sino porque otras causas más poderosas les decidan a emigrar.

La dificultad de comunicaciones, en vez de facilitar la emigración, la estorba. Prueba: otras comarcas de España en las que faltan también vías de comunicaciones y no hay movimiento de emigrantes, sino que, por el contrario, sus habitantes continúan en ellas constantemente.

De propósito he dejado para lo último lo que todos, o casi todos los informantes, y aun la opinión general, señala como causas de la emigración.

Me refiero a la división y subordinación de la propiedad, a las gabelas de todos géneros que sobre la misma pesan, ya la usura. Todo esto entiendo yo que puede compendiarse en una sola frase: mala organización de la propiedad.

Y en efecto, la propiedad, tal como se halla organizada al presente, no vive más que por la guerra y la jerarquía, por su omnipotencia y por su impotencia, por el monopolio exclusivo y por la usura. Es omnipotente porque sólo vive por sí y para sí; impotente, porque sosteniéndose a costa de la absorción del trabajo no es capaz de servirle y desarrollarle más que en su beneficio exclusivo. Necesita del monopolio y de la usura, de la jerarquía y de la guerra, porque sin esto no puede vivir, so pena de redención, y entonces, faltándole la servidumbre del productor, no es ya nada, corre apresuradamente a disolverse en la comunidad, esto es, en la muerte moral, en el no ser.

Convertirla, sin embargo, en instrumento de paz y de igualdad, sin caer en la utopía comunista (14), no sería ciertamente difícil.

La propiedad, ya esté reconcentrada en pocas manos, ya alcance la excesiva división que en Galicia alcanza, produce siempre iguales o parecidos resultados

En Andalucía, como en Galicia, el problema es lo mismo, los resultados idénticos. Allí centralización absoluta; extremada subdivisión aquí. Allí ignorancia y miseria; miseria e ignorancia aquí.

La propiedad, asimilándoselo todo para vivir, elimina constantemente las fuerzas vivas del cuerpo social: su existencia significa siempre hambre y desnudez para el productor, disolución para la sociedad. Foco de perturbación de las relaciones económico sociales de los hombres y de los pueblos, la institución de la propiedad se nos presenta siempre como la causa principal de ese informe cortejo de anomalías y calamidades sin cuento que sobre nosotros pesa como una losa de plomo. Son de tal naturaleza sus consecuencias, que apenas podríamos explicarnos sin ellas, todas las contradicciones en que nos agitamos condenados a la impotencia.

Es el enigma de todos los tiempos, la antinomia insoluble de todas las épocas, el infierno de los honrados, la fosa común a donde van a parar fuerza, vida e inteligencia. Es el primero y el más duro de los eslabones de esa cadena que por todas partes nos rodea: la servidumbre.

De la organización de la propiedad surgen en confuso tropel el monopolio y el privilegio; la insolidaridad y la guerra; el derecho del más fuerte y el sacrificio del débil; el poder omnímodo del dinero, simple medio de cambio, y la subordinación del trabajo, fuente de toda riqueza y prosperidad; y finalmente la miseria, la ignorancia y el crimen.

Sin esta organización de la propiedad, la emigración en Galicia no existiría, como no existirían tantas otras dolencias que la fomentan y la sostienen.

¿Cómo explicarse si no esa ficticia superioridad de la población sobre las subsistencias y del número de braceros sobre el capital circulante, esa carencia de industrias, esa paralización del comercio, la miseria, la ignorancia y aun la emigración misma?

Ya no es el proletario que vive en permanente déficit; es el mismo terrateniente que se ve agobiado por la escasez, sin medios de atender a las necesidades más apremiantes de su familia.

Dividida la tierra en pequeños lotes, asediado el propietario por toda clase de impuestos y gabelas, sólo ruina y miseria puede producir; porque éste, sin capital, sin fuerzas, reducido a la impotencia, únicamente recurriendo a la usura puede prolongar un tanto su penosa situación.

¿Qué ha de hacer si no enviar a sus hijos lejos, muy lejos de tan desgraciado suelo y emigrar por último él mismo? ¿Qué esperanzas puede abrigar de reponerse un día, cuando la usura, la renta y el Estado mismo le vejan cada vez más con sus exigencias?

Galicia, que cuenta con abundantes veneros de riqueza; que tiene un suelo ferocísimo, un clima benigno, bellos y extensos puertos; que dispone, en fin, de poderosos medios de vida, no puede, por la organización de la propiedad, mantener en su seno a los que bajo su hermosísimo cielo han nacido. País destinado a ser un paraíso delicioso, no es para el productor más que un infierno de desesperación y muerte.

¡Cómo! Una comarca en donde existen condiciones naturales para que la agricultura supere en resultados a las demás de España; en donde la cría de ganado bastaría para labrar la felicidad de muchos; en donde el comercio podría alcanzar proporciones asombrosas; en donde la piscicultura debería constituir un gran elemento de la producción y una fuente inagotable de riquezas; en donde, por fin, hasta las entrañas de la tierra encierran tesoros de minerales sin explotar, ¡arrastra una vida lánguida y miserable y sus hijos se ven obligados a buscar pan y trabajo en lejanos pueblos, en apartadas regiones!

No; lo repetimos: el vicio de organización que tantos males produce no puede ser otro que el de la propiedad, y sólo por él nos explicamos todas las anomalías del actual orden de cosas, la emigración inclusive.

Abandonemos de una vez ese empeño de señalar como causas de la emigración cosas verdaderamente triviales comparadas con esas otras cosas más hondas a donde regularmente todos tememos llegar en nuestras investigaciones. La verdad debe decirse siempre a los pueblos cueste lo que cueste y venga de donde venga.

Concretemos. He dicho que la organización de la propiedad es la causa principal de la emigración; he indicado los males que aquélla produce y son a la vez nuevos y poderosos incentivos de ésta. Debo ahora establecer el orden en que tales contradicciones de la vida económica se suceden, y terminar.

Hallo, pues, que la emigración tiene primeramente por causa:

La organización de la propiedad con todas sus consecuencias de subdivisión, monopolización y subordinación.

En segundo término encuentro como electos de esta primera causa y nuevos elementos que fomentan la emigración:

Primero.—La insolidaridad de los productores y la carencia de instituciones de crédito, origen principal del espantoso desarrollo de la usura.

Segundo.—El monopolio del capital, el estancamiento de los productos y la imposibilidad, por tanto, de que una gran masa de la población pueda obtener, ya trabajo, ya lo necesario a la subsistencia. (15)

Tercero y último.—La ignorancia y la miseria generales.

Es indudable que en tanto no se resuelva la antinomia de la propiedad, será inútil cuanto se haga por contener el movimiento de emigrantes y con él la intensidad y extensión del pauperismo.

Realmente, los demás efectos de la organización de la propiedad, la emigración es el de menos importancia, el que menos males causa. Pero ya que la ocasión se ofrece, es preciso que lo examinemos a fondo, no olvidando los puntos de contacto que lo unen a las infinitas manifestaciones de ese mal gravísimo que agita y conmueve a la sociedad en nuestros días: la miseria. El problema que hemos de resolver es, pues, el de la propiedad, hallando una fórmula por la cual el trabajo quede definitivamente organizado para hacer producir y consumir lo más posible por el mayor numero posible de hombres, según acertadamente expresó Proudhon.

Eliminar los términos de la contradicción no es resolver el problema, es negarlo; decidirnos por uno de ellos, equivale a mantener el desorden; encontrar un justo medio que organice el modus vivendi, es un eclecticismo pasado de moda. Busquemos la idea, el elemento superior que, armonizando, contrabalanceando la oposición de esos dos términos, haga surgir la Justicia y con ella el orden, la libertad, la igualdad y el bienestar para todos.

Sólo así habremos acabado con la emigración, con sus causas y con sus efectos.

LA EMIGRACIÓN, ¿ES FAVORABLE O PERJUDICIAL A LOS INTERESES DE GALICIA?

Problema es éste que implícitamente queda resuelto en cuanto dejo consignado acerca de las causas de la emigración en las cuatro provincias gallegas.

Descubrir en el desenvolvimiento económico de un pueblo tal o cual vicio trastornador que produce, no la insuficiencia de las subsistencias, sino la imposibilidad material de que una gran parte de los productores pueda adquirirlas, y elimina constantemente a esa misma población que de todo carece; que entrega al trabajador en brazos de la usura y de la insolidaridad, y finalmente le reduce a la miseria y a la ignorancia, esto es, a la esclavitud, equivale a decir que en tanto semejante desorden no sea neutralizado, podrá ser la emigración más o menos favorable o perjudicial a sus intereses; podrá no ser cualquiera de ambas cosas, pero indudablemente es necesaria.

¿Cómo anatematizar la emigración cuando las condiciones económicas de un pueblo hacen imposible la vida a la mayor parte de los individuos que en él nacen? ¿Cómo por otro lado declararla favorable si en ultimo resultado es la consecuencia inmediata de un mal que ni se remedia ni se corta?

La emigración no es, no puede ser nunca conveniente a los intereses de un país cualquiera, porque revela la existencia de un malestar y de un abandono pernicioso en la masa de los productores; porque pone de manifiesto un vicio de organización que no se corrige, que no se remedia. Y por otra parte no puede ser perjudicial a esos mismos intereses en tanto subsista ese malestar, ese abandono y ese vicio orgánico que la hace necesaria.

