Germinal Esgleas, “El ideal en la vida” (1929)

No hemos podido comprender nunca como en el individuo que ha concebido ¡deas, lo que podríase llamar vida práctica esté disociada, en contradicción flagrante, con el ideal.

Poco valor tendría un ideal si no se fuere capaz de vivirlo, si no arraigare en nosotros como sentimiento, si no fuere síntesis psíquica y orgánica. Que se sustente un ideal sin emoción, por puro diletantismo, es algo que no podemos explicarnos ; sustentarlo por afán de lucro, de medro personal, es algo que nos produce asco y repugnancia.

No existe el ideal donde existe un móvil interesado, ajeno al ideal mismo; donde no hay espíritu de sacrificio, abnegación y generosidad sencillas y probadas. Entre las idealidades en que abundan los ejemplos de esas vidas sencillas, rectas, puras, generosas y abnegadas, en las cuales el ideal y la vida han formado un todo, una síntesis armónica, destaca en lugar preeminente el anarquismo. El mismo virtuosismo cristiano es muy inferior al virtuosismo libertario, aun cuando parezcan tener muchos puntos de coincidencia, porque ambos responden a exigencias eternas del alma humana ; no pueden confundirse ; quizá en el fondo no tienen nada de común : nacen de dos posiciones distintas frente a la vida y a los problemas de la vida. La virtud cristiana es una virtud externa, una virtud de impotencia, una virtud negativa del hombre. La virtud anárquica arranca de dentro, de lo intimo del ser, se fundamenta en el hombre, tiene por base el hombre en sí; es una virtud afirmativa y lo es porque sólo el anarquismo puede ser un ideal de vida, de vida integral, de vida plena. Todas las otras idealidades mutilan la personalidad humana, constriñen los impulso? naturales del hombre, ponen una valla a su desenvolvimiento integral, le sujetan a una regla, a una norma, preconcebidas. El anarquismo no; el anarquismo dice al hombre : sé lo que quieras. Ser lo que uno quiere : he ahí un mundo de posibilidades ¡limitadas, he ahí una llamada profunda a la voluntad de ser, a la creación, a la forja de si mismo, al esfuerzo tenaz y perseverante. Sé lo que quieras; sélo por ti mismo, y lo que fueres lo deberás a ti mismo y en ti mismo hallarás la satisfacción y la recompensa. ¿Qué principio ético puede ser más puro y más fecundo que ese principio de ética libertaria?

Pero no todo el mundo puede estar conteste en su eficacia. Hasta los que más se acercan al hombre, que fundamentan en sus necesidades materiales y espirituales parte de su doctrina, que aspiran a libertarlo de determinados prejuicios, no tienen fe absoluta en el hombre, y porque no la tienen puede afirmarse que nunca han llegado a tenerla en sí mismos ni pueden comprender los altos destinos del hombre. No somos nada, se nos dice: mísera arcilla; lo somos todo, afirmamos nosotros : esencia de eternidad.

Por eso precisamente, por tener fe en nosotros, por creer en nuestro destino, en el que nosotros mismos nos hemos creado de acuerdo con nuestras necesidades, con nuestros sentires y con nuestros pensares, nuestra vida se hermana, se confunde indisolublemente con el ideal, se nutre de ideal, y sin ideal no seria vida. Si un día el ideal hiciera quiebra en nosotros, moriría el hombre que hay en nosotros; en tanto este hombre aliente, el ideal sobrevivirá. La aportación que nosotros hacemos al ideal es la aportación de nosotros mismos. Porque es así, no podemos comprenderlo disociado de nuestra vida.

Nuestra vida es finita, el ideal infinito: sea. Nuestra vida es limitada y el ideal ilimitado: sea. Pero lo finito de nuestra vida, lo limitado de nuestra vida, no ha de serlo jamás por una renuncia voluntaria del hombre a ser sí mismo, a plegarse a yugos ajenos a si mismo. Que esa limitación la señalen únicamente sus condiciones de capacidad y aptitud orgánica, como las señala la Naturaleza a todo organismo viviente ; jamás por un principio de moral abstracta, de coacción externa, de algo que no esté en nosotros y que no brote de nosotros mismos. Nuestra vida ha de tener también perspectivas ilimitadas, ha de tenerlas desde la cuna hasta la tumba, porque desde la cuna hasta la tumba la vida ha de tender constantemente a la realización del ideal, ha de ser una manifestación, una realización de ideal. El ideal debe vivir en nosotros y debe iluminar el horizonte de nuestra vida; ha de ser realidad e ilusión perennes.

El ideal no ha de remitirse al mañana como proclaman las voces sabias de la razón y de la prudencia. Ha de vivirse hoy, lo más intensa, lo más plenamente posible. Ha de tenerse la osadía, la suprema osadía de vivirlo pese a todas las dificultades, a todas las oposiciones, a todas las conveniencias castradoras. Ha de vivirse como arte sentido.

Por el ideal, la vida debe ser una obra de arte: la vida ha de ser embellecida v enriquecida, plenamente amada y plenamente gozada de acuerdo con una concepción de estética propia, amplia, libre, personal, intima y única.

Ningún prejuicio, ningún convencionalismo, ninguna coacción externa, nada, absolutamente nada, debe quebrantar en nosotros la voluntad de plasmar en realidad el ensueño ideal. Vivir nuestra vida, la vida que hemos sentido, que hemos amado, que hemos concebido y que está presente en nosotros; vivirla intensamente, haciendo abstracción de todas las realidades castradoras, situándonos por encima de todas las humanas miserias, de todos los códigos y de todas las morales, defendiéndola tenaza mente, obstinadamente, sin una duda, sin un desfallecimiento, sin una vacilación, ante todo y frente a todos, be ahí el supremo ideal, el más fecundo, el más innovador, el más subversivo, el ideal de todas las almas heroicas, sencilla, humildemente heroicas, de todos los seres de excepción. La vida por un ensueño ideal, sí ; la alegría por el sufrimiento, la alegría por un ensueño ideal, si. ¿Qué otro valor, que valor más supremo podría tener la vida? ¿Qué vida mejor, más dolorosamente intensa, más intensamente gozosa que la de vivir un ensueño ideal?

El ideal debe ser la esencia de nuestra vida ; nuestra vida debe ser la esencia del ideal : la vida debe ser una obra de arte, de arte tormentoso, y el hombre el artífice de su propia vida.

GERMINAL ESGLEAS

Cárcel Modelo.—Barcelona, mayo de 1929


La Revista Blanca 7 no. 145 2nd series (1 Junio 1928): 13-15.

 

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