El primer despertar del pensamiento humano condujo a la generalización y desde ésta a las abstracciones simplistas. Se observa lo que hay común entre un objeto y otro, haciéndose entonces una regla. Poco a poco va construyéndose el ente abstracto que posee las cualidades atribuidas a distintos objetos y seres. Lo que no coincida con este conjunto de cualidades regulares es una excepción y está mal visto, por lo cual se critica hasta que entre en lo que se considera normalidad. Y ocurre que siendo la diversidad lo único que real y positivamente constituye la realidad, el fenómeno que es el producto de la vida misma no se respeta y pasa a segundo término, siendo constantemente reprimida aquella diversidad para someterla a una tendencia unificadora. Ya estamos, pues, en uno de los orígenes de la mentalidad autoritaria. Del ente abstracto que tiene todas las buenas cualidades y las virtudes todas no se tarda en hacer un fetiche divino por ensanchamiento de aquellas cualidades poseídas hasta un extremo infinito de sublimidad. De ahí que se considere la vida real como una serie de equivocaciones, divagaciones, excepciones y diversidades que necesitan una autoridad que obligue a transitar sólo por el camino de las reglas y de las leyes. Para la religión, el hombre es el pecador inveterado; para la ley, el criminal en potencia, sospechoso siempre; para la Administración, el contribuyente que trata de no pagar impuestos o el temerario que se atreve a criticar a los gobernantes. Es indudable que la autoridad tiene otras fuentes, pero la abstracción es una de las más insidiosas, porque vició la vida intelectual y moral de los seres humanos en grado sumo, a la vez que sirvió para justificar las más directas y brutales violencias inquisitivas. El individuo, la vida misma son valores eternamente sospechosos y reprimidos, sacrificados al fetiche de la abstracción.
Quien aprende mecánicamente un idioma se congratula de que haya reglas generales y maldice las excepciones. Quien estudia la verdadera estructura de un idioma con todo lo que puede reconstituir respecto a su origen y a su pasado, queda fascinado por las excepciones porque atestiguan estas una vitalidad de belleza precisamente en la diversidad que sobrevive y se revela en las excepciones mientras que el resto, lo comprendido en la regla general, quedó aplastado, igualado por pesada rutina y analogías a menudo dudosas, por una masa de regularización secundaria y uniformada al carecer de vida propia. Este proceso degenerativo se da también y puede estudiarse en el hombre. Los espíritus autoritarios quieren que los hombres se adapten casi generalmente a las mil normas de la conducta considerada como normal. Los espíritus emancipados de estos prejuicios saben que el progreso se debe precisamente a las excepciones, que son lo vital, no a las masas de víctimas que están interpoladas en la rutina y carecen de vida propia.
El progreso se cumple en tres etapas. Tiene origen en la actividad de ciertos seres que laboran en unas condiciones lo más favorablemente posibles, consiguiendo producir valores nuevos; estos valores nuevos, estas creaciones, se propagan, gracias a su fuerza inherente y a su utilidad social, sobre un número elevado de hombres venciendo los obstáculos que se presentan. Hasta aquí, las dos etapas primeras. La transición desde la segunda a la tercera etapa, choca también con dificultades y obstáculos; pero el progreso no logra realizarse en su forma más perfecta sino cuando es diferenciado, adaptado a las necesidades individuales y locales de los hombres en su misma vida íntima y directa. Esta es la tercera etapa. La transición entre la segunda y la tercera etapa presenta también grandes obstáculos sobre todo cuando en la segunda etapa se reviste una idea progresiva de formas abstractas según el error autoritario. Sumida la idea avanzada en formas abstractas, no halla ya la manera de caminar hacia la vida real, hacia las diversidades, las únicas que permiten vivir una vida real. Tal es el caso, en mi opinión, de la idea socialista.