Allí en donde hay exceso de población, el bracero emigra espontáneamente en busca de lo que encuentra en su país: trabajo. Así, en tanto sobren brazos en Galicia, la emigración seguirá su camino sin que basten a contenerla ni los más fuertes anatemas ni las más poderosas consideraciones.

Mas, ¿por qué sobran brazos en Galicia? ¿Acaso por la pretendida ley de Malthus?

No, porque en Galicia se da el fenómeno mismo que en todo el mundo moderno: se produce más de lo suficiente; se produce lo que no ha de consumirse, porque encarecido arbitrariamente el precio de los productos, mediante lo que para sí cobran la propiedad y el capital, el monopolio y el agiotaje, la producción se estanca, los consumidores no consumen o consumen a medias y deja de ser necesario que los trabajadores produzcan.

He ahí por qué no pueden vivir en Galicia todos los que en ella nacen; y he ahí por qué emigran: porque no habiendo percibido el trabajador por su producto más que dos, tiene que pagar por el mismo, como consumidor, cuatro.

Probad si no a dar salida en un momento dado a todas las existencias almacenadas; colocadas al alcance de los consumidores, y entonces veréis cómo la población no es superior a las subsistencias; cómo en poco tiempo quedan los almacenes vacíos y hallan, por lo tanto, ocupación esas masas numerosas que emigran o recorren las calles pidiendo pan y trabajo o implorando una limosna.

Suponed a renglón seguido una mejor distribución de la riqueza, una organización del trabajo y del crédito, del cambio y de la propiedad, y veréis cómo ni un solo momento faltan productos ni ocupación para los productores; cómo, por el contrario, la duración de la tarea diaria disminuye y es más constante para todos, y entra finalmente la sociedad en un orden desconocido, en ese orden que llamáis utópico, en la armonía de todas las contradicciones, de todas las antinomias de la economía y de la ciencia social.

Vivir en permanente déficit no es posible, porque esto equivale a vivir muriendo. Procurar por medio del trabajo un aumento de salario, tampoco, porque aunque el hombre se reduzca a trabajar las 24 horas del día (cosa verdaderamente imposible) nunca logrará invertir los términos de esa ley fatal que le condena a morir de hambre. Resiste todo lo que puede, y al fin emigra.

Sumad todo lo que los trabajadores dejan de consumir y restadlo del trabajo por ellos realizado. A poco de haber hecho esta operación, comprenderéis cómo en virtud de una ley totalmente contraria a la de Malthus llegan a sobrar brazos en una región cualquiera.

Admitid que un hombre pueda trabajar 24 horas diarias, y de un golpe arrojáis a la desesperación y a la muerte a la mitad, cuando menos, de la población del Globo.

No dirán los que creen en la rutina económica que presento casos favorables a mi tesis. Por el contrario, mi deseo es demostrarles hasta con el absurdo que no hay medio alguno capaz de salvar tantas dificultades como no sea la reforma radical de la propiedad y del organismo social, esto es, la revolución.

Recúrrase a la estadística, a los datos, aunque escasos y deficientes, que la producción y el consumo arrojan; todo será en vano: la conclusión será siempre la misma.

Y cuenta que poco o nada pesan en la balanza los sistemas políticos, el modo de ser de los gobiernos: los mismos males en las repúblicas que en las monarquías, en todas partes el enigma reviste iguales caracteres.

Cuando se rinde culto a la verdad, cuando además se la busca con buen deseo, sin propósitos convencionales, los hombres llegan siempre a iguales o parecidas conclusiones.

No hay remedio; no podemos escapar a este dilema: o morir o emigrar.

Es preciso, necesario, garantir a todos trabajo y subsistencia, y si no, en vez de condenarle, todavía tendremos mucho que agradecer al que emigra.

Porque, ¿en virtud de qué clase de consideraciones, por qué razón, por qué poderosa conveniencia, con qué derecho ha de impedírseme emigrar a otros países cuando en el que nací no encuentro ocupación en que ganar honradamente el sustento diario?

Yo, para permanecer allí en donde transcurrió, al arrullo de las caricias maternas, mi niñez, exijo y debo exigir de mis conciudadanos la garantía de mi existencia. Si esta garantía me falta, siempre tendré razón para abandonar, por muy doloroso que para mí sea, todo lo que hay de más arraigado en el corazón del hombre: patria, familia, etc.

Y es que la emigración nos presenta una nueva antinomia de la economía: aparece por un lado como la manifestación de un desorden, de un vicio orgánico, produciendo la ruina de Galicia, el estancamiento de su industria, de su comercio, de todo, en fin, lo que constituye la condición principalísima de su existencia; y por el otro, como el elemento que nivela sus relaciones económicas, sosteniendo un equilibrio ficticio, convencional, entre la población y las subsistencias, entre el número de braceros y el capital circulante, entre la oferta y la demanda de los productos.

En el primer caso, la emigración es un mal; en el segundo, un bien.

¿Diremos, pues, que la emigración es favorable y perjudicial a un mismo tiempo a los intereses de Galicia? Así se nos presenta y así debemos consignarlo: es uno de tantos fenómenos de que está llena la economía política.

Pero por lo mismo que semejante contradicción surge al examinar el problema objeto de nuestras investigaciones, es preciso resolverla, y resolverla pronto, porque en el encadenamiento de los hechos económicos descubriremos también el elemento en virtud del cual la emigración llega a constituir una nueva y disolvente antinomia de la vida.

Debemos retroceder e ir a buscar en el principio de la serie económica la explicación de este nuevo problema, de este nuevo enigma, y ya hemos visto cómo la organización de la propiedad es la primera y la causa principal de todas las contradicciones, de todas las anomalías del orden económico en que vivimos.

Dejarla tal como está, es condenarse a una guerra eterna, a una lucha permanente; es resignarse a vivir en un infierno sin límites y sin tiempo. Renunciemos, pues, a eliminar, a cortar todos los males que de ella se derivan, y entonces, ¡¡oh, Malthus!!, el que llegue tarde al banquete de la vida pronto cumplirá por sí mismo la orden de la naturaleza que le manda salir, y saldrá.

Pero no: el hombre no es de peor condición que los animales. Si cuando nace le falta trabajo y pan, debe y puede exigir a sus conciudadanos, a los que antes que él nacieron, cuentas estrechas de su conducta; debe y puede exigir a la sociedad, constituida para garantir a todos y cada uno de sus individuos la subsistencia, que le garantice la suya proporcionándole trabajo; porque esta condición del hombre que más le distingue de los animales, el trabajo, debe bastar al individuo para no temer nada del mañana.

El acaparamiento y el monopolio no han llegado aún a dominar toda la tierra y todavía la naturaleza ofrece ancho campo a nuestra actividad.

Si la sociedad es para el productor un desierto en que ha de morir acosado por el hambre y por la sed, entonces resignémonos con paciencia hasta que la hora fatal llegue o apresurémonos a poner fin a nuestros días anticipándonos al terrible decreto del destino.

Mas ya he demostrado cómo en una sociedad bien organizada no puede darse tal despropósito; cómo el hombre ha de hallar siempre bastante más de lo que necesita para atender a su subsistencia con aplicar su actividad y su inteligencia a los elementos que Natura le ofrece gratuitamente y por igual; cómo, resolviendo el problema de la propiedad, eliminaríamos de un golpe todas sus consecuencias disolventes, cómo evitaríamos la bancarrota a que estamos abocados.

El mal no es ciertamente incurable: que la propiedad deje de ser un privilegio para convertirse en un derecho; deje de ser un monopolio para constituir un instrumento de uso gratuito y universal; deje de ser jerarquía y servidumbre para transformarse en igualdad y libertad; deje de producir miseria e ignorancia para fomentar abundancia e ilustración por todas partes, entrando capital y productos en circulación, y entonces veremos cómo, invertido el orden actual de cosas, las subsistencias superan realmente en mucho a la población, el capital circulante al número de braceros, y cómo no hay razón de necesidad que justifique la emigración. Y si aún después la hubiese, que es muy dudoso, la estadística indicará con la lógica de los números a dónde y en qué condiciones deberán dirigirse los emigrantes, y el problema, reducido a las circunstancias de accidente y localidad, no vendrá a turbarnos en el desenvolvimiento de nuestras facultades físicas, morales e intelectuales.

En la emigración ven muchos publicistas un remedio eficaz al desorden económico en que vivimos. Lo que constituye un eslabón más de la larga cadena de nuestras desdichas, llega a ser para ellos la solución de problemas tan importantes como el de la población y las subsistencias, el de las relaciones que pueden y deben existir entre el capital y el trabajo emancipado, el de la ley de los salarios, etc., etc.

A este propósito—dice el Sr. Pi y Margall en su obra «Las clases jornaleras» (Págs. 19 y 20)—, se ha pensado en fomentar la emigración, pero esto tiene también sus inconvenientes y peligros. No se la puede imponer a nadie por pobre; emigran, no los más necesitados, sino los más ambiciosos, tal vez los más útiles, tal vez los proletarios de más inteligencia. Los unos arrastran a los otros; el movimiento se hace progresivo, y donde hoy sobra población, a vuelta de algunos años falta. Testigo, Irlanda.

