Fernando Tarrida del Mármol, “La teoría revolucionaria” (1889)

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LA TEORÍA REVOLUCIONARIA

Lema: La teoría revolucionaria que puede considerarse mas conforme con la Naturaleza, la Ciencia y la Justicia, es la que prescinde de todo dogma político, económico y religioso. – X.

Vamos a demostrar que para establecer una teoría revolucionaria que no pugne con la Naturaleza, la Ciencia ó la Justicia, cuando no contra las tres á la vez, es indispensable deshacerse de todo dogma, sea político, sea social, sea económico. sea religioso.

I
Dogmas Políticos

La política es el arte de gobernar á los pueblos. Desde los tiempos antiguos hasta nuestros días, los artistas que han logrado imponerse á sus semejantes han practica- do una de las tres formas generales que abarcan toda clase de gobierno: la despótica, la oligarquía y la democracia. El despotismo es la organización en la que un individuo gobierna á su antojo y siguiendo los impulsos de su capricho, viniendo á ser dicha organización la negación mas rotunda y franca de la libertad. La oligarquía es el gobierno de unos pocos, sea por derecho propio, sea por derecho adquirido mediante elección; pero estos pocos asumen la representación de muchos, les imponen leyes que les obligan á obrar de tal ó cual manera y, aun en los casos mas favorables, se convierten forzosamente de representantes en opresores. La oligarquía es pues, también, la negación de la libertad. En cuanto á la democracia, que supone el gobierno de la mayoría, es una verdadera utopía, puesto que el arte de gobernar es tan engorroso como deletéreo. Y si la mayoría del pueblo tuviera que cuidarse de atender á un arte tan complicado, tendría que desatender á los demos trabajos, resultando de ello que en las democracias las mayorías tienen que hacerse representar por unos cuantos artistas, de oficio gobernantes, que elaboran leyes y crean policías para hacerla observar, convirtiéndose toda democracia en oligarquía encubierta, y siendo, por tanto, un sistema contrario á la libertad.

A la idea de Justicia va anexa la idea de Libertad. Todos los dogmas políticos son contrarios á la idea de Libertad: luego todos los dogmas políticos son contrarios á la idea de Justicia.

También es contraria la política á la Ciencia, puesto que ésta nos enseña que las tendencias de los individuos son variables en razón de su organismo, y la política, lejos de poder atender á esta infinita variedad, que solo es atendible con la no imposición, procura, por el contrario, unificar y regular los actos, hollando por completo las iniciativas y las actividades.

Por ultimo, la autoridad política es contraria á la Naturaleza, que exige que todos las entidades orgánicas, minerales y organizadas se muevan en perfecto autonomía para realizar las combinaciones que les corresponden en razón de su constitución intima. Además, la naturaleza humana es contraria á las imposiciones, por más que el egoísmo humano trate á veces de abusar de ellas. Pero aquellos mismos que mis han proclamado el principio de autoridad para poderlo ejercer, han sido los primeros en darnos la razón en cuanto se han visto en el caso de sufrir sus consecuencias. Hablen sino el ejemplo de Alcibiades en la república ateniense, y el de Coriolano en la antigua Roma: amigos del pueblo mientras oste les ha mimado y obedecido, han vuelto airados sus armas contra su país en cuanto se han visto caídos y obligados á aceptar la autoridad de otros por verse reducidos al papel de simples ciudadanos. Hable también toda esa epopeya de luchas sostenidas por el feudalismo con las monarquías: esos poderosos señores, tan celosos de su absoluta autoridad que les proporcionaba diezmos, primicias y hasta el derecho asqueroso de pernada, revolvíanse airados contra el poder real que quería á su vez hacerles sentir el yugo del principio autoritario. Y sin ir mis lejos, en los tiempos modernos, la constante indisciplina de todos los partidos en todos los países, demuestra que los artistas de gobierno tienen tanto afán de gobernar corno pocas ganas de set gobernados. Ellos son los primeros en demostrar que todo dogma político es contrario á la Naturaleza.