La idea socialista debe su origen a las mejores iniciativas — innumerables — de todas las edades ; iniciativas que trataban de acabar con el régimen de opresión, explotación, violencia intelectual y moral que reinaba por doquier. De las ideas propuestas cristalizaron inevitablemente las más viables, quedando como aspiraciones, esperanzas y reivindicaciones de las masas populares, de los pensadores y de los rebeldes en buen número de países. Pero esta selección natural quedó interrumpida por los fanáticos de la abstracción, por los elaboradores de sistemas. Uno de estos elaboradores — Marx — produjo obras maestras de abstracción doctrinaria, construyendo un socialismo que no puede realizarse más que empleando un máximum de coacción y una autoridad universal, capaz de ubicuidad. Esta teoría fascinó a muchos hombres, sin abandonar su sectaria característica de religión. Esta no puede imponerse tampoco sino mediante una ralea eterna de clérigos, que velan siempre sobre los pueblos cuando no comprenden éstos las abstracciones religiosas. De la misma manera el marxismo tendría al pueblo en eterna tutela con los burócratas que en realidad serían gobernantes en nombre de una abstracta divinidad: el Estado socialista. Este es una ficción, como lo es igualmente la divinidad abstracta en nombre da la cual los clérigos se hacen mantener por el pueblo. En religión no hay más que un pretendido ser que posee todas las buenas cualidades concentradas en la divinidad. A esto corresponde en el marxismo el Estado o la Administración, concluyéndose que todos han de servir a una ficción como el Estado y la burocracia, de la misma manera que se servía a la divinidad. Las religiones se apoyan en lo que llaman pobres de espíritu, en los creyentes y obedientes. El marxismo se apoya sobre las mismas categorías de disciplinados y electores. El éxito del socialismo descansa en el mínimo esfuerzo individual de inteligencia y rebeldía que requiere. Sólo quiere que se espere cierta misteriosa evolución que ya entrevió Marx y otros calificados profetas. Llegará o acontecerá esto o lo otro si acaso no acontece otra cosa…
Es evidente que en la beatitud del creyente marxista y también en la rutina de su casta dirigente no hay camino de vida real en los distintos países. Antaño hubo socialdemocracia y hoy hay comunismo. Tanto éste como aquélla tratan de imponer formas idénticas de evolución; en la práctica, sistemas idénticos de la propia dominación, por lo que respecta a regiones diferenciadas del mundo, un esfuerzo que con la dictadura más cruel puede ser sostenido todavía en Rusia, sin que haya podido prevalecer en ningún otro país. Ningún país permite jamás que se le imponga todo un sistema a menos de que .’e trate de un país vencido a merced del conquistador y con imposición de aquel sistema contra la voluntad de la víctima como yugo de una dictadura extranjera.
Aprendamos por nosotros mismos y si alguien duda convénzase por la experiencia que salta a la vista de que en el terreno anarquista como en el sindicalista no puede dejar de ocurrir lo mismo: una. abstracción no encuentra el camino de la vida real. La abstracción no es vital por sí misma y por consiguiente ¿cómo ha de tener realización en la vida? Estábamos en plena abstracción anarquista totalitaria. Para unos, no había salvación fuera del intercambio legal, del mutualismo; para otros, estaba la salvación en el colectivismo y para otros en el comunismo. El buen sentido prevaleció en nuestros medios al referirse los camaradas de otro tiempo a la anarquía sin adjetivos, a secas, lo que llamaba Malatesta el anarquismo socialista y hoy se llama comunismo libertario, no sectario, el que acepta todas las ordenaciones económicas libremente consentidas y permanentes en la esfera de la solidaridad. Hemos sabido ver el camino de la abstracción unilateral a la luz variada de los fenómenos vitales y lo veremos siempre porque tenemos respeto y amor a la libertad y nos horroriza la uniformidad en nombre de la abstracción. Y podrá superarse la ilusión de la ideología sindicalista cuando después de la expropiación se conozca la verdadera esencia del trabajo libre. En todos los siglos, investigadores y sabios conocieron el placer exquisto de trabajar por difícil y penoso que fuera el trabajo cuando éste se aplicaba libremente para conseguir un buen objetivo. De un espíritu semejante estarán penetrados los trabajadores libres olvidando los cuadros sindicales de igual manera que un hombre hecho y derecho no se sienta ya en los bancos de la escuela.