No negaremos que, de todos los medios hasta aquí propuestos, la emigración es el de más eficacia. Significa para nosotros mucho que la adopten, movidos por sus propios instintos, casi todos los pueblos del continente. Pero la creemos necesaria, y solo accidentalmente, en naciones donde esté la tierra enteramente ocupada y haya adquirido la producción un gran desarrollo. Donde no, depende más el decrecimiento de los salarios de estar aglomerada la población que de ser excesiva; hay que desparramaría, no disminuirla; favorecer la colonización interior, no la salida para otros reinos. No creemos necesario decir que nos referimos a España. La población está entre nosotros muy poco distribuida; la producción, atrasadísima; la industria, reducida a un corto número de comarcas.

No se vaya a pensar, sin embargo, que la colonización ni la emigración sean la solución del problema. Son simplemente paliativos. La relación entre el capital y la masa trabajadora cambia bruscamente a cada crisis; cambia, más o menos, al aparecer una fuerza motriz, un invento de consideración en el campo de la industria. Mengua en el primer caso el capital; hay en el segundo sobra de jornaleros: bajan siempre los salarios. La Bolsa, el Presupuesto, el Arancel, ¿no alteran acaso por otra parte la relación entre los dos términos?»

Y más adelante añade el Sr. Pi:

«No hay tampoco por qué confiar tanto en la emigración de las clases jornaleras. La que se verifica espontáneamente, ¿no es acaso hija de nuestra ignorancia? El hombre no suele abandonar sin dolor la tierra en que ha nacido. Allí tiene concentrados sus afectos; allí tiene, junto a la cuna de sus hijos, la tumba de sus padres. Allí ha conocido a la mujer que ama; allí se han desarrollado y crecido todos sus sentimientos. Puede el hombre emigrar con gusto cuando espere volver a su patria; raras veces se va sin esa esperanza. Hoy los pueblos no emigran en masa, como los de otros tiempos; hoy los ciudadanos que dejan su país no llevan consigo todos los objetos de su cariño y de su culto.

Es la emigración un verdadero sacrificio; ¿y qué? Un sacrificio ¿puede ser nunca el medio racional y permanente de curar las dolencias sociales? ¡Cuántos de los que emigran por evitar la miseria caen en espantosa servidumbre!»

Mediten los apologistas de la emigración la triste realidad de las anteriores palabras, y se convencerán de que no es con paliativos con lo que han de curarse nuestras dolencias. No olviden que la emigración se determina casi siempre por una razón de necesidad, necesidad que, como sucede en Galicia, tiene tan graves males como los que hemos consignado.

Tengan también presente los que contra la emigración fulminan los rayos de su cólera, que para hacerlo debe antes indudablemente desaparecer la causa o causas que determinan ese doloroso sacrificio a que se entregan por fuerza nuestros campesinos.

Unos y otros, los que defienden y los que condenan la emigración, obran por sentimiento, por un patriotismo o por un cosmopolitismo mal entendidos; así que incurren, sin darse cuenta de ello, en tantos y tan graves errores.

Para concluir, puede decirse de la emigración aquello de que «peor es el remedio que la enfermedad». Ella es el veneno que prolonga nuestra vida al borde de la tumba; es el cauterio que, aplicado a nuestras llagas, va consumiendo poco a poco nuestro organismo.

La emigración no puede ser, no, favorable a los intereses de Galicia. Es un paliativo que se nos impone y que, sólo desde este punto de vista, deja de sernos perjudicial.

Deber nuestro es, por lo tanto, matar sus causas, eliminarías paulatinamente; pero, triste es confesarlo, la razón de necesidad nos obliga con fuerza irresistible a repetir el concepto que sirve de lema a esta Memoria: la emigración puede ser la necesidad de hoy, no la necesidad de siempre.

PAIS O PAISES A QUE DEBE DIRIGIRSE LA EMIGRACION Y MEDIOS QUE DEBEN EMPLEARSE PARA COMBATIRLA

El deseo de ajustarme a las condiciones del concurso y las premisas sentadas en la solución de los temas que anteriormente he tratado, me obligan a poner a la cabeza de esta parte de la Memoria un epígrafe al parecer contradictorio.

Pídese en la redacción del tema puesto a debate por la Excelentísima Corporación municipal de Vigo, una solución terminante en pro o en contra de la emigración y el país o países a que debe dirigirse, en el primer caso, y los medios que deben emplearse, en el segundo, para combatirla.

Ya hemos visto cómo la emigración, si bien se la estudia, es perjudicial a los intereses de Galicia desde un punto de vista y favorable desde otro; y cómo debemos concluir afirmando la necesidad de la misma como accidente. Tócame ahora, por tanto, determinar el país o países a donde la emigración puede dirigirse, mientras tal necesidad subsista, y los medios más conducentes a que esa misma necesidad desaparezca cuanto antes.

No es, pues, contradictorio en el fondo el epígrafe que he puesto a la cabeza de estas líneas, aunque en la forma así lo parezca.

Necesaria la emigración, preciso es encauzarla de tal modo que no perjudique a los emigrantes; hija de un mal social, deber nuestro es cortarla cuanto antes resolviendo radicalmente el problema.

Convienen la generalidad de los que se han ocupado de este asunto en que los emigrantes gallegos se dirigen principal y permanentemente a la América del Sur, a las Antillas y Portugal, y en tiempo de la siega a Castilla y Andalucía.

Ahora bien: lo mal distribuida que la población está en España, sirve para que algunos ensalcen a voz en grito la necesidad de que la emigración se dirija al interior y no a otros países, como generalmente acontece.

Mas, ¿qué razones abonan tal procedimiento? ¿Qué condiciones de seguridad se le ofrecen al bracero que se decida a trasladarse de una comarca a otra?

No dejaría ciertamente de convenir a nuestros intereses la emigración interior si el emigrante, a donde quiera que se dirigiese dentro de España, tuviera la seguridad de hallar aquello mismo que le obligaba a emigrar de la comarca en que había nacido.

¡Pero qué desengaño para los partidarios de la emigración interior!

A donde quiera que nuestra vista se dirige, el espectáculo es harto desconsolador.

Andalucía, corroída por la latifundia, ese cáncer de las sociedades modernas, presa de la miseria y de la ignorancia, no basta en su estado actual a dar trabajo a todos los que en su suelo nacen.

Cataluña, la comarca más fabril e industrial de España, ve desfilar uno y otro día grandes masas de obreros que piden pan y trabajo y es víctima también de la terrible plaga del pauperismo.

Castilla, Aragón, Valencia y todas las demás comarcas españolas, aun las más feraces, apenas pueden dar trabajo a los braceros del país, y en todas, absolutamente en todas, sobran los trabajadores, y emigran o se resignan a vivir con la esperanza de mejores días.

Basta a mi entender con lo dicho para convencerse de cuan inconveniente sería que la emigración se dirigiese solamente al interior de España; pero si aún quedara alguna duda no hay más que fijarse por un momento en la desgraciada condición en que viven los gallegos en las demás comarcas españolas.

Despreciados de todo el mundo, reducidos a las más humildes y repugnantes faenas, parecen, mas que una clase de hombres honrados y laboriosos, una manada de idiotas, seres degradados nacidos para hacer el oficio de verdaderas bestias de carga. Soportan con resignación, debido a su carácter especial, todas las vejaciones y apenas sienten el látigo que inhumanamente les azota el rostro.

¡Ah! Y cuando se piensa en esto, cuando observamos que para vivir los gallegos fuera de Galicia pierden hasta ese orgullo natural que eleva al hombre sobre toda la escala de los animales, ¡qué pena sentimos de estos pobres seres!

Pero aun hay más: aparte de estas consideraciones que afectan a la moral, hay otras de un orden económico que demuestran cuan perniciosa es para los mismos trabajadores la emigración interior.

Y en efecto, aun suponiendo que el estado de las demás comarcas de España sea relativamente próspero, ¡cuán terribles son las consecuencias de la concurrencia que los gallegos hacen a los naturales del país a que emigran!

Supongamos por un momento que en cualquiera de las comarcas españolas, Andalucía, por ejemplo, se hallan las subsistencias perfectamente niveladas con la población y que, por lo tanto, hay trabajo bastante para todos los obreros nacidos en aquel fertilísimo suelo y los salarios se mantienen en un término medio satisfactorio. Pues bien: que los gallegos continúen emigrando a tan feliz comarca en tiempo de la siega, como sucede ahora, y pronto, muy pronto, por la concurrencia de los braceros entre sí, se invertirá el orden de las cosas, las subsistencias no alcanzarán a satisfacer las necesidades de los productores, o si bastan o aunque sobren éstos no podrán obtenerlas sino a un precio muy elevado; los salarios bajarán y la miseria se extenderá por aquella región, antes tan feliz y abundante.

No salimos, pues, de ese círculo de hierro en que la economía política nos ha encerrado.

En buena hora que respetemos la concurrencia entre las cosas, porque ella es la condición más preciosa de la libertad; pero urge acabar cuanto antes con la concurrencia entre las personas, porque ésta representa, por el contrario, el signo de la esclavitud.

No existen, no, condiciones favorables a la emigración interior.

No hablemos de Portugal; no hablemos de todo el viejo continente europeo: todo en él está gastado. El agricultor, el industrial, el comerciante, el obrero, viven siempre sobre el mañana, en constante déficit, y no basta el inmenso desarrollo de la producción a contener los progresos del pauperismo.

Por todas partes se deja sentir vivamente la necesidad de resolver cuanto antes el enigma de todos los tiempos: la cuestión social. Edipo es la esperanza de todos los pueblos del continente europeo.

