Sobre lo que acracia significa
I.
Estimado amigo redactor de Acracia: Aunque me parece verosímil que á Vd. y á mucho otros ha pasado lo mismo, creo conveniente comunicarle el siguiente hecho:
Esta mañana ha venido á verme una persona bastante instruida, y viendo en la mesa á la que le invité se sentara, el numero I.° de Acracia, no pudo menos que preguntarme:
—¿Qué es eso? ¿Qué significa esta palabra que no he visto nunca?
—Pues lea Vd. esto y lo sabrá, contesté señalándole el articulo en que se explica el significado del termino acracia.
Con mucho meneo de cabeza va leyendo mi amigo, al fin, dice:
—O yo no lo entiendo, ó lo que se trata de defender aquí es un absurdo, una cosa imposible de toda imposibilidad. La abolición completa de toda autoridad, la desaparición, en absoluto, de todo cuanto pueda llamarse gobierno no es realizable ya en ningún país ni en época alguna. Pero, aun suponiendo lo imposible de suponer, no comprendo cómo puedan aspirar á un estado de cosas cual el que resultaría, los socialistas, siendo así que para ellos la sociedad lo es todo; yo comprendería perfectamente que á la acracia, á la omnímoda libertad del individuo aspirasen los económicos, los que pretenden que el estado ideal de la humanidad es aquel en que hayan desaparecido todas las trabas que al libre desarrollo de las facultades adquisitivas de la persona individual oponen las leyes y costumbres (inmorales, porque son coercitivas) de la sociedad. Desengañen Vds., sin la menor partícula de autoridad, sin ningún rudimento siquiera de gobierno, no es posible más que el primordial salvajismo, de cuyo estado de cosas apenas queda un rastro allá en Australia. Doquiera se unan dos ó más individuos para un fin común, mace en el acto un modo de gobernarse esta unión, tacita ó explícitamente, en forma de simple consenso ó de convenio, contrato ó pacto formal, pero siempre constituyendo ley y por ende autoridad. Asimismo hoy al constituirse una sociedad, una asociación cualquiera, lo primero que hacen los individuos que la componen es un reglamento, unos estatutos, es decir, una ley, y luego una junta directiva, es decir, un gobierno… pero, ¿por qué se ríe Vd.?
—¿Cómo no me he de reír viendo á Vd. acalorarse para repetirme las mismas objeciones que ya mil veces se han refutado? Al autor del articulo que Vd. acaba de leer, no se le ocurrió que alguien pudiera entender la palabra gobierno en el sentido más lato, cuando él lo usa evidentemente en el sentido concreto que en el lenguaje ordinario tiene, de gobierno político. Es verdad que hubiera podido escribirla con mayúscula, y tal vez, si hubiese previsto que Vd. no lo entendería, se habría expresado de otra manera, diciendo v. gr. que por acracia se entiende un estado social en que no hay gobernantes, en que le administrar no constituye carrera, sino que es una ocupación accidental que por turno ó por elección puede tocar á cualquier hijo de vecino. Sin gobierno quiere decir sin ministerio de Gobernación, sin gobiernos civiles ni militares, sine alcaldías ni nada de lo que constituye la organización de la llamada burocracia en todos sus grados y formas.
—Tal Como Vd. la explica la cosa tiene más apariencia practica, me dice el amigo, pero en el fondo no hemos ganado gran cosa en punto de realizabilidad. Mientras Vd. no me enseñe una sociedad pequeña, una casa comercial, una fabrica, una imprenta que marche (por no decir se gobierne) acráticamente, seguiré negando que el reino de la acracia pueda venir jamás, pues lo creo una cada día en su « padre nuestro .» El reino de Cristo no puede venir porque los hombres no serán jamás ángeles, y la acracia no será jamás un hecho por la misma razón; es decir, porque la gran mayoría del género humano en sus diferentes especies será siempre una manada de dieras ó n rebaño de brutos incapaz de subsistir sino á fuerza de mucho gobierno y mucha autoridad…
—Mientras subsiste la actual organización social, amén; interrumpí yo. Por esto mismo, el aspirar á la acracia, implica un cambio radical del modo de ser de la sociedad humana, que hasta ahora ha ido desenvolviéndose inconscientemente; pero el solo hecho de existir quien con la publicación de esta Acracia pretende contribuir á que la evolución de la sociedad humana se haga con conocimiento de causa, es prueba suficiente de la posibilidad de realizar una reorganización cabal, puesto que lo más difícil, el comenzar, queda hecho, no solamente aquí, sino en todo el mundo civilizado, ya en todos los países se propagan las mismas ideas, si bien no en la misma forma. Y en cuanto á un ejemplo practico que Vd. desea ver, otro día le explicaré cómo Vd. podrá hacer marchar acráticamente cualquier fabrica ó establecimiento, si no hoy, en pocos anos. Sí, sí, ya le recordaré la promesa; y me comprometo á hacerle ver lo imposible que es lo que Vd. se imagina fácil y hacedero.