Tenemos, pues, que cumplir la eminente labor de aprender a conducir todas nuestras aspiraciones desde la esfera de la abstracción a la vida real; y hemos de hacer honor a la tarea no menos importante de demostrar al mundo entero que es indispensable seguir en todo vías paralelas para ir desde la abstracción a la realidad, renunciando a imponer ficciones abstractas como se impone un yugo. Sin esta claridad de propósitos las aspiraciones del pueblo se confunden en el fango del fanatismo y al ser impuestas por la dictadura se transforman en odiosas vejaciones. Lo que había de producir alivio, libertad, alegría, felicidad, impone la desesperación, sentimiento de vivir más que nunca en estado de esclavitud, tristeza y desdicha. Los hombres libres ven a los dictadores comunistas con el horror que ven a los dictadores fascistas. Si la humanidad no se libra de esta pesadilla nos asfixiaremos. Tanto va reduciéndose paulatinamente el aire respirable.
Acostumbrémonos a pensar que todas las realizaciones, lo mismo libertarias que otras, diferirán de programas, teorías, planes y previsiones. Adaptadas a individuos, ambientes, localidades y condiciones generales, todas tan varias, tomarán formas distintas como la vida misma, de la cual serán parte integrante. La propia Naturaleza nos da ejemplo. Sería absurdo esperar que lo que es ley natural universal no entrará en actividad para intervenir en los cambios sociales de un porvenir más o menos próximo.
Los animales y las plantas, incluso los minerales, tienen innumerables variedades regionales y locales. Lo mismo los hombres. Se diferencian ya por las lenguas, cuya literatura resulta accesible por medio de aquéllas, si bien refleja ante todo el temperamento local, el ritmo local. Ni la cultura internacional, ni las máquinas, ni las aplicaciones técnicas, ni las costumbres internacionales pueden neutralizar las diferencias en cuestión. Examinado este problema atentamente se ve que incluso en las cosas más internacionales se echa de ver por doquier la influencia local. Sobre este terreno el internacionalismo es también una abstracción irreal. Su verdadera interpretación reconoce, tolera y respeta las diversidades mientras que el nacionalismo las odia instintivamente y trata de combatirlas a la vez que aspira a extenderse valiéndose de la conquista. Un socialismo autoritario totalitario no sería menos agresivo, no haría más que perpetuar las guerras puesto que no reconocería ni respetaría las autonomías locales. El comunismo ruso no ha hecho más que seguir esta doctrina de exclusivismo puesto que en los demás países declaró su propósito de invadirlos para implantar la propia dictadura.
Interpretado con propiedad el internacionalismo contiene todo lo que deseamos pero ¡qué pocos actúan en un sentido acorde con esta interpretación! Si se siguieran las inspiraciones internacionalistas la vida se desarrollaría con agrado en uno y otro sector territorial, se respetarían las autonomías locales y se multiplicarían las relaciones más varias a base de las costumbres de unos y otros. Se elegirían las relaciones de los más próximos en ideas. Con el mismo derecho se atendería a la relación con finalidad de eficacia o con otra finalidad distinta. Con estas bases de convivencia la vida local y las relaciones internacionales florecerían paralelamente, produciéndose nuevas diferenciaciones y nuevas asimilaciones.
Creo que convendría repetir estos enunciados con más voz y con más frecuencia. Hay excesivo orgullo en nuestros movimientos, lo que depende de la herencia autoritaria, ya que el sentimiento de superioridad y la agresividad llevada hasta el totalismo son próximos parientes. El hombre verdaderamente sensato que capta una verdad se regocija, pero no se enorgullece. Sabe que sus investigaciones no tienen fin, que precisa continuarlas, que tal vez una experiencia nueva eche por tierra la que creyó concluyente. ¿Estamos seguros de que lo considerado hoy como excelente organización, programa lógico o táctica razonable ha de ser imperecedero, infalible y permanente? El hecho de sentir orgullo demuestra que hay colapso, que se cree estar de vuelta de todo. Esto equivale a retroceder.