¿A dónde, pues, se dirigirán los emigrantes gallegos? ¿No habrá un pedazo de tierra en donde puedan ganar el sustento con su trabajo? ¿Estarán condenados a corroborar la terrible ley de Malthus?

No: aún tenemos vastos continentes, grandes regiones por explotar, un nuevo mundo, que si hemos conquistado por las armas, no así por el trabajo. Si lo primero ha respondido a una necesidad histórica o de fuerza y ha sido injusto, lo segundo, por el contrario, responderá a una necesidad económica, humana, y hallará su más completa sanción en la Justicia, principio y fin de todas las cosas.

No he de decir que me refiero a todas las regiones americanas en que se habla el clásico idioma de Cervantes.

No son allí ciertamente del todo satisfactorias las condiciones que se ofrecen al emigrante, pero (qué diferencia entre esto y aquello!

Allí, inmensos territorios completamente despoblados; innumerables industrias en embrión; la agricultura reducida a muy estrechos límites, no por falta de tierra, sino por falta de gente; un país virgen, desconocido, con una potencia productora sin comparación con la de Europa. Aquí, no gastada por completo la tierra, ni explotados todos los medios de que la inteligencia humana dispone para la producción; pero sí falta de capitales, sobrante de trabajadores; todo en crisis permanente, comercio, industria, agricultura, y el terrible problema económico agobiándonos por todas partes.

Sí; solamente a América puede dirigirse en condiciones ventajosas la emigración.

Lo que hace falta es ilustrar al emigrante; poner a su alcance el estado social, económico y político de todas las regiones americanas; Enséñele todo lo que hoy ignora; esto es, hacerle conocer los países a donde quiera o deba dirigirse para que la emigración, ya que es una necesidad y realiza hasta cierto punto un bien, no se convierta en un arma homicida, en un mal gravísimo, no ya para el emigrante, sino para el país que abandona y para aquel a que se dirige.

Bien quisiera yo suplir en esta Memoria el silencio de la prensa gallega y de la mayor parte de nuestros escritores, poniendo al alcance de todas las inteligencias lo que es América en general y lo que debe y puede ser; las ventajas que ofrece al emigrante y los inconvenientes con que aun allí tiene que luchar; pero no bastan los límites naturales de este trabajo para contener una tarea de tanta importancia.

Heme de permitir, no obstante, presentar como tipo una de las repúblicas americanas más florecientes, reproduciendo algunas noticias y datos estadísticos que, a la par que demuestran la conveniencia de que la emigración gallega se dirija al Nuevo Mundo, nos ilustrarán respecto a las condiciones prodigiosas de aquellas tierras todavía vírgenes.

En el pasado año de 1883 ha visto la luz una Reseña Estadística Geográfica de la República Argentina, publicación oficial de la que extractamos textualmente lo que sigue:

“La República Argentina, situada en la parte austral del continente suramericano, ocupa una extensión superficial de 2.792.700 kilómetros cuadrados.

La población de esta colosal masa de territorio se calcula para fines del presente año (1883) en 2.942.000 habitantes, repartidos así: Capital federal (Buenos Aires), 295.000; Provincias, 2.535.000; Territorios nacionales, 112.000. (16)

Si se admite que el suelo de este país posee como término medio la misma capacidad productora de alimentos para sostener la especie humana y que en sus entrañas abriga una riqueza de materia prima para alimentar las industrias análoga a la de Alemania, que es una de las suposiciones más desventajosas que puede hacerse, entonces hay aquí todavía lugar para unos 270 millones de almas más; En todo caso podrán vivir en este país con mucha más holgura que en Europa unos 100 millones de individuos más que los hoy existentes. “ (17)

En cuanto a la agricultura y a la colonización, he aquí las noticias que la referida Reseña nos ofrece:

“En un país como éste, que por sus vastas praderas, verdaderos océanos de pastos, parece como creado para la cría de toda clase de ganados, y donde su relativamente escasa población halla en la vida pastoril no sólo los necesarios medios de subsistencia, sino un verdadero bienestar, no es extraño que la agricultura ocupe un rango secundario al lado de la ganadería; y, sin embargo, tal como se presenta ahora, no sólo bastan sus producciones al consumo de más de 2 millones de habitantes, sino que alimenta además una considerable exportación a Europa. Ahí están, en prueba de lo dicho, los 100 millones de kilos de maíz y los 25 millones de kilos de lino a que alcanzó durante el ano pasado la exportación de estos dos artículos, que proporcionó al país un beneficio neto de cerca 20 millones de pesetas. (18)

Las colonias son núcleos de pequeños establecimientos agrícolas, donde las personas y familias labriegas europeas que llegan al país encuentran grandes facilidades para adquirir tierra buena y barata, útiles y animales de labranza y hasta los víveres y demás artículos de primera necesidad durante el tiempo que los separa de las primeras cosechas.

La provincia de Santa Fe posee 55 colonias agrícolas que cuentan con tina población de 54.869 habitantes. La más antigua de todas estas colonias, La Esperanza, data de 1856 y cuenta hoy con 3.299 habitantes. Estas colonias ocupan un área total de 720.638 hectáreas.

En resumen, puede decirse que las colonias todas prosperan y que el agricultor europeo, gracias a un suelo feraz, al clima benigno y a la crecida demanda de los productos, se labra en ellas bien pronto un bienestar con muchas menos fatigas que en Europa.

Lo que más extraordinariamente llama nuestra atención es el grandísimo desarrollo de la ganadería:

“La principal fuente de riqueza de este país, dice la Reseña, es la cría de ganados y, sobre todo, la del ganado lanar, vacuno y yeguarizo. Para fines del presente ano (1883) puede estimarse, sin exageración alguna, la riqueza ganadera de la República Argentina como sigue:

Núm. cabezas Valor pesetas

Ganado vacuno …………….. 14.206.499 568.259.960

lanar ………………………….. 72.683.045 363.415.225

caballar ……………………….. 4.856.808 97.136.160

mular ……………………………… 158.551 7.927.550

porcino ……………………………. 266.583 6.664.575

cabrío …………………………….. 757.559 3.787.795

asnal ………………………………. 206.078 3.091.170

Siete vacas y un toro traídos por los hermanos Scipión y Vicente Goes en 1553, en un viaje que hicieron a la Asunción del Paraguay con Ruy Díaz Melgarejo, son el origen de todo el enorme ganado vacuno que pasta en ambas márgenes del Plata.” (19)

Concluiré esta reseña, en gracia a la brevedad, consignando los salarios que a los trabajadores se ofrecen en la República Argentina. Helos aquí:

Labriegos, desde 70 hasta 120 pesetas al mes, con alojamiento y manutención. Gran demanda.

Jornaleros o peones para ferrocarriles, desde 80 hasta 120 pesetas al mes, o también desde 5 hasta 9 pesetas diarias, o desde 80 centavos de peseta hasta 2 pesetas por metro cúbico de tierra removida. Hay gran demanda de esta clase de trabajadores. Un peón muy bueno puede ganar desde 10 hasta 15 pesetas por día.

Matrimonios labriegos, sin hijos, desde 125 hasta 175 pesetas al mes, con alojamiento y manutención. Gran demanda. Matrimonios sin hijos, compuestos de quintero y cocinera, o de cocinero y sirvienta, o de peón y sirvienta, desde 125 hasta 175 pesetas al mes, con alojamiento y manutención. Hay mucha demanda de esta clase de matrimonios.

Familias labriegas, pueden colocarse en condiciones ventajosas a partir utilidades. Se les proporcionan terrenos, útiles de labranza, semillas y animales.

Quinteros, desde 80 hasta 120 pesetas al mes, con alojamiento y manutención.

Jardineros, desde 90 hasta 125 pesetas al mes, con alojamiento y manutención.

Cocineros, desde 80 hasta 120 pesetas al mes, con alojamiento y manutención. Poca demanda.

Cocineras, desde 60 hasta 150 pesetas al mes, con alojamiento y manutención. Gran demanda.

Sirvientas, desde 60 hasta 80 pesetas al mes, con alojamiento y manutención. Gran demanda.

Niñeras, desde 40 hasta 60 pesetas al mes, con alojamiento y manutención. Gran demanda.

Muchachos, de 10 a 16 anos, desde 30 hasta 60 pesetas al mes, con alojamiento y manutención. Gran demanda.

Carpinteros (de obra blanca), desde 5 hasta 10 pesetas diarias, con alojamiento y manutención.

Zapateros, desde 6 hasta 10 pesetas por día, con alojamiento y manutención.

Herreros, Hojalateros, Talabarteros, Sastres y Albañiles (gran demanda), desde 6 hasta 10 pesetas por día, con alojamiento y manutención.

Barberos, desde 100 hasta 150 pesetas por mes. Poca demanda.

Maquinistas, desde 300 hasta 450 pesetas.

Caldereros, ajustadores y herreros mecánicos, desde 7 y 1/2 hasta 15 pesetas diarias.

Encuadernadores, desde 100 hasta 200 pesetas al mes, con alojamiento y manutención.

Curtidores, desde 100 hasta 150 pesetas al mes, con alojamiento y manutención, o también desde 6 hasta 9 pesetas por día, con alojamiento y manutención.

