Germinal Esgleas, “Anarquismo sin adjetivos” (1934)

CRÍTICA AFIRMATIVA

Anarquismo sin adjetivos

El ideal anarquista jamás puede significar una limitación. Si la Naturaleza se perfecciona y la Humanidad evoluciona, acorde con los principios evolutivos, el horizonte moral de la anarquía, como expresión cada vez más amplia del integral sentido de libertad, se ensancha más y más, hasta el infinito. Ya alguien ha dicho que más allá de la libertad hay siempre, o debe haber, más y mayor libertad.

Reducir la anarquía a un programa más o menos sintético y esquemático, condensarla en cuatro frases hechas es obra en absoluto negativa.

Debiera haber siempre un exceso de savia y de vitalidad ideológica que pugnara por ensanchar y rebasar el límite en que la tendencia de adaptación pretende estancar toda corriente idealista.

Bien que nos tracemos un plan, que sepamos a lo que vamos y qué es lo que queremos; pero la anarquía no avanzaría ni un milímetro más, por muy acabado que pudiera presentarse un programa de vida de la sociedad anarquista, si antes las ideas no fueran sentidas y asimiladas por los individuos como algo propio y vital, es decir, aplicadas en activo por el individuo, sin aguardar la acción milagrera de una fecha o acontecimiento determinado. Cuando se trata de realizaciones colectivas, todo programa es inútil, porque el curso de los acontecimientos escapa a todo control y a toda previsión; y aun en esos casos, la mayor garantía de coordinación en e! sentido de influir en un aspecto determinado es aquella parte de conciencia individual a que hemos hecho referencia.

En la interpretación y definición de programas, por más sencillos que sean, se evaporan y se hacen escurridizas las ideas. Sabemos, en líneas generales, lo que queremos y lo que necesitamos. La manera de realizarlo sólo puede ser obra de la experimentación práctica, con sus consiguientes yerros, tanteos, vacilaciones y rectificaciones. No hay, no puede haber, esquema, ni programa perfecto. Toda matemática aplicada a la biología social falla. No es la Humanidad ni la Sociedad un cuerpo inerte sobre el cual todo el mundo pueda ejercitarse como en una tabla de logaritmos o en un tratado de álgebra aplicados a la mecánica. La matemática rigurosa y exacta, la técnica acabada, nunca podrán estar acordes con el ritmo de la evolución social, que escapa a toda previsión, como a toda coerción escapa el pensamiento humano.

El estudio de las posibilidades de vida anarquista, de los medios económicos de la sociedad del porvenir, su probable organización; de nuestros recursos naturales, industriales, etc., actuales y futuros, de todo cuanto se hace indispensable y necesario a la existencia de una colectividad, bien está que se haga. Pero no pongamos nunca la economía. La norma por encima del hombre; la regla, el plan preconcebido, a la interpretación realista de las necesidades según se manifiesten en el momento en que se vive. No arrastremos el peso muerto de un programa cerrado, que sólo podría servirnos de estorbo. La base moral de la anarquía está bien definida: no gobierno; máxima libertad, máximo bienestar para todos. Esa base moral nunca puede significar una limitación. Todo cuanto nos acerque a su realización, por más variada y diversa procedencia que lenga, obra de los hombres y fruto del esfuerzo individual o de La cooperación colectiva, estará de acuerdo con lo que supone finalidad esencial de la anarquía.

Los programas únicos o exclusivistas serían funestos para el movimiento anarquista. Crearían muchas divisiones innecesarias. En vez de ser aglutinante, serían motivos de disgregación, de excomuniones y rozaduras, por más amplitud moral que a aquéllos dieran sus iniciadores y por más bondad que hubiese en la intención en que se fundaran. La experiencia de la Plataforma en el movimiento anarquista francés y aun la misma experiencia de la F. A. I. en España, abonan lo que decimos.

La Plataforma, fracasada en España, entre los compañeros de Francia dio origen a una serie de disputas. En España, hasta hace poco, la mayoría de anarquistas, particularmente la juventud no muy penetrada de las ideas, tenía todas sus simpatías por la F. A. I., hasta tal punto que muchos eran los que no concebían el anarquismo fuera de ésta. Sin embargo, la F. A. I., en muchas de sus actividades y aun en sus principios orgánicos, a veces no ha estado muy de acuerdo con las ideas anarquistas, cosa que se podrá comprobar el día que se haga una crítica imparcial y serena de su actuación. Ahora, en contra de la F. A. I., achacándola pecados de los que indudablemente no es única responsable, y por parte precisamente de algunos de los que más la habían respaldado, se observa una hostil reacción, que adolece del mismo vicio de origen que contribuyó a la formación y propagación de aquélla, y que en nada tampoco ha de beneficiar a las ideas anarquistas, porque, así como una dio origen al espécimen faísta antes que anarquista, esa nueva corriente creará enfrente a la ya existente el otro espécimen antifaísta, también antes que anarquista, de lo que se derivarán una serie de rencillas y de luchas intestinas que todavía nos debilitarán más ante el adversario.

Muchos reparos, complicaciones y dificultades que a veces hay empeño en hacer resaltar tratándose de un movimiento de ideas, encubren en no pocos casos crisis morales individuales, motivadas por factores diversos, que ese gregarismo «anarquista» de programa, tendencia o comité fomenta como epidemia, desorientando a muchísimas individualidades en formación que, llenas de buena fe, se acercan a nuestro ideal.

Hay que volver por los fueros del anarquismo sin adjetivos, amplio, generoso, comprensivo, tolerante. La anarquía no cabe en un programa ni en un patrón únicos. Los anarquistas tampoco caben ni puede alinearse en una sola organización exclusivista. Hay que aceptar la variedad, la diversidad en el esfuerzo, en la iniciativa, en la acción, en el programa y aun en la organización y en la aplicación práctica de nuestras teorías, sin creernos ni considerarnos más ni menos anarquistas unos que otros.

Sostener un principio absorbente de actividad, de tendencia o de organización es sembrar de sal el campo abonado para que germine la buena semilla anarquista. Y para la corrección de un defecto no hemos de caer en el defecto opuesto.

Nosotros creemos que entre los anarquistas, por muy distintos que sean sus puntos de vista, puede haber unidad moral, no decimos unificación, y puede haber coincidencia, cooperación y colaboración en las actividades y esfuerzos de unos y de otros, sin que nadie se estorbe; pero esto sólo puede ser a condición de que todas esas tendencias hegemónicas, programáticas y exclusivistas que se perfilan se penetren más y más de contenido anarquista y en un amplio plano de tolerancia y de respeto mutuo sepan desenvolverse.

Antes que los programas, las ideas. Fanáticos, no; hombres conscientes, anarquistas a secas.

GERMINAL ESGLEAS


Germinal Esgleas, “Anarquismo sin adjetivos” La Revista blanca 12 no. 288 (27 Julio 1934): 588-589.

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