Estamos en momentos propicios para que los seres no sean orgullosos ni intolerantes. Los que no son fanáticos ni totalitarios han de ver la manera de encontrarse, cualesquiera que sean sus opiniones. Sólo de ellos puede nacer un esfuerzo renovador para fundar la convivencia interhumana. Los demás no aspiran más que a una dictadura cualquiera, a animar abstracciones y a que el mundo sienta nuevos yugos.
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La abstracción ejerce asimismo su fatal autoridad en el terreno de la organización. La cooperación más o menos reglamentada, lo que se llama organización, es resultado de una perfección que pocos animales han podido alcanzar como las hormigas y las abejas; otros animales son perfectos en cuanto a habilidad constructiva como ciertos pájaros, c! castor y las arañas, pero trabajan paralelamente sin ayudarse mutuamente; hay muchas especies que se reproducen, alimentan y cuidan mediante cooperación temporal del macho y la hembra. Sólo el hombre ha llegado primero a una cooperación técnica múltiple; sucesivamente a la organización de este trabajo para finalidades determinadas; a la especialización, al trabajo profesional susceptible de dirección, explotación y demanda, susceptible también de agrupar a los trabajadores para protegerse éstos, concertarse y organizarse. Estas organizaciones crecieron en número y fuerza. Constituyen uno de los medios de emancipación del trabajo. Para conseguir esta finalidad las organizaciones han de penetrarse de idea y voluntad, han de ser eficaces respecto a éstas como base y elementos constitutivos. No basta con que estas cualidades se den o se supongan a los dirigentes sin que tengan efectividad en los adherentes, los cuales en tal caso no hacen más que bulto y número. Por esta causa ha quedado muy disminuida la eficacia de las organizaciones, pues se han impuesto costumbres determinadas por la abstracción.
Se empieza por la delegación, abandono del derecho y de la iniciativa de muchos en favor de un delegado. Después del nombramiento de ésle, la delegación se convierte en permanente. Unos cuantos delegados constituyen comisiones y así sucesivamente van formándose los comités superiores, etc., quedando los adherentes representados por poderosas minorías que se erigen en directoras, lo mismo que si fueran gobernantes. En teoría, estos comités superiores son la quintaesencia de los adherentes al organismo; en realidad, la voluntad de estas minorías es la que reemplaza a la voluntad de los organizados. Son abstracciones vivas en el peor sentido, son como el clérigo que substituye a la inexistente divinidad, como el funcionario que pretende representar al Estado siendo éste una abstracción, una irrealidad. Por esta encarnación de abstracciones en hombres encargados de representarlas fielmente, las cuestiones que afectan a las organizaciones, todos los problemas, por importantes que sean, están en manos de unos cuantos hombres que son los más significados y batalladores — los mejores patriotas por decirlo así — teniendo a gala que no haya paz entre las distintas organizaciones, exactamente igual que los estadistas impiden que haya paz entre los Estados. Cuanto más potente es una organización menos puede y por regla general quiere menos ponerse de acuerdo con otras.