Por todo lo expuesto se comprenderá cuan conveniente es que nuestros campesinos conozcan perfectamente el estado económico de América, puesto que por los datos referentes a la agricultura, a la ganadería y a los salarios se ve que lo más provechoso es la emigración de familias que vayan a dedicarse a las faenas del campo, a que son aquí tan aficionados.

Por el contrario, acontece que la emigración se compone por regla general de jóvenes labradores que se dirigen a América, no para dedicarse a la agricultura o a la ganadería, sino para someterse a toda clase de servicios, por humillantes que sean, a trueque de reunir, mediante muchísimas privaciones, unos cuantos ochavos con que poder regresar a sus hogares, abandonados en mal hora.

Mucho podría hacer en este asunto la prensa gallega imponiéndose la noble misión de difundir por todas partes y con verdadera imparcialidad, sin prejuicios de ninguna especie, las condiciones del suelo americano y las ventajas e inconvenientes que los emigrantes han de hallar en él, a fin de que la imaginación de nuestros campesinos, harto soñadora, no vea en lo que no es más que un medio de vivir regularmente, la seguridad de un porvenir espléndido y colmado de riquezas.

No he de extenderme en más consideraciones, pues entiendo que con lo dicho basta para formar una idea aproximada de lo que América es y puede ser para los emigrantes.

Despierten, pues, los hijos de Galicia, y muy especialmente los campesinos; procuren conocer en toda su extensión las condiciones favorables y desventajosas que el suelo americano les ofrece; y cuando emigren, háganlo con el decidido propósito de trabajar en las labores que les son aquí tan queridas: la agricultura, la ganadería, etc., etc.

Es América un país en donde el hombre se siente renacer al contemplar el extenso campo que aún la Naturaleza reserva a su actividad, y si los europeos, no ya los gallegos, los españoles solamente, se ven obligados a emigrar, sólo a América deben dirigirse, sin pensamientos bursátiles, sin ilusiones mercantiles, sin esperanzas comerciales que únicamente pueden hallar cumplida satisfacción en el agio, en el monopolio y en el parasitismo, sino con el deliberado propósito de constituir allí una sociedad eminentemente económica, que tenga por base el trabajo y la libertad y aleje de aquellas fértiles tierras todo el tren de calamidades y dolencias que aniquilan a la anémica Europa.

* * *

Llegamos ya a la última parte de nuestro trabajo: al examen de los medios que deben emplearse para combatir la emigración.

Vamos a ver cómo haciendo desaparecer las causas que la motivan quedará la emigración eliminada de la larga serie de nuestros problemas.

Comenzaré recordando que la causa principal del hecho económico objeto de este estudio es:

La organización de la propiedad con toda sus consecuencias de subdivisión, subordinación y monopolización.

Y que luego, como efectos inmediatos de esta misma causa y nuevos elementos que sostienen y fomentan la emigración, hemos hallado:

1.°—La insolidaridad de los productores y la carencia de instituciones de crédito, origen principal del espantoso desarrollo de la usura.

2.°—El monopolio del capital, el estancamiento de los productos y la imposibilidad, por tanto, de que una gran masa de la población pueda obtener ya trabajo, ya lo necesario a la subsistencia.

3.° y último.—La ignorancia y la miseria generales.

La cuestión así se reduce a saber cómo la propiedad podrá entrar en una organización mejor, cómo los productores volverán a la solidaridad, como impedir el monopolio y el estancamiento de los productos para que la masa trabajadora no carezca de lo necesario a la vida, y finalmente, cómo eliminaremos la miseria y la ignorancia del número de nuestras dolencias.

La propiedad, constituida y desarrollada en el privilegio, no puede producir más que desórdenes y trastornos.

Examinada esta institución en sus caracteres generales, hallamos que de todos ellos el que más resalta y la particulariza es su despotismo abrumador, el absolutismo intransigente de su existencia.

Todavía no se ha justificado la propiedad individual de la tierra, el uso y el abuso exclusivo de ella, ni por el derecho, ni por la historia, ni por la razón, ni por la lógica. Sólo se nos ha explicado su existencia como un hecho social que la conquista, la fuerza nos impone. Y la razón de la fuerza no es tal razón ni puede serlo para el hombre de conciencia, ser pensante que rechaza la injusticia porque le repugna.

La tierra, como el aire y la luz, es un elemento que la Naturaleza ofrece por igual a todas las criaturas. Y sin embargo, por su organización especial, la inmensa mayoría de los hombres se ven privados del goce de ese elemento gratuito, goce a que en último término pueden llegar algunos mediante la renta, signo de la moderna esclavitud, del novísimo feudalismo propietario.

Tal vez al oírme discurrir así acuda a la mente de mis lectores una palabra mágica que pone en guardia a la sociedad contra las demasías de la demagogia: ¡comunismo!

Yo ruego al que leyere tenga un poco de paciencia y me siga hasta el fin: no soy comunista.

Fluctúa la opinión de la mayor parte de los que de la organización de la propiedad se han ocupado y se ocupan, entre dos polos diametralmente opuestos: el individualismo y el comunismo.

A la par que una secta de hombres ilustres se consagra al estudio de la economía política y se convierte en apologista de todos los errores económicos, de todos los privilegios, en defensora incorregible del absolutismo individual, ofreciéndonos por toda solución, a las antinomias sociales, la libertad; surge otra secta, no menos ilustre, que, en contraposición a la primera, se pone al servicio del socialismo, condena todo lo que aquélla defiende y nos ofrece a su vez como única solución al problema, la comunidad.

Economía política y socialismo son, pues, los dos términos opuestos de la cuestión. La una y el otro, moviéndose en un círculo de hierro, se lanzan recíproca y continuadamente los rayos de su cólera, sin acertar jamás a elevarse a una concepción metafísica que resuelva de una sola vez y para siempre las contradicciones económicas.

Acérrimos defensores, los economistas, del desorden industrial en que vivimos, aunque inspirados en un buen deseo, creen haber encontrado la clave de todos los problemas sociales en lo que distingue a la escuela, en el Laissez faire, laissez passer.

Decididos mantenedores, flor oposición, los socialistas del statuo quo económico, del comunismo, creen a su vez, con la mayor buena fe, haber encontrado el punto de apoyo que Arquímedes buscaba para mover el mundo, en la igualdad absoluta, que se traduce por lo que también les distingue: uno para todos; todos para uno. (20)

En el fondo de esas luchas retóricas más que filosóficas a que se entregan economistas y socialistas; en el fondo de todo ese pugilato de escuela, germina, aunque oculta, la verdad con tanto anhelo buscada por unos y otros, sin que, no obstante, acierten a encontrarla.

La libertad, sin la igualdad objetiva de los medios, es la libertad del dolo, el fraude y la injusticia.

La igualdad de los comunistas, ese absolutismo feroz de una escuela de pretendidos demócratas, es algo más que una mentira, es la utopía.

Sin la libertad, el hombre no es más que un cero en la aritmética de la economía social.

Igualdad sin libertad, libertad sin igualdad, imposible. Tomada la una sin la otra, se va siempre a la negación de la sociedad misma por la negación del individuo.

Nada hay anterior ni superior al hombre; él es la realidad de las realidades. La sociedad, él la crea para su bienestar, para garantirse sus derechos y su existencia; sólo por él y para él llega a tomar cuerpo esa abstracción en que tanto fían los que, desconociendo al hombre, todo lo buscan fuera de él.

Cualquier organización que de esto se separe o lo desconozca, no puede menos de ser defectuosa e injusta.

Tampoco hemos de separarnos nosotros de tales consideraciones, para no caer en lo rutinario y empírico, al indagar los medios de que podríamos echar mano para transformar la organización de la propiedad, hacer que el cuerpo social entre en el orden y acabar, a la vez que con la ignorancia y la miseria, con la emigración.

Nada pediremos al Estado: su mediación seria en este asunto más que nula, perjudicial.

El Estado y la Propiedad son dos instituciones que están siempre en lucha y que, sin embargo, no pueden vivir la una sin la otra.

La armonía, en cuanto puede existir en la actual organización de la sociedad, es la resultante de ambas instituciones. El Estado tiende siempre a absorber a la propiedad; ésta, por su parte, no perdona ocasión alguna en que pueda mermar las atribuciones del Estado, y así se compensan, se equilibran y producen esa armonía que aparenta garantizar la paz y la tranquilidad de los pueblos.

Cuando esto no sucede, si predomina el Estado, vamos derechos al comunismo; si la propiedad, al más feroz individualismo. En el primer caso, tenemos la autoridad absorbente del propietario-Estado; en el segundo, el libertinaje abrumador del propietario-hombre.

La cuestión está, pues, reducida a un litigio de todos los días, de todos los momentos, entre el Estado y la Propiedad, y no somos nosotros, los modernos innovadores, los que hemos de dar una solución que satisfaga a ninguno de los litigantes.

¿Qué dirían si no el Estado y la Propiedad si, por ejemplo, dijéramos que el impuesto debe pagarlo únicamente el dueño de la tierra y pidiéramos la libertad para todas las artes e industrias?

Así como así la contribución territorial no es más que el tanto por ciento que el propietario paga al Estado por el privilegio de explotar exclusivamente la tierra, por la cesión que de su derecho hace todo el país en beneficio de los que, no debiendo ser más que usufructuarios, se convierten en amos absolutos y personales de lo que no les pertenece.