Pues si todo dogma político es contrario á la Justicia, á la Ciencia y á la Naturaleza, la teoría revolucionaria que pretenda estar conforme con estos tres principios deberá empezar por prescindir de todo dogma político, ó lo que es lo mismo, declararse desde luego anárquica.

II
Dogmas sociales

La ignorancia, una educación defectuosa y, las mis de las veces, las costumbres establecidas, suelen engendrar preocupaciones que se arraigan á veces de tal modo que aquel que se halla poseído de ellas las defiende con mas calor y fe que los mismos principios científicos. De estas preocupaciones han resultado una porción de formas relativas á las relaciones sociales en la humanidad. La familia matrimonial, la patria, la ley, la moral son principios huecos al que por desgracia rinden aún ferviente culto entidades de buena fe que se llaman revolucionarias. Y esos principios suelen estar arraigados de tal modo, que han pasado casi todos al estado de dogmas. Y, sin embargo, nada mas contrario á la Justicia, á la Ciencia y á la Naturaleza. Esta preconiza y exige el amor, pero no el vínculo. Esa aconseja el mutuo respeto entre las entidades sociológicas, pero no una moral relativa que varia según los tiempos, los climas, las razas y aun los organismos. Aquella impone el derecho, pero no la ley. En nuestra sociedad, repleta de leyes, el derecho es por doquier atropellado. En una sociedad libre que atienda al derecho de todos, la ley despótica debe ceder ante el contrato espontáneo, siempre modificable y revocable. El derecho es justo, porque es esencialmente humano. La ley es tiránica, porque favorece á unos hombres en perjuicio de otros. Las únicas leyes que no constituyen tiranía, por estar vinculadas con la Ciencia, son las leyes naturales á que nos hallamos todos sometidos y sin las cuales no existiríamos. Leyes que han dado al hombre corazón y sentido, originándose el derecho de amar. Leyes que le han dado estómago, originándose el derecho de comer. Leyes que le han dado cerebro, originándose el derecho de pensar. Leyes que le han dado sensibilidad, originándose el derecho de no dejarse atropellar.

Y como sea que todo contrato bisexual que se aparte del amor libre tiene que ser regulado por leyes, y las leyes humanas son contrarias á la Naturaleza, á la Ciencia y á la Justicia, también es contrario á estos tres grandes principios cualquier contrato bisexual legislado ó legislable.

Asimismo, la patria no debe tener mis límite general que el Universo, ni mas límite particular que las simpatías y las afinidades, nunca unos límites fijados arbitrariamente por leyes elaboradas de un modo caprichoso ó para sancionar un hecho de fuerza y atropello,

En cuanto al dogma moral, ó mejor dicho, á los dogmas morales, les pasa lo que á las religiones, que su variedad prueba la falsedad de todas. La viuda del indio seri muy moral si se deja quemar viva sobre la sepultura de su marido; y la esposa oriental será inmoral si deja ver su cara por la calle, faltando así á la Ciencia que le brinda expansiones para su organismo, aire puro para sus pulmones y luz solar para la frescura del cutis y la salud de su cuerpo. ¡En cambio, en los mismo climas orientales, es un acto muy moral y honroso casarse con una odalisca ya arrinconada del sultán! La usura es moral entre los judíos e inmoral entre los cristianos, que no por eso dejan de practicarla, mas que aquellos si cabe. Para el propietario es inmoral atacar la propiedad ajena; para el desheredado es inmoral el detentarla. En una palabra, lo que es moral para unos es inmoral para otros, y es, por lo tanto, de todo punto ilógico querer que la moral que uno se forma sea moral para todo el mundo.

Vemos, pues, que los dogmas sociales, en cualquier forma que se nos presenten, son contraríes á la Ciencia, á la Naturaleza y á la Justicia; luego la teoría que quiera estar conforme con estos tres principios debe inscribir en su bandera el lema: anarquía societaria.

