Federico Urales, “Sobre la Síntesis de Sebastián Faure” (1929)

No sabemos si nuestro muy querido amigo Sebastián Faure y cuantos han hablado de su síntesis anarquista, continuarán discutiendo el tema de la unión libertaria y el modo de efectuarla. Nosotros queríamos hablar de este mismo tema, discutido ya d asunto, no tanto para decir sobre él la última palabra, cuanto por la demora a que nos obliga el mucho trabajo; pero puesto que. ahora las circunstancias creadas por los reptiles que, por envidia y mala sangre, se dedican a la delación y a las delaciones falsas y profesionales, nos proporcionan un tiempo que antes no teníamos, trataremos el asunto, esté o no terminada su discusión por los que lo han planteado y discutido.

Las divergencias, las disputas, las querellas, las controversias y aun las riñas establecidas alrededor de nuestro caro ideal, obedecen a un estado de alma o de ánimo, para ser más materialista, que tiene muy poco que ver con las ideas.

No discutimos ni reñimos por sentir las ideas de diferente manera, sino por no tener de las ideas su moral.

Los ideales como el nuestro no nos dicen que hayamos de enfadamos con el que lo concibe de otro modo; al contrario, nos dicen que todo el mundo ha de respetar el ajeno sentir, sea como fuere. ¿Por qué, pues, las ideas nos han dividido? Porque no tenemos de las ideas su salud moral.

Aun las disputas entre los partidos políticos autoritarios, se comprenden. Ellos tienen un programa político y dentro de su programa han encerrado una verdad. Por su verdad y su programa pelean contra otra verdad y otro programa. Dentro de la monarquía, dentro de la república, dentro del socialismo, pueden crearse varios partidos que peleen entre sí, porque no han concebido la eterna evolución de las ideas o porque hay más personas que quieren vivir de las doctrinas de lo que permiten sus recursos económicos y políticos, dentro o fuera del Poder.

Pero en el ideal libertario, que no tiene frontera ni límites ; que no ha de dar vida más que a los que produzcan algo útil a la salud de la sociedad; que a nadie se ha de imponer un criterio contrario al suyo, las riñas y las divisiones son de orden moral y no de orden ideal.

La salud ética del anarquista ha de dar por resultado la tolerancia y la bondad. — Sin tolerancia no puede haber anarquía, porque no puede haber libertad ; sin bondad no puede haber el amor y el cariño necesarios para que todos nos estimemos individuos de una gran familia que ha establecido la libre concordancia.

Luego los que se pelean por entender de diferente manera el ideal, es que no tienen lo que nosotros llamaremos sus virtudes.

A todo buen amante de la libertad y a todo d que de la libertad tiene su sentido moral, no ha de importarle nada que haya anarquistas de diferentes tendencias ; lo que ha de importarle es que una tendencia quiera imponerse a la otra.

Cuantos quieren que por la amenaza o por la fuerza o por el número se imponga su modo de pensar, no saben lo que es anarquía y apenas si tienen un criterio racional.

Con buena voluntad no hay problema. Con tolerancia no hay problema. Con aplicar a las ideas y a los criterios ajenos todas las garantías que queremos para los nuestros, no hay problema. Considerando que nadie es infalible, porque nadie posee ni puede poseer la verdad porque en la eternidad de la especie humana hay muchas verdades y no hay una verdad, no puede existir problema.

De suerte que el problema de la Unión anarquista no está en la concepción que cada uno puede tener de. la sociedad futura, sino en las escasas dotes morales que cada uno posee para vivirla, escasas dotes que nos impiden considerar que el error lo mismo puede estar en la mente ajena que en la propia.

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Además, conviene poner en claro quienes son y quienes no son anarquistas. Aunque tal se llaman, no lo serán quienes estimen necesario un Poder, llámese como se llame, ni quienes, con sus actos, un Poder hagan necesario. Tampoco lo serán cuantos estimen que la anarquía ha de imponerse a golpes y cuantos piensan que, después de la revolución social, será menester un gobierno político o bien económico, que señale, guíe y organice. Estos, no tan sólo dejan de ser anarquistas, sino que no tienen del ideal un concepto aproximado.

Tan cierto es que se trata de una cuestión moral, que está más cerca de la anarquía y de sus prácticas el que, no llamándose libertario, es hombre de bien, que el que, llamándoselo, tiene vicios y es innoble en sus relaciones.