Ciertamente que no me explico yo las lamentaciones de los terratenientes, cuando es indudable que si las gabelas que sobre ellos pesan son demasiado intensas, ellos, y solo ellos, son los que, por medio del Parlamento, proponen, votan y decretan la renta que han de pagar.

Pedir algo al Estado sería, pues, una insigne majadería, porque todo cuanto se ha hecho en este sentido ha resultado siempre nulo.

¿No están ahí los hechos para demostrarlo?

Se ha pensado en nuevos paliativos, en nuevas leyes, en reglamentos y disposiciones que vinieran a cortar el mal de la emigración. Nada hasta la fecha se ha conseguido: los hechos, siempre los hechos, se encargan de poner de relieve la ineficacia de semejantes medidas.

«El organismo social de nuestra patria, dice El Día (Suplemento al número del 17 de noviembre de 1881), torcido por causas generales, se vicia más y más cada día, con el abuso de los remedios parciales, de las aplicaciones utópicas.»

Esto y lo que dejo dicho me dispensa de hacer aquí la crítica de todos los medios indicados a fin de evitar la emigración.

El de la colonización, que es el que cuenta con más partidarios, no ha dado, que yo sepa, hasta ahora resultados prácticos. Van dictadas siete u ocho leyes, y hasta la fecha no se ha colonizado.

Remito al lector a lo que dejo consignado respecto a la emigración interior, así como también al informe emitido por el Sr. López Martínez sobre este asunto:

«El medio juzgado, dice, con razón por todos como más adecuado para el indicado fin, es el de la colonización, y, sin embargo, aunque seria excelente desde el punto de vista de la descentralización urbana, de la economía de ciertas labores y del empleo del capital en el cultivo agrario, apenas produciría resultados sensibles respecto a disminuir el número de emigrantes. No lo disminuirla hecho en los terrenos de propiedad particular, porque los dueños, por más favorecidos que fueren por la ley, no son de los que abandonan la madre patria en busca de trabajo y aventuras; no lo disminuiría tampoco la verificada en terrenos de dominio público, señalando parcelas a las familias pertenecientes a la clase que alimenta principalmente la emigración, porque esas familias carecen de recursos para viajar por cuenta propia y más para establecerse en despoblado, a fin de poner terrenos eriales en cultivo.»

Y sin embargo, el Sr. López Martínez no sabe salir, como todos sus colegas. de los paliativos y remedios parciales.

Entiendo yo que la experiencia debiera habernos hecho más prácticos, que es ya tiempo de buscar en otros horizontes lo que en del Estado no hallamos nunca; que es ya hora, en fin, de dirigirse a los mismos productores y ensayar con ellos los medios de evitar la emigración.

Lejos de fiarlo todo a la iniciativa de los gobiernos, de las cámaras, y a la eficacia de las leyes; lejos de buscar redentores que nos salven, debemos comenzar nuestra obra de nuevo, procurando salvarnos por nosotros mismos, moviéndonos en una esfera nueva y fiando exclusivamente en nuestra Iniciativa propia, en nuestras fuerzas.

Ninguna comarca en mejores condiciones para esto que la de Galicia. Dividida aquí la propiedad hasta el extremo de que cada campesino posea un pedazo de tierra y no exista, por tanto, el verdadero asalariado, fácil, muy fácil, es resolver el problema, y no sé yo como esto pasa desapercibido para todos o casi todos los que estudian esta cuestión.

En donde hay un proletariado muy numeroso, el problema es muy otro que en Galicia, porque es bastante difícil, no convertir al jornalero en propietario, sino hacer que uno y otro se refundan en el concepto de usufructuarios de la tierra, logrando así que desaparezca esa maldita división de clases que todavía nos abruma, realizando esa suspirada aspiración de todos los tiempos: la solidaridad y la fraternidad de todos los hombres.

Pero aquí, precisamente por ser, sino todos, la gran mayoría propietarios, la cuestión está zanjada con sólo quererlo.

Así, a la primera y aun a las demás causas de la emigración, basta oponer una sola idea, un pensamiento, y llevarlo a la práctica. Es: La Asociación de los labradores gallegos.

Fundada esta sociedad sobre bases verdaderamente democráticas, por un simple contrato entre los propietarios y jornaleros de una misma demarcación primero, y otro luego entre las diferentes colectividades así formadas, la Asociación quedaría establecida legalmente.

Deberían limitarse estos contratos a fijar, además de las relaciones de los asociados, las bases para realizar la producción colectivamente, asociando los capitales en fuerza muscular o productora, tierras, aperos y metálico. Ninguno de los trabajadores había de perder ni un ápice de su libertad, ninguno sacrificar la parte más insignificante de sus derechos; cada uno trabajar para si y recoger Integro el producto de aquello que con su esfuerzo hubiere elaborado.

Tendría semejante asociación por principio la reciprocidad de los servicios, la garantía mutua.

Necesariamente una sociedad de este género reclamaría además un estudio detenido de las condiciones del suelo y del cultivo, y aunque siempre sujeta a discusión, una inteligencia directora, no un jefe de gobierno, que fijara científicamente los límites de las porciones en que debiera dividirse el terreno, el número de los trabajadores y las clases de los mismos que hubieran de cultivarlas, los productos a que fuera más conveniente dedicar cada porción, etc., etc.

Llevado a la práctica este pensamiento, los resultados serían verdaderamente sorprendentes, porque asociados los labradores, solidarios en sus esfuerzos, podrían conseguir lo que hasta ahora no han conseguido: cultivar sus campos con arreglo a los adelantos de la agronomía moderna. Instrumentos, máquinas, todo lo que hoy les falta porque carecen de capital bastante para adquirirlo y de espacio para utilizarlo, lo obtendrían y lo utilizarían con mayor facilidad entonces.

Si dos hombres aislados producen solamente como dos, asociados producirán como cuatro, cuatro como ocho, y así indefinidamente.

La riqueza aumentará, por lo tanto, de un modo considerable, la producción hallará con facilidad los elementos que le sean necesarios, y pronto, muy pronto, la demanda de brazos será mayor que nunca. el comercio y la industria alcanzarán un desarrollo fecundo, los productos serán exportados en grande escala y a todas partes, y la miseria y la ignorancia habrán sido eliminadas del número de nuestras desdichas, porque la primera y la causa principal de nuestros males, la organización defectuosa de la propiedad, habrá desaparecido.

Esa misma asociación, apenas constituida, tendrá necesidad de realizar inmediatamente una idea concebida por Proudhon y que resuelve por sí sola gran parte de la cuestión social: el crédito gratuito.

Una vez constituida la sociedad, la identidad de los intereses y la reciprocidad de los servicios, el mutualismo de las garantías, obligaría a los asociados a crear Bancos de crédito donde, mediante el pago de una mínima cuota para gastos de escritorio, tendrían siempre a su disposición cuanto necesitaran para atender ya a las demandas del trabajo, ya a la realización de un pensamiento cualquiera.

No siendo el crédito más que un anticipo que se hace al trabajador sobre su trabajo; siendo los mismos asociados los que habían de hacérselo mutuamente, ¿no es indudable que el pensamiento habría de ser aceptado por todos en cuanto lo hubiesen comprendido? ¿No es cierto que nada tiene de irrealizable?

La usura, detenida ya en su marcha por la constitución de una sociedad tal, recibiría el último golpe con la creación de Bancos de crédito gratuitos.

De aquí a inaugurar todo un sistema de producción y consumo, de cambio y crédito, no falta más que un paso.

La tendencia de la sociedad es precisamente a reemplazar todos los sistemas políticos con un régimen económico. Ayudémosla en su marcha progresiva, y habremos merecido bien de la humanidad.

¿Tendré todavía necesidad de probar que de esta manera la miseria dejaría de ser el único patrimonio de los braceros gallegos y la emigración su triste destino?

Cuando los medios de hacerlo no le faltan, no hay padre que deje de dar a sus hijos una instrucción mejor que la que recibe es más, no hay padre que no sueñe con ver1os convertidos en lumbreras de su país.

Y el que tiene alguna instrucción y sabe que en donde vive no le ha de faltar trabajo, ¿por qué ha de emigrar?

Es, pues, indudable que creada con tales condiciones una Asociación de los labradores gallegos tendríamos:

1.º Mejor organización de la propiedad.

2.° Solidaridad y crédito entre los productores.

3.° Superioridad evidente de las subsistencias y del capital circulante sobre la población y el número de braceros. Nivelación de. ambos términos por medio de la organización del cambio.

4.° y último. Eliminación de la miseria y de la ignorancia.

La emigración no tendría ya razón de ser.

¿Qué más podría desearse?

***

Ignoro si habré acertado a dar forma clara a mi pensamiento.

Creo que no es sólo la emigración lo que evitaríamos poniendo en práctica la idea de una asociación de todos los trabajadores del campo de Galicia, sino muchos otros males que hoy traen revueltos a todos los pueblos del mundo.

Si mi trabajo resulta incompleto, téngase en cuenta que de propósito me he limitado a exponer a grandes rasgos el pensamiento general del único medio que, en mi humilde opinión, puede aliviar, sino todas, alguna de nuestras dolencias sociales. Ni tiempo ni lugar he tenido para más.

Tal vez si para ello tengo ocasión no transcurra mucho tiempo sin que sirva de materia a un nuevo folleto el pensamiento final de esta Memoria.