III
Dogmas económicos

Las escuelas á las que puede darse el dictado de revolucionarias proclaman desde luego la abolición de la propiedad individual, reemplazándola por la propiedad de todos y de nadie. La tierra y los instrumentos del trabajo, estando entonces á disposición de quien quiera hacerlos producir, necesitan, sin embargo, que haya quien los haga producir. Esto es, necesita que los hombres trabajen para poder satisfacer sus necesidades. De esta relación entre la producción y el consume, se deducen tres escuelas principales: el socialismo autoritario, con todas sus divisiones; el anarquismo colectivista y el comunismo anarquista. Del primero no hay para quo ocuparnos, pues hemos demostrado ya en la primera parte de este trabajo que ningún partido político ó autoritario puede considerarse conforme con la Ciencia, la Naturaleza y la Justicia. Quedan, pues, las dos aspiraciones económicas del campo anárquico: el comunismo y el colectivismo. Dice el primero: á cada cual según sus necesidades; de cada cual según sus fuerzas. Dice el segundo: á cada cual según sus obras; de cada cual según su voluntad.

Desde luego podemos afirmar que ambos principios son buenos y en nada contrarios á la idea anárquica, siempre que no se impongan en absoluto y sean hijos del contrato libre y revocable entre las entidades que los practiquen. Desde este punto de vista, es utilísimo el estudio de tan importante problema, con el bien entendido que los resultados que cada cual obtenga de sus estudios serán nuevos datos que han de ayudarle á tomar en su día su resolución; pero nunca una fórmula dogmática que tendría que convertirse á la larga en una imposición para individuos y á veces para localidades enteras.

En cualquier caso que nos coloquemos, tanto la forma comunista como colectivista, son perfectamente compatibles con la Ciencia y la Naturaleza. No ocurre lo mismo respecto de la Justicia. Puestos en el terreno á que nos tienen acostumbrados la presente sociedad, el comunismo es injusto para aquel que considere que el hombre es hijo de sus obras y no de su voluntad. En cambio, el colectivismo será considerado injusto por aquel que ve en el hombre un hijo de su doble organización cerebral y muscular. ¿Por qué, dirá el primero, han de tener igualmente cubiertas sus necesidades el perezoso y el trabajador? — ¿Por qué, dirá el segundo, han de seguir imperando el privilegio del fuerte y del inteligente sobre el hombre débil y de cortos alcances? Ambas preguntas merecen seria reflexión y están muy fundadas, colocándose en el terreno del trabajo tal como hoy suele entenderse; esto es, como sinónimo de fatiga, de cosa molesta. Pero resulta que en la sociedad del porvenir el trabajo presentará un aspecto muy distinto del que presenta en la actualidad. Hoy el proletario, para poder vivir mal, necesita dedicar al trabajo un número de horas que cansa su organismo debilitado por falta de alimentos y aburrido por la carencia absoluta de los goces intelectuales, artísticos y científicos á que tiene derecho. Lo que le sobra es la fatiga; lo que le falta es el recreo y la expansión: luego suspira por osta y reniega de aquella. En cambio, en la sociedad purgada de explotación y acaparamientos, tres ó cuatro horas diarias bastarán al hombre para cumplir su parte de trabajo que le de derecho á la realización de sus necesidades. De las veinticuatro horas del día, veinte empleadas en el reposo y las expansiones, harán que las cuatro restantes hallen en el trabajo un recurso, un ejercicio higiénico, una necesidad, y mas cuando cada productor habrá escogido la clase de producción mas adecuada á sus gustos y conocimientos. Este es el caso general. En cuanto á los casos particulares, se compensaran probablemente unos á otros, pues habrá tal vez un individuo que no tenga gusto de trabajar ni siquiera las tres ó cuatro horas que le corresponden. En cambio, podrá haber individuos que, por gusto, por afición, dediquen mas horas de las que le corresponden ¿Y será una injusticia que á éste no se le de un suplemento? No, porque al fin y al cabo no habrá hecho mas que satisfacer su gusto.

En cuanto á los casos particulares que pueden ocurrir en las colectividades regidas anárquicamente, puede asegurarse desde luego que habrá casos en que se acuda á la solución colectivista y casos en que se acudirá á la comunista, sin faltar por es en lo más mínimo al principio anárquico. Si en una sociedad comunista un hombre reclama una ventaja á cambio de une fatiga que n necesita hae; pero que es ventajosa á dicha sociedad, si al hombre le conviene la ventaja, á pesar de la fatiga, y á la sociedad le conviene el producto de la fatiga á cambio de la ventaja ofrecida que solo pueda ser momentánea, como ventanea habrá sido la fatiga, lo que es entonces contrarío á la anarquía, es que exista un estatuto que prive á una y otra entidad de hacer la que les convenga.