Se quiso remediar este inconveniente constituyendo Internacionales. Pero lo cierto es que éstas no han sido organismos completos. Después de consumarse las escisiones se han convertido en agrupaciones de! mismo partido hostiles a las de partido distinto. Por rivalidad entre unas y otras en censo y en influencia, la actividad de todas es distinta y para aventajar a la rival, son enrolados los miembros en masa, muchas veces fanatizados y sin tiempo para capacitarse en el sentido de las ideas ni en el de las organizaciones. Si una de éstas siente deseo de aliarse con otra, el deseo se convierte en asunto diplomático entre prohombres de ambas más que en impulso espontáneo de !a colectividad. Caso de pactarse la alianza, no se pacta sin reservas mentales. Lo regular es que fracase la alianza, como fracasan las tentativas de pacifismo entre los Estados. Las organizaciones son excesivamente grandes y cuentan con muy pocas posibilidades de manifestarse. Lo mismo que en todos los casos la mejora y el progreso están en la descentralización, en la autonomía de grupo y en el mayor grado de actividades directas, sin delegación. La cooperación hace el mejor uso posible de los adheridos; la organización que funciona con delegados hace lo contrario. Esta inercia relativa de las grandes organizaciones, limitadas además en la acción por el sentido de responsabilidad, es tan visible como observamos hace pocas semanas en Francia y en otras partes, donde los grandes movimientos desbordan el control de las organizaciones. Evidentemente hay influencias más o menos conocidas en tales movimientos, pero aquellas influencias de nada sirvieron otras veces porque no se hizo caso de ellas. El hecho de la enorme repercusión actual de las huelgas más allá de la cuadrícula sindical me parece demostrar que la fe del pueblo en las grandes organizaciones está en decadencia, tan en decadencia como la fe en partidos y programas. Huérfanos los hombres de ideal libertario en casi todo el mundo menos en España, no saben producir nada bueno y quieren el poder aceptando la autoridad lo mismo que los beneficios que le produce el Estado o la ley; beneficios que le prometen o le dan figuradamente, incapaces de producir nada. Los movimientos de Francia y Bélgica no servirán a la causa libertaria; pero los hechos nos demuestran que a la pasividad ha sucedido el movimiento y que no faltan grandes organizaciones sino ideas libres, esas ideas que no se propagaron apenas entre las masas.
Después de la guerra hubo una libertad de propaganda relativamente grande, como también cierta libertad de movimientos aunque temporalmente y con excepciones. De todas maneras hubo descuido en no servirse de aquella ocasión preciosa para sembrar ideas de libertad. Se sentía la fascinación de Rusia a pesar de la degeneración operada allí tan pronto. Orgullosamente se hablaba del poder y se hacían concesiones al credo autoritario. Los libertarios perdieron casi en todas partes sus antiguas iniciativas y no han sabido reanudarlas posteriormente. Se nos dice que lo que hacen los autoritarios no tiene consistencia y se derrumba. Triste consuelo, porque aquéllos actúan a expensas y en perjuicio de la humanidad entera, cuya generación actual y juvenil están intelectualmente destruidas, quedando agotados los recursos acumulados y viendo las sociedades de vida mediocre a pocos pasos el espectro de la guerra destructora de todo. ¿Cómo llegar a nuestro ideal libertario con una Humanidad que se tambalea y quedaría reducida a ruinas? El eclipse libertario de los años posteriores a 1918 contribuyó en gran manera a que se produjera una situación tan desastrosa.
Abominemos, pues, del culto a las abstracciones y volvamos a la vida. Devolvamos su autonomía a la cultura local, a las ideas que se manifiestan en cada país, al grupo libre de afinidades vecinas, a su acción directa. Desconfiemos de las abstracciones porque en nombre de ellas se dominó siempre y se explotó. La abstracción, a pesar de sus defectos, tiene la ventaja de presentar lo que hay de común en un cierto número de fenómenos. Sin embargo, esta visión no es lo concluye me sino lo incompleto. Precisa aterrizar desde la abstracción a la vida aprovechando la crítica lucha contra la abstracción y sin dejar que ésta marque la huella más ligera sobre nuestra vida.
Jamás triunfará nuestra causa con una victoria unilateral de ideas o de organización únicas, ni siquiera de clase única. Estas victorias, sean mayoritarias o minoritarias, no pueden conducir más que a la dictadura que hace odiosas las causas, incluso las mejores. Todos los acontecimientos revolucionarios históricos fueron producidos por el descontento, por una excitación y un furor casi unánimes en el momento decisivo: Revolución francesa de 1789; julio de 1830 y febrero de 1848 en París; revoluciones continentales de 1848; el 4 de septiembre de 1870 y el 18 de marzo de 1871 en París; la primera sacudida del zarismo en 1905 y su caída en marzo de 1917; el 14 de abril del 31 en España, etc. Una revolución social libertaria no se produciría de otra manera. Las dictaduras no pueden nunca preparar el camino a la revolución social libertaria. En Rusia ya se vio que desde la instauración del bolchevismo en otoño de 1917 sólo hubo aplastamiento de los esfuerzos socialistas no oficiales empezando por el bombardeo del local de los anarquistas en Moscú en la primavera de 1918 mientras en todo el mundo socialistas y hasta anarquistas, pésimamente informados todos, glorificaban a los bolcheviques llamados maximalistas a consecuencia de un curioso error del que ellos se aprovecharon y beneficiaron ampliamente. Lo mismo la dictadura rusa que las dictaduras fascistas sólo serán destruidas por impulsos y explosiones casi unánimes como las que tantas veces han puesto el pie en el cuello de los tiranos. La verdad histórica se da en este sentido y no veo que pueda suponerse cosa distinta por lo que atañe al porvenir.