Por de pronto, si mi proyecto pareciese acertado, entiendo yo que debería abrirse un concurso donde discutiéramos ampliamente, auxiliados por los conocimientos científicos de la época y las enseñanzas prácticas que hubieran de facilitarnos los mismos campesinos, este asunto de verdadera transcendencia para el porvenir de Galicia.

Los beneficios no serían para ésta solamente, sino que todos los pueblos seguirían nuestro ejemplo y rivalizarían en perfeccionar nuestra obra.

He hecho todo lo que he podido, seguramente no todo lo que debía.

Que cuando menos sea en algo provechoso a los pueblos todos y particularmente a la desgraciada región galaica.


NOTAS

(1) Desgraciadamente, los males que señalaba Mella en 1885 son ahora mucho más graves en todas las facciones de régimen capitalista. Se calcula en veinte millones el número de obreros sin ocupación y casi sin pan que hay actualmente en varios países de Europa y América como consecuencia del desarrollo del maquinismo y de la llamada racionalización del trabajo, que han hecho aumentar la producción de toda clase de artículos a limites increíbles, según se demuestra en la interesante obra de Karl Stenerman, «La crisis económica mundial». En todas partes sobran mercancías, que sus «dueños» hasta tienen que destruir o arrojar al mar, para evitar bajas de precios, en tanto los que las han producido no pueden comer ni seguir trabajando. Todo esto, que no había sido previsto por Malthus y que cercena por la base las doctrinas de este economista, está bien intuido en el estudio de Mella.—Nota de los editores.

(2) El bien documentado Francis Delaisi, en su notable obra Les deux Europes—Payot. París, 1929—, estima sólo en 6.503 millones de hectáreas la superficie de tierra laborable que hay actualmente en las Islas Británicas, a saber: Gran Bretaña (Inglaterra, Escocia y Cales), 5.443 millones; Irlanda del Norte, 509 millones, y Estado libre de Irlanda, 55, millones. Pero a la vez señala que hay también (6.809 millones de hectáreas dedicadas a prados y pastos permanentes (12.707 millones en Gran Bretaña, 696 millones en Irlanda del Norte y 3.406 millones en el Estado libre de Irlanda). Todos estos terrenos suman una superficie de 25.3 ( 2 millones de hectáreas, cifra que se aproxima bastante a la que fija Mella como de tierra de labor.—Nota de los editores.

(3) La población actual de las Islas Británicas, según el libro citado de Francis Delaisi, es de 47.265.000 de habitantes, así distribuidos: Gran Bretaña, 42.769.000; Irlanda del Norte, 1.521.000; Estado libre de Irlanda, 2.975.000.—Nota de los editores.

(4) Un quarter, medida de peso inglesa equivalente a 12 kgs. 700 gramos.

(5) Stenerman, en su obra antes nombrada, y refiriéndose a Estados Unidos, demuestra que la producción agrícola de esta nación es igual que la de toda Europa, con la vigésima parte de trabajadores, gracias al empleo de abonos, tractores, etc. O sea, que la producción del hombre se ha multiplicado allí por 20, superando en mas del doble los cálculos que hacía Mella para Inglaterra.—Nota de los editores.

(6) Galicia ocupa actualmente peor lugar en el mapa de la criminalidad de España, no tanto por haber aumentado mucho los delitos de sangre en las cuatro provincias de esa región, para lo cual deberá tenerse en cuenta el consiguiente aumento de población en cada una de ellas, sino porque otras provincias españolas hicieron grandes progresos en punto a mejoramiento de costumbres y pasaron a ocupar, en aquel mapa, los primeros lugares en menor número de crímenes.

Véanse al efecto los datos que publicamos a continuación y que entresacamos de la Memoria que el fiscal general de la República, señor Franchy y Roca, leyó en el acto de la apertura de los Tribunales celebrado en Madrid el 15 de septiembre de 1931, datos que se refieren a la criminalidad en las cuatro provincias gallegas durante el año 1930:

La Audiencia de Coruña incoó en dicho año: 2 causas por parricidio (sobre 78 de este carácter en toda España, 30 en Madrid solamente), 10 por asesinato y homicidio, 288 por lesiones graves y 299 por lesiones menos graves; todas por delitos consumados, pues omitimos los frustrados. En orden a las provincias de España con mayor criminalidad, ocupa Coruña el 20º lugar en cuanto a homicidios y asesinatos (se instruyeron por esta clase de delitos 631 sumarios en las 50 audiencias de la República) y el 2º lugar en lesiones graves (Madrid ocupa el lugar primero, con 369 causas sobre 2.814 en toda España).

Audiencia de Pontevedra: 11 causas por asesinato y homicidio (16º lugar de España en mayor número de estos delitos), 96 por lesiones graves y 131 por lesiones menos graves.

Audiencia de Lugo: 14 causas por asesinato y homicidio (12º lugar de España), 65 por lesiones graves y 190 por lesiones menos graves.

Audiencia de Orense: 22 causas por asesinato y homicidio (3º lugar de España, igual que Oviedo, también con 22; el 1º Madrid, con 201 causas, y el 2º Badajoz, con 40), 76 por lesiones graves y 164 por lesiones menos graves.—Nota de los editores.

(7) Puede confiarse fundadamente en que la Republica acabará con esta vergüenza del analfabetismo, triste herencia del régimen monárquico, que sólo a regañadientes y a fuerza de duras criticas se interesaba algo en la instrucción del pueblo español. Prueba de esto es que todavía en los últimos años de la Monarquía el estado de la enseñanza pública en Galicia seguía siendo muy deficiente, como puede juzgarse por los siguientes datos que copiamos de la interesante obra «El analfabetismo en España”, por Lorenzo Luzuriaga, editada por el Museo Pedagógico, Madrid, 1926.

La provincia de Coruña, con una población de 708.660 habitantes (son datos del censo de 1920, que es el que sirvió de base al Sr. Luzuriaga para escribir su trabajo), tenía 406.586 que no sabían leer ni escribir, o sea el 57,37 %.

Lugo, con 469.705 habitantes, tenía 257.978 que no sabían leer ni escribir, o sea el 54,92 %.

Orense, con 412.460 habitantes, tenia 242.701 que no sabían leer ni escribir, o sea el 58,84%.

Pontevedra, con 533.419 habitantes, tenía 287.996 que no sabían leer ni escribir, o sea el 53,99 %.

Así, pues, sobre un total de 2.124.244 habitantes de hecho con que figuraba Galicia en el censo de 1920, resulta que no sabían leer ni escribir 1.195.261 habitantes, lo que supone para toda la región un promedio de 56,28 % de analfabetos. Poco progreso, ciertamente, desde la época en que Mella escribió este estudio. En 50 años, ya se ve que sólo disminuyó el analfabetismo en las provincias gallegas en un 20 %. Esto retrata bastante bien a un régimen.

En orden a las demás provincias de España, de menor a mayor analfabetismo, en las estadísticas de la obra del Sr. Luzuriaga ocupa Coruña el número 29; Lugo, el 26; Orense, el 34. y Pontevedra, el 25. (El número 1 lo ocupa Santander, con un 27,41% de analfabetos, y el 49, Jaén, con el 75,03 %).—Nota de los editores.

(8) Como es de todos sabido, desde 1900 la enseñanza primaria en España no es función municipal, sino del Estado. Así, ya no puede deducirse la situación de la instrucción pública por lo que los Ayuntamientos gastan por habitante, sino por el número de escuelas nacionales que hay en cada provincia. Cuando escribió el Sr. Luzuriaga su obra citada, o sea en 1926, había en la región gallega, por cada 10.000 habitantes, el siguiente número de escuelas:

Coruña, 10’6; Lugo, 15’5; Orense, 18; Y Pontevedra, 13’5.

En orden de mayor a menor número de escuelas públicas en España por cada 10.000 habitantes, en el libro del Sr. Luzuriaga ocupa Coruña el número 28 de las estadísticas; Lugo, el 27; Orense, el í6, y Pontevedra, el 24. (El número 1 lo ocupa Soria, con 36’6 escuelas, y el 49, Cádiz, con 5’6).

Es de suponer que esta situación sufrirá pronto un profundo cambio, porque la República habrá de distribuir las escuelas públicas por toda España en forma más justa que, como se ve por los datos del señor Luzuriaga, las distribuía la monarquía. Nota de los editores.

(9) En el Anuario Estadístico de España, ano XVI, I930, publicado por la Dirección General del Instituto Geográfico, Catastral y de Estadística, Madrid, 1932, encontramos los datos que siguen acerca de la población de hecho de las cuatro provincias gallegas y densidad de las mismas, según los resultados provisionales del censo de 1930, último hecho en España:

Coruña, 767.608 habitantes; Lugo, 468.619; Orense, 426.264; Pontevedra, 568.011. Total de la población de hecho de Galicia: 2.230.502 habitantes.

Densidad por provincias: Coruña, 97,1 habitantes por kilómetro cuadrado; Lugo, 47,4; Orense, 61,1 Pontevedra, 129,3. Densidad media de la región, 83,7.

Pontevedra y Coruña ocupan el 5º y 6º lugar, respectivamente, de las Provincias de España en orden a mayor población. Los puestos anteriores corresponden a Barcelona (234,1 habitantes por kilómetro cuadrado), Vizcaya (224,1), Madrid (172,8) y Guipúzcoa (160,4); pero debe tenerse en cuenta que de estas provincias las tres primeras reúnen la capital la mayor parte de sus respectivas poblaciones, hecho que no se da ni en Pontevedra ni en Coruña, cuyos habitantes están mejor distribuidos.—Nota de los editores.