En igual caso se encontraría una sociedad colectivista que se viera privada de adoptar soluciones comunistas. A este sistema, que no preconiza dogma alguno y deja á las entidades en disposición de adoptar en cada momento y en cada caso los principios económicos que más les convengan y les pazcan, se le puede dar el nombre de anarquía económica. Y este es también el principio más conforme con la Ciencia, con la Naturaleza y con la Justicia.

IV
Dogmas religiosos

Todos los dogmas religiosos son contrarios a la Justicia, porque todos ellos, de un modo mas ó menos encubierto, preconizan la desigualdad social. Son contrarios a la Naturaleza, porque osta tiene sus leyes inmutables y todas las religiones pretenden contrariarlas, sea por medio de los milagros, sea suponiendo la existencia de mitos que pueden más que dichas leyes inmutables. Por fin, todas las religiones son contrarias a la Ciencia, porque suponen la fe, que consiste en creer a ciegas, mientras que la Ciencia tiene precisamente la misión de aclarar todo lo oscuro y de no admitir nada sin previa demostración.

Luego aquí también, el único principio compatible con la Ciencia, la Naturaleza y la Justicia es la Anarquía religiosa, ó sea el Ateismo.

Resumen

Entre las varias teorías revolucionarias que pretender garantir la completa emancipación social, la mas conforme con la Naturaleza, la ciencia y la Justicia es !a que rechaza todos los dogmas políticos, sociales, económicos y religiosos, esto es, la Anarquía sin adjetivos.

F. T. M.

Barcelona 20 Octubre 1889

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REVOLUTIONARY THEORY

Lemma: The revolutionary theory that can be considered most in accordance with Nature, Science and Justice is that which dispenses with all political, economic or religious dogma. — X.

We will demonstrate that in order to establish a revolutionary theory that does not conflict with Nature, Science or Justice, or even all three at the same time, it is indispensable to get rid of all dogma, whether political, social, economic or religious.

 I

Political Dogmas

Politics is the art of governing nations. From ancient times to the present day, the artists who have succeeded in imposing themselves on their peers have practiced one of the three general forms that encompass all kinds of government: despotism, oligarchy and democracy. Despotism is the organization in which an individual governs as he fancies, according to his capricious impulses, the organization becoming the most decisive and frank denial of freedom. Oligarchy is the government of a few, either by their own right, or by right acquired by election; but these few assume the representation of many, impose laws that force them to act in a particular way and, even in the most favorable cases, are necessarily transformed from representatives into oppressors. Oligarchy, then, is also the denial of freedom. As for democracy, which implies the rule of the majority, it is a true utopia, since the art of governing is as tedious as it is deleterious. And if the majority of the people had to take care of attending such a complicated art, they would have to disregard their other employments, resulting in the fact that in democracies the majorities must be represented by a few artists, rulers by trade, who elaborate laws and create police to see that they are observed, transforming every democracy into a covert oligarchy and, therefore, a system contrary to freedom.

The idea of Justice is connected to the idea of Liberty. All the political dogmas are contrary to the idea of Liberty. Therefore, all the political dogmas are contrary to the idea of Justice.

Politics is also contrary politics to Science, since science teaches us that the tendencies of individuals are variable as a result of their organization, and politics, far from able to deal with this infinite variety, — which is only worthy of consideration on the condition of nonimposition, — seeks, on the contrary, to unify and regulate acts, completely trampling initiatives and activities.