Progresan los hombres desde la edad de las cavernas y harán todavía grandes cosas, pero sólo en estado de libertad. La Humanidad se reanima al menor soplo del espíritu libre, como un aguacero reanima las flores mustias. Siempre vivió la Humanidad gimiendo: desde que se vio atada a la religión hasta que cayó en servidumbre de socialismo autoritario y fascismo. Apetece la libertad y muchas veces los hombres que se tienen por no autoritarios se la niegan; y cuando no se la niegan, intentan disuadir a la humanidad de su ideal. ¿Por qué el sindicalismo no declara de una vez francamente que no tiene ambición de sobrevivirse y tal vez perpetuarse en una sociedad nueva? ¿Por qué las tendencias libertarias no se declaran exentas de aspiraciones totalitarias? ¿Por qué no hacen constar que establecerán un modus vivendi con otros matices no agresivos? Estas interrogantes se comprenden mejor que antes, mejor que hace poco tiempo, aunque puede decirse que su profesión abierta y su confesión no son generales. Cada cual espera que su causa llegue a ser universal. Me parece que este pensamiento delata residuos autoritarios evidentes. Tengo simpatía por una causa y me parece que universalizarla es poco natural. No es posible desear que se extinga toda la espléndida variedad floreal para que sobreviva únicamente mi especie preferida. Guardémonos de esta uniformidad, de esta malsana abstracción.
Creo que no abogo en pro de una causa perdida. No hay más que deshacerse de la multitud de argumentos seudocolectivistas que nos inundan. Se dice que e! individuo en sí nada es, que sólo la masa y el grupo tienen importancia. Esta es la opinión de los autoritarios todos, pero no es un hecho real, ni una constatación social. Siempre ocurrió así en los medios indiferentes, por lo que hubo dos desarrollos opuestos en les mismos: el individuo jefe que domina y explota a la masa frente al hombre progresivo y desinteresado que avanza y allana el camino para que se liberte la masa. Perseguir a estos hombres desinteresados, hacerles imposible la vida fué siempre el objetivo de la reacción. La justificación teórica y abstracta no faltó nunca. Jehovah arrojó del paraíso al hombre temerario. Zeus, otra divinidad, encadenó al rebelde Prometeo a una roca del Cáucaso. Para los sociólogos pedantes, el hombre que no se inclina ante las nuevas ideologías autoritarias, ante los errores que directa o sinuosamente conducen al fascismo, es un réprobo a quien hay que castigar. Si se dice a los hombres de nuestro tiempo que el poder de los Estados, el aparato burocrático y maquinista y los ejércitos aumentan; si se les repite que el hombre no es nada por si más que en masa y que el técnico le dirá lo que le corresponde hacer; si se le alimenta intelectualmente por los jefes y elaboran éstos la teoría de que cuanto más grandes sean las empresas estatales o capitalistas más lejos se estará de la vida individual, lo que se predica es la esclavitud. Se oculta malignamente que contra aquellos estragos autoritarios lucharon siempre los mejores hombres y seguirán luchando sus afines progresivos. El Estado y sus burócratas se derrumbarán, lo mismo que las fuerzas armadas cuando éstas y aquéllos dejen de tener paga. Los técnicos sabrán rectificar su obra adaptando la máquina a las necesidades humanas en vez de refinarla para producir armamentos. Las masas sabrán vivir su propia vida y esto es lo que desean precisamente. Todas las dificultades, todas las complicaciones desaparecerán cuando en serio se quiera que desaparezcan. Sólo entonces podrán desarrollarse en la vida autónoma las facultades latentes que duermen en la intimidad de los seres.