(10) Según el Anuario Estadístico citado, la población de derecho de Galicia es actualmente: Coruña, 835.906 habitantes; Lugo, 523.911; Orense, 476.182; Pontevedra, 630.446. Total, 2.466.445. Diferencia en más de la población de derecho sobre la de hecho, 235.943 habitantes.—Nota de los editores.

(11) La distribución por sexos de la población de hecho de las cuatro provincias gallegas es la siguiente, siempre con arreglo a datos del Anuario Estadístico de España, edición 1932:

Coruña, 346.078 varones y 421,530 hembras; Lugo, 225.959 varones y 242.660 hembras; Orense, 199.622 varones y 226.642 hembras; Pontevedra, 251.122 varones y 316.889 hembras. Total de varones, 1.022781; total de hembras, 1.207.721.—Nota de los editores.

(12) En el libro “Vigo en 1927”. editado por D. José Cao Moure, hemos leído un trabajo titulado: “Vigo, primer puerto de viajeros de España”, escrito por D. Avelino Rodríguez Elías, cronista oficial de la citada ciudad, en cuyo trabajo figura una completa relación de los pasajeros llegados y salidos por el puerto vigués desde 1885 hasta 1927, ambos inclusive, relación hecha a base “de datos recogidos escrupulosamente en las oficinas de la Estación Sanitaria del Puerto de Vigo”.

Según esta estadística, por años, el total de pasajeros salidos por Vigo en el mencionado período de tiempo asciende a la cifra de 708.389 y los llegados a la de 607 702. Hay, pues, una diferencia de 110.717 más pasajeros salidos que llegados. El Sr. Rodríguez Elías advierte que incluye en la estadística a los que viajan por vapores de cabotaje nacional e internacional, así como a las tropas embarcadas o desembarcadas; pero nos parece que esto no puede alterar mucho las cifras totales, considerándolas en su mayoría de emigrantes e inmigrantes, porque sólo se aprecia en la relación por años aumento sensible, en cuanto a pasajeros llegados, en 1898, año de la repatriación de soldados de Cuba, que figura con 12.246 pasajeros de esa clase, sobre 5.526 en 1897 y 6.298 en 1900, años que ya se pueden considerar normales; Y en cuanto a pasajeros salidos, la relación es bastante aproximada a la que conocemos oficial, de algunos años, publicada por la Dirección General de Emigración.—Nota de los editores.

(13) No hemos podido conseguir datos oficiales sobre la emigración gallega desde 1885 acá. Según nuestros informes, las estadísticas de la emigración española hasta 1910 sólo hacen referencia de puertos de embarque de los emigrantes y países de destino. A partir de 1911 ya la Dirección General de Emigración registra en sus estadísticas, además de aquellos extremos, las provincias de que son naturales los que emigran, con excepción de los años 1923 y 1924, en que esta circunstancia, ignoramos por qué, aparece omitida. Sumadas por años las cifras de emigrantes de las provincias gallegas en el período 1911-1930, salvo el bienio citado, dan los siguientes resultados: Coruña, 170.897 emigrantes; Lugo, 136.104; Orense, 146.912; Pontevedra, 143.500. Total de emigrantes de la región: 597.413. En el mismo período, completo, la emigración total de España alcanzó la cifra de 1.539.270 personas, correspondiendo a los años 1923 y 1924, en que no hay datos de aquellas cuatro provincias, 93.246 y 86.920, respectivamente. Por tanto, sumada a su favor la proporción natural de estos dos años, Galicia da más del 40 % de la emigración española.

No deben asustar estas cifras si se tiene en cuenta que la emigración está siempre compensada con los que regresan a su punto de origen después de pasados varios años en el extranjero. A estos efectos son muy elocuentes unos datos que sacamos del folleto “Estadística del movimiento de pasajeros por mar con el exterior, años 1926, 1927, 1928 y 1929”, publicado por la Dirección General del Instituto Geográfico, Catastral y de Estadística, Madrid, 1932, datos que se refieren a la salida y entrada de pasajeros por vía marítima desde 1882 a 1929, que ha sido, respectivamente. de 4.831.637 y 3.790.836 pasajeros, o sea un exceso de salida de 1.040.801 pasajeros. Puede suponerse que ésta es, aproximadamente, la cantidad de personas que ha perdido España, por la emigración, en los 48 años que abarca la estadística de referencia, de ellas lo menos un 40 % de la región gallega.

Desde 1929 ya empieza a notarse una gran baja en la corriente emigratoria española, debido sin duda a las medidas restrictivas que vienen tomando la mayoría de las naciones de América como consecuencia de la crisis de trabajo. La implantación de la República en España también fue un factor importante en la paralización del movimiento emigratorio y hasta para el aumento de la migración. Por todos estos motivos, parece seguro que la emigración será en años sucesivos cada vez menor.—Nota de los editores.

(14) Muchos lectores, sobre todo los jóvenes acaso se extrañarán de esta frase de Mella; pero, en ese supuesto, será porque ignoren que este gran teórico del anarquismo nunca fue comunista sino colectivista. Poco después de escribir este estudio sobre “El problema de la emigración en Galicia”, escribió otro titulado “Diferencias entre el comunismo y el colectivismo”, premiado también en el Primer certamen socialista, en cuyo estudio explica las ventajas del sistema colectivista y combate al comunista muy duramente. Muchos años después atenuó su oposición al comunismo; pero en el tondo no dejó nunca de ser Colectivista. Acerca de estas cuestiones es interesante la lectura del trabajo bajo “La cooperación libre y los sistemas de comunidad”, páginas 23-32 de IDEARIO.—Nota de los editores.

(15) Creo haber demostrado suficientemente que lo que llaman los economistas superioridad de la población sobre las subsistencias y del número de brazos sobre el capital circulante no es más que esto: acaparamiento y monopolio del capital y de los productos, privación para el trabajador de aquello mismo que ha producido en mayor cantidad de lo necesario a la subsistencia de la masa social.

(16) En el ya citado Anuario Estadístico de España, capitulo «Confrontación internacional», vemos que la población de la Argentina en 31 de diciembre de 1930 (fecha del último censo nacional) era de 11.442.000 habitantes, lo que supone una densidad de 41 por Kilómetro cuadrado. No se hace constar allí la distribución de estos habitantes. Pero en 1 de enero de 1928 (según datos que tomamos del Almanaque del Ministerio de Agricultura de la Nación Argentina para 1929), en que la población de la República del Plata se estimaba en 10.646.814 habitantes, éstos se repartían así: Capital federal, 2.030.765; Provincias, 5.105.973; Territorios nacionales, 5l0.076.-Nota de los editores.

(17) Estos optimismos ya se ve hoy bien claramente que no podrán tener realización mientras en la Argentina continúe el régimen capitalista, que allí, como en las demás naciones del mundo en que la organización social está basada en la propiedad privada, es causa de profundas crisis económicas, cada día mis difíciles de rebasar. Prueba de ello es que, cuando todavía no llegó la Argentina a tener 12 millones de habitantes, ya las estadísticas oficiales de este país, terminadas a fines de 1932, registran una cifra de 333.997 obreros parados, de ellos 315.473 varones y 18.524 mujeres Estos datos, que tomamos de un artículo de Luis Echávarri, residente en Buenos Aires, publicado en Luz, de Madrid, 9 diciembre 1932, no pueden ser, por desgracia, más elocuentes.—Nota de los editores.

(18) Según gráficos preparados especialmente para La Prensa, de Buenos Aires, por el economista Víctor Schmidt, y publicados por dicho diario en un número extraordinario de 30 de septiembre de 1928, la exportación Argentina en 1927 fue de 1.009,3 millones de pesos oro, de cuya cantidad 226,4 millones son por valor del maíz y 119,2 por el del lino. En peso, la exportación de estos dos artículos fue, respectivamente, de 8.443.597 y 1.894.565 toneladas.

El año 1928 la exportación Argentina ascendió a 1.054,5 millones de pesos oro, la mayor que alcanzó aquella República hasta la fecha, según cifras correspondientes al período 1913-1931 que, tomándolas del “Boletín de la Sociedad de las Naciones,” reproduce el Anuario Estadístico de España, ed. 1932. En los años 1929 y 1930, la exportación Argentina comenzó a experimentar fuerte descenso, hasta llegaren 1931 a la cantidad de 639,1 millones de pesos oro, superior sólo en 120 millones a la de 1913, que fue de 519,1 millones. Estos datos reflejan bien la crisis que ahora está padeciendo la gran nación suramericana.—Nota de los editores.

(19) En el Almanaque del Ministerio de Agricultura de la Nación Argentina para 1929, encontramos los siguientes datos, oficiales, de la existencia ganadera de la República en 1 de enero de 1928:

Ganado vacuno, 37.064.850 cabezas; lanar, 36.208.981; caballar, 9.432421; mular, 623.416; porcino, 1.436.638; cabrio, 4.819.835; asnal, 289.365.—Nota de los editores.

(20) Cuantos me leyeren comprenderán que en este paralelo hago referencia exclusivamente al socialismo de cátedra, al socialismo dogmático; en manera alguna al socialismo moderno que, como nadie ignora, se diferencia de aquél de un modo bastante radical.

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