Y así quedamos hasta la semana próxima cuando le volveré á ver. Es muy posible que él no quiera acordarse más del asunto, pues son muchas la gentes que dicen pestes de la sociedad actual, pero á quienes asusta y horroriza la idea de un cambio completo que daría al traste con sus ambicioncillas y su modo de vivir honradamente á expensas de la sociedad, á la que no prestan ningún servicio positivo y útil, y mucho menos necesario.
De todos modos, le comunicaré á Vd. lo que me dirá, por si le puede servir de algo, ya que conviene acallar la continua repetición de los mismos reparos.
II.
Ya empezaba ya á sospechar que á mi amigo le había bastado y sobrado la explicación que le dí de lo que yo entiendo por acracia, cuando pocos días ha, caminando Rambla arriba, le oigo de improviso decirme:
—Hola, amigo acrítico, ¿á donde se va tan aprisa?
Y sin tener tiempo para volverme, le tengo á mi lado.
—Venga Vd. conmigo y lo verá, en el camino me dirá cómo se llama a los partidarios de la democracia, aristocracia, autocracia, etc.
—Muchos gracias por la lección; pero ya sabe Vd. que no ignoro que la analogía me obligaba á decirle amigo ácrata, sólo que me suena mejor acrítico que ácrata.
—Déjese Vd. de música y dé Vd. á las personas y á las cosas el nombre que les corresponde.
—Haré lo segundo; pero en cuanto á lo primero, precisamente quería preguntar á Vd. si, cuando nos hallemos constituidos en acracia, también habrá Pattis y Masinis.
—Seguramente, y hace Vd. bien en emplear el plural, pues habrá á centenares quienes cantarán aun mejor que esos dos, si cabe; lo que usted me sabrá decir ya que entiende en música.
—A mi entender, cabe mayor perfección; pero no se trata de esto; lo que quería saber, es, si habrá quien cobre 3.000 duros por una función.
—En cuanto á eso, no me parece probable que la sociedad acrítica será tan blanda que afloje tantos duros; por lo demás, no habrá lugar ni á pedir ni á ofrecer semejante paga; la sociedad acrítica será como una vasta compañía de ruiseñores y el tener la voz e tal ó cual timbre especial ó el pecho más menos robusto (e la tisis se hablará tan sólo en la historia de la medicina), no se considerará como mérito suficiente para una gratificación extraordinaria.
—Valiente compañía de ruiseñores, por cierto, so os ácratas (usted no negará que ácrata y anarquista es o mismo) e Londres, Paris y e Charleroi.
—Hombre, nosotros hablábamos de lo que será, no de lo que es, ni de lo que ha sido; y en cuanto á lo de Londres, sólo puedo decirle que allí habrá habido muchos socialistas, pero poco socialismo; lo mismo que en España tenemos la mar de católicos, pero de catolicismo… ni el estanque del Parque. Con respecto á los términos, tiene Vd. razón que, en el fondo, lo mismo dice ácrata que anárquico (ya que en español llamamos monárquicos á los partidarios de la monarquía y no monarquistas); pero con la palabra acracia indicamos al mismo tiempo que no solamente aspiramos á la abolición de toda forma de gobierno que descanse en un ejercito de empleados ad hoc, sino que pretendemos también que desaparezcan las expresiones que implican superioridad de clase, que la sociedad no se diferencie más en alta y baja, aristocracia y pueblo, sociedad culta y vulgo, etc.; en fin, que le mismo rasero se aplique á todos sin excepción, pero elevando el nivel de todos.