Para ser anarquistas hemos de continuar fomentando admiraciones: «Esto es propio de ángeles» decía ante la gente ignara, al explicársele el hombre y el ideal que queríamos poner sobre la tierra.

No es propio de ángeles: es propio de hombres que pueden ser mejores que los santos, pero es preciso que la gente nos estime santos por nuestras vidas para ser anarquistas, para poseer las virtudes del ideal y para propagarlo por medio de la conducta.

Será también preciso no olvidar, para ser anarquista, que la anarquía no es un ideal de fin, sino de principio. La anarquía no es la meta del ideal humano, sino que es el arranque de una humanidad que hasta aquel momento no tendrá conciencia de sí misma, que hasta aquel momento no se había encontrado.

Pensando así, tendremos una idea aproximada de nuestra humildad y de nuestro escaso saber mental y moral, comparados con los hombres, que empezarán a vivir cuando cada uno sea dueño de sí mismo.

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Siempre hemos dicho que la anarquía era el ejercicio de las autonomías hasta llegar a la del individuo. Hoy añadiremos que la anarquía es la reintegración del individuo a todas las libertades naturales, después de haber pasado por un reajuste de sus facultades.

La autonomía del individuo en la naturaleza, después de haber hecho una revisión moral de su origen.

Mas supongamos que nosotros estemos equivocados en nuestros juicios sobre el ideal y sobre el hombre. Los que quisieran sacarnos de nuestro error a la fuerza o combatiéndonos sañudamente, tendrían un concepto inquisitorial de la anarquía y por tanto no serian anarquistas. En cambio, como tales obrarán aquellos que, no creyendo opinar como nosotros opinamos, respetaran nuestro pensamiento.

Y es que los atavismos de la tiranía resurgen a través del tiempo, teniendo nombre diferente, pero siendo la misma tiranía.

En nuestro sentir, cuanto; estimen necesario un Estado, aunque sea con propósitos providenciales y paternales, como pretenden el Estado fascista y el Estado comunista, son conculcadores de derechos que a nombre de la providencia o de la salud de la patria se comen a sus hijos, cual Saturno y cual Moloch.

Cualesquiera que sean nuestras opiniones, si las encerramos dentro de un Poder serán, en el sentir de humanidades que tengan conciencia de si mismas opiniones prehistóricas ; para nosotros, pigmeos en esta gran fuerza cerebral que se halla inactiva en las mentes, son opiniones de derecho.

En cambio, según nosotros opinamos, son elementos de izquierda cuanto estiman que el hombre puede guiarse por su propio discernimiento, siéndole innecesarios, por su propia perfección moral, jueces y gobernantes.

Pero esta opinión nuestra sobre el sentido izquierdista, no puede armonizarse con la de aquellos que, creyendo que su concepción social es la mejor, quieren que los demás la compartan de buena o de mala gana.

De manera que antes de convencer al prójimo de que la anarquía es la mejor de las formas sociales, hemos de convencerles de que es la mejor de las formas sociales porque dentro de la libertad no quieren imponer ninguna. Sin esta condición la anarquía no existe y si existe en la mente de algún individuo es que este individuo está muy lejos de la concepción social libertaria.

De suerte, que para la unión anarquista lo que hace falta es considerar que todas las concepciones sobre la vida futura son posibles, menos aquellas que quieren imponerse a las demás.

Por otra parte, hay una relación entre la concepción del ideal y nuestros propios actos. Generalmente, el que no tiene una vida limpia moralmente, no tiene un concepto honrado del ideal.

A este, las ideas le servirán, para justificar su vida tortuosa o su vida apartada de la solidaridad humana. En ellos el ideal tendrá un carácter autoritario, impositivo, impropio de las ideas que dicen sustentar, como lo son sus actos. Por esto no es anarquista, no el que no dice no serlo, sino el que no armoniza la vida con las ideas; no las armoniza prácticamente aunque en vano intente armonizarlas teóricamente.

Si tenemos buena voluntad, si tenemos buena fe, si tenemos amor a las ideas y no somos quisquillosos, ni cascarrabias, ni narcisistas, la unión es un hecho. Si no tenemos aquellas virtudes, la unión no será un hecho, pero no seca porque aun no habrá anarquistas sobre la tierra, aunque haya muchos que anarquistas se llamen.

Federico URALES


La Revista Blanca 7 no. 142 2nd series (15 Abril 1929): 642-644.

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