Ahora bien: para conducir a los hombres a estas realizaciones es preciso tener esperanza y valor, no entregándose a la semiabdicación de las abstracciones autoritarias, por desgracia tan frecuentes. Hay muchos hombres de buena fe que creen necesario hacer toda clase de concesiones a las costumbres autoritarias. Se adviene también una resignación mal situada y mal interpretada que debilita y achica los movimientos cuando lo que necesitan éstos es impulso y decisión. Si se dieron exageraciones, no causaron tantos estragos como la prudencia que se deriva de falta de fe y de la necesidad de apoyarse en soportes autoritarios. Hay quien insiste en sostener la necesidad de emplear procedimientos que se llaman transitorios y en realidad no son sino dictaduras veladas, con la misma inclinación que las dictaduras a convertirse en permanentes. Con esta pusilanimidad no nos libraremos de la esclavitud actual aunque puede tener ésta un aspecto atenuado algo más soportable y acomodaticio. Si la gota taladra la piedra, sólo un torrente puede destruir el obstáculo que representa la piedra. Los pequeños actos minan la sociedad presente como la pota de agua taladra la piedra, pero sólo los grandes hechos son capaces de provocar un derrumbamiento.
Entre estas dos formas de acción se sitúan los medios renovadores, ¡os de regeneración y reconstrucción incipiente a que me referí: en primer término, nuestra propia regeneración, emancipándonos de las taras autoritarias; la regeneración de los medios sociales autónomos capaces de solidaridad íntima y sincera; la de los grupos más diversos por afinidad de ideas; la vida de relación próxima o lejana mediante unas bases más íntimas que el lazo orgánico formulario; y en fin, la posibilidad de convivir amigablemente todos los no autoritarios, los nos agresivos. La mentalidad que suponen estos signos progresivos ha de permanecer viva y lozana cuando la cólera general produzca la victoria del pueblo. De lo contrario se verán nacer nuevo autoritarismos. Éstos pueden ser evitados si no se impide que la revolución haga labor completa como hasta ahora no pudo hacer.
La abstracción tal como trato de presentarla es una potencia del pensamiento humano que es preciso dominar a menos de no querer ser dominados por ella. Nos eleva por un momento sobre la vida colocándonos en un nivel superior de observación. Si no olvidamos que es un nivel ficticio como es ficticia la existencia del punto geométrico, estamos perdidos. Es entonces cuando nos sumimos en el reino de la abstracción, que siempre halla la manera de explotar y gobernar a los pueblos sometidos. El hombre consiguió el dominio del fuego y el dominio de otros elementos naturales capaces de ser destructor-.s o útiles y tendrá que aprender a penetrar en el secreto de la abstracción en nombre de la cual se le explota y se le gobierna, libertándose al propio tiempo de nuevas abstracciones si se presentan estas para obstaculizar el avance progresivo. Dios y el Estado son dos ficciones, pero toda nueva autoridad es una nueva ficción. La base del hombre es la vida misma, su propia vida y no otra cosa. La experiencia demuestra ya desde las tenebrosas edades de la animalidad que la vida ha de ser social y solidaria a la vez que individualizada, localizada y diferenciada. Fuera de una vida semejante no existe más que el remo de la abstracción y en su lamentable práctica la servidumbre que aprovechan las castas privilegiadas para vivir de ella: clérigos, capitalistas y otras autoridades de hoy como de mañana si los hombres no se redimen de la abstracción. Arabo de analizar el peligro y el remedio único: vuelta a la vida con sus autonomías, su solidaridad, sus diferenciaciones y su libre expansión.
X. X. X.
(Trad. de F. Alárz.)
X. X. X., “El reino fatal de la abstracción, una de las fuentes de la autoridad” La Revista Blanca 14 no. 388 (August 15, 1936): 112-116.