Finally, to achieve political authority is contrary to Nature, which requires that all organic, mineral and organized entities move in perfect autonomy in order to make the combinations appropriate to them on the basis of their personal constitution. Moreover, human nature is against impositions, even though human selfishness may sometimes try to abuse them. But those same ones who have proclaimed the principle of authority in order to be able to exercise it, have been the first to admit that we are right as soon as they have seen it in the case of suffering its consequences. Take the example of Alcibiades in the Athenian republic, and that of Coriolanus in ancient Rome: friends of the people as long as they were spoiled and obeyed, they turned their arms against their country as soon as they had fallen and, reduced to the role of simple citizens, were forced to accept the authority of others. Speak also of that whole saga of sustained struggles over feudalism with the monarchies: those powerful gentlemen, so jealous of the absolute authority that gave them tithes, first fruits and even the disgusting jus primae noctis, turn angrily against the real power that wanted in turn to make them feel the yoke of the authoritarian principle. And without going so far, in modern times, the constant lack of discipline of all parties in all countries shows that the artists of government artists are as keen to govern as they are reluctant to be governed. They are the first to demonstrate that all political dogma is contrary to Nature.

For if every political dogma is contrary to Justice, to Science and to Nature, the revolutionary theory that claims to be in conformity with these three principles must begin by dispensing with all political dogma, or what is the same, declare itself henceforth anarchic.

II

Social Dogmas

Ignorance, faulty education, and, at times, established habits, often engender preoccupations that are sometimes rooted in such a way that the one who possesses them defends them with more heat and faith than they would scientific principles. From these concerns emerged a number of forms related to the social relations of humanity. The matrimonial family, the homeland, the law and morality are hollow principles to which, unfortunately, some organizations of good faith that call themselves revolutionaries still render fervent worship. And these principles remain so rooted that almost all of them have passed into the state of dogmas. And yet nothing is more contrary to Justice, Science and Nature. The latter advocates and demands love, but not a bond. The former advises mutual respect between sociological entities, but not a relative moral that varies according to the times, the climates, the races and even the organisms. It imposes right, but not law. In our society, replete with laws, right is trampled on everywhere. In a free society, which looked after the rights of all, the despotic law must give way before spontaneous agreement, always modifiable and revocable. Right is just, because it is essentially human. Law is tyrannical, because it favors some men to the detriment of others. The only laws that do not constitute tyranny, because they are linked to Science, are the natural laws to which we are all subject and without which we would not exist: laws that have given man heart and senses giving rise to the right to love; laws that have given him a stomach giving rise to the right to eat; laws that have given him a brain giving rise to the right to think; laws that have given him sensibility giving rise to the right not to be abused.

And as any bisexual contract that departs from free love has to be regulated by laws, and as human laws are contrary to Nature, Science and Justice, any legislated or legislatable bisexual contract is also contrary to these three great principles.

Likewise, the homeland should have no more general limits than the Universe, nor any more particular limits than the sympathies and affinities, and should never have limits arbitrarily set by laws elaborated in a capricious way or to sanction an act of force and abuse.

As for the moral dogma, or rather, moral dogmas, as with religions, their variety proves the falsity of all. The widow of the Indian will be very moral if she allows herself to be burned alive on the grave of her husband; and the oriental wife will be immoral if she lets her face be seen in the street, thus defying the Science that would provide growth to her organism, pure air for her lungs and sunlight for the freshness of her complexion and the health of her body. On the other hand, in the same oriental climes, it is a very moral and honorable act to marry an odalisque already abandoned by the sultan! Usury is moral among Jews and immoral among Christians, who are no less likely to practice it if possible. For the proprietor it is immoral to attack the property of others; for the disinherited it is immoral to possess it. In a word, what is moral for some is immoral for others, and it is therefore illogical to want the morality that one creates to be moral for the whole world.

We see, then, that social dogmas, in whatever form they present themselves to us, are contrary to Science, Nature, and Justice; thus, the theory that wants to be in agreement with these three principles must inscribe on its flag the motto: societary anarchy.

III

Economic Dogmas

The schools to which the dictation of revolutionaries can be given proclaim, of course, the abolition of individual property, replacing it with property belonging to everyone and no one. The land and the tools of labor, being then available to those who want to make them produce, nevertheless need someone to make them produce. That is, men must work to meet their needs. From this relation between production and consumption, three main schools are deduced: authoritarian socialism, with all its divisions; collectivist anarchism and anarchist communism. The first does not concern us, because we have already shown in the first part of this work that no political or authoritarian party can be considered consistent with Science, Nature and Justice. There remain, then, the two economic aspirations of the anarchic camp: communism and collectivism. The first says: to each according to his needs; from each according to his capacities [fuerzas]. The second says: to each according to his works; from each according to his will.