—Es decir, que todos seamos pobres, pero honrados.
—Al contrario, todos seremos ricos, pero sin haber cometido las estafas ni los crímenes que hoy se cometen sin escrúpulo para hacerse rico cuanto antes.
—Esa igualdad sólo es posible por medio del comunismo, y éste, á su vez, es realizable tan sólo en una comunidad limitada, como la de los primeros cristianos, que muy pronto degeneró en presbiterocracia; también sé que hoy día existen varias comunidades que observan un comunismo más ó menos riguroso, pero ninguna cuenta muchos miles de individuos, y todos se rigen por unos estatutos ó reglas muy autoritarios, si bien la buena voluntad de todos produce la apariencia de cierta acracia que desaparecería muy pronto si el numero de los hermanos aumentada en grande.
—¡Alto aquí! Sin duda tiene Vd. razón, si de repente entrara en una sociedad acrática, que supone la buena voluntad de la inmensa mayoría, un numero extraordinario de personas de mala voluntad; pero no veo como la expansión lenta puede desvirtuar los principios de una sociedad. Usted me dirá lo de siempre, que una cosa es la teoría y otra cosa es la práctica; pero precisamente en esto nos diferenciamos los socialistas de los políticos, pues opinamos que la práctica ha de ser la realización de la teoría, con la mismo exactitud que si se tratara de realizar el plan de un arquitecto ó ingeniero. El ejemplo del arquitecto es en efecto el más adecuado; cuando se trata de construir una casa nueva en terreno ocupado por escombros y ruinas, lo primero es ciertamente despejar el terreno, pero el mismo tiempo pueden ya prepararse los materiales para el edificio nuevo; y como por regla general no son los mismos individuos los que derriban y los que construyen, asimismo el trabajo del derribo lo verifican los partidos políticos, mientras que nosotros estamos preparando los materiales para la sociedad nueva, ó, mejor dicho, procuramos que haya arquitectos y albañiles que se encarguen de la dilección de la obra para que no alteren el plan los pescadores de río revuelto.
—Pues yo creía que os socialistas eran os demoledores, y pretendían derribarlo todo, creando una verdadera anarquía, un caos, del que, según ellos, habría de surgir como por encanto un nuevo paraíso. Y á fe, ¿qué son sino conatos de derribo los atentados de Londres y de a minas de Francia y Bélgica? La pretensión de no trabajar más de ocho horas y cobrar más salario que antes no puede dejar de ser la ruina de muchas empresas que no podrían sostener la competencia.
—Si el tipo de ocho horas de ocho horas se establece en todo el mundo, como sucederá infaliblemente en una época no muy lejana, quedará salvado el inconveniente e la competencia, la que por lo demás no cabe tampoco en la sociedad socialista. En cuanto al pedir un aumento del salario, no me parece tampoco un acto muy revolucionario, y seguramente habrán calculado que el aumento que piden basta escasamente para sacarlos de apuros por el pan de cada día, sin cercenar mucho los beneficios e su explotador. Los que piden esto, pueden ser socialistas, pero puede usted estar tranquilo; aunque de tales socialistas se reúnan 20 millones en vez de 20 mil, no por esto habrá llegado la hora del socialismo; mas el día que se reúnan en Londres ó en cualquier otro punto del globo 20,000 socialistas de veras, no será para pedir tal ó cual gracia, sino para constituir definitivamente la sociedad nueva sobre la base del colectivismo universal, e la acracia perfecta.
—Esto no lo varan ni nuestros biznietos.
—Pues yo creo que, dado el paso que llevan las cosas en estos tiempos de la electricidad, lo más probable es que nuestros biznietos nacerán ya en pleno socialismo, y cuando adultos, apenas podrán formarse una idea de la época actual que les parecerá más mitológica que á nosotros as épocas antidiluvianas.
—¿Y no podría Vs. Ensayar de darme á mí una idea sumaria anticipada de semejante estado de dicha general?
—Suscríbase Vd. á la Acracia, y con cada numero nuevo se irán abriendo los ojos.
—¿Y no me deslumbrará tanta luz?
—Más probable es que Vd. cierre los ojos, como hacen los niños ante lo que les asusta.—X.