Of course we can declare that both principles are good and not at all contrary to the anarchic idea, provided that they are not imposed and are consequences of a free and revocable agreement between the entities that practice them. From this point of view, the study of this important problem is very useful, with the understanding that the results that each one obtains from his studies will be new data that will help him to make his decision in his turn; but never a dogmatic formula that would become in the long run an imposition on individuals and sometimes on entire localities.

However we look at it, both the communist and collectivist forms are perfectly compatible with Science and Nature. The same is not true with respect to Justice. Placed on the terrain to which the present society has accustomed us, communist is unjust for those who consider man the product of his works and not his will. On the other hand, collectivism will be considered unfair by those one who sees in man a product of his double cerebral and muscular organization. Why, say the first, should the idler and the worker have their needs met equally? — Why, say the second, should the privilege of the strong and intelligent continue to prevail over men who are weak and of limited powers? Both questions deserve serious reflection and are well founded, when placed on the terrain of work as it is usually understood today; that is, as a synonym of fatigue, as an unpleasant thing. But it turns out that in the society of the future, work will present a very different aspect from the one it presents today. Today the proletarian, in order to just get by, must dedicate a number of hours to work that tires his organism, already weakened by lack of food and bored by the absolute lack of the intellectual, artistic and scientific enjoyments to which he is entitled. What is left over is fatigue. What he lacks is recreation and growth: later he yearns for the latter and curses the former. On the other hand, in a society rid of exploitation and monopolization, three or four hours a day will be enough for man to fulfill his part of the work that gives him the right to fulfill his needs. Of the twenty-four hours a day, twenty employed in rest and growth will make the work of the remaining four a resource, a hygienic exercise, a necessity, and more when each producer has chosen the kind of production most appropriate to their tastes and knowledge. This is the general case. As for the particular cases, they will probably compensate each other, since there may be an individual who does not like to work even the three or four hours for which they are responsible. On the other hand, there may be individuals who, for pleasure or as a hobby, dedicate more hours than are required of them. And will it be an injustice that the latter does not receive a supplement? No, because in the end they will have done nothing more than satisfy their taste.

As for the particular cases that may occur in collectivities governed anarchically, it can be guaranteed of course that there will be cases in which the collectivist solution is resorted to and cases in which the communist approach will be used, without breaking in the least with the anarchic principle. If in a communist society a man claims an advantage in exchange for an effort that he does not need to make, but that is advantageous to such a society, and if the advantage suits the main, despite the fatigue, and it suits society that the product of the effort be exchange for the advantage, which can only be momentary, as the fatigue will have been, then what is contrary to anarchy would be the existence of a statute that prevented either entity from acting as they have agreed.

In the same case you would find a collectivist society that was forbidden from adopting communist solutions. This system, which does not advocate any dogma and leaves the entities in a position to adopt in each moment and in each case the economic principles that are most convenient and peaceful, can be called economic anarchy. And this is also the principle most consistent with Science, Nature and Justice.

IV

Religious Dogmas

All religious dogmas are contrary to Justice, because all of them, in a more or less hidden manner, advocate social inequality. They are contrary to Nature, because it has its immutable laws and all religions try to counteract them, either by means of miracles, or by supposing the existence of myths that are capable of more than these immutable laws. Finally, all religions are contrary to Science, because they suppose faith, which consists in blindly believing, whereas Science has precisely the task of clarifying everything dark and admits nothing without prior demonstration.

Here again, the only principle compatible with Science, Nature and Justice is religious Anarchy, or atheism.

Summary

Among the various revolutionary theories that claim to guarantee complete social emancipation, the one most in accordance with Nature, Science and Justice is that which rejects all political, social, economic and religious dogmas, that is, Anarchy without adjectives.

F. T. M.

Barcelona, October 20, 1889

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[Working translation by Shawn P. Wilbur]

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