La defensa del ideal
LIGERO INTROITO O DIGRESIÓN
A PESAR de que esta Revista tenga también su unidad moral, tienda también hacia una unión de esfuerzos, hacia un fin común y dentro de los enunciados principales de una misma idealidad, confieso que mis puntos de vista no hablan estado, hasta hoy, del todo de acuerdo con esta tendencia unitaria de la publicación.
Dije en el artículo del número anterior que ante tantas unidades morales le daban a uno ganas de proclamarse apóstol de la desunión. Después de estas palabras, las que preceden pueden parecer una rebusca de originalidad o una manifestación extemporánea de snobismo ideal.
Por temperamento no he podido nunca sentir la necesidad de la coordinación. Sé perfectamente que en la lucha a muerte entablada entre el capitalismo y el proletariado, entre la sociedad que muere y el mundo que nace, sin una unión de esfuerzos, sin una unidad moral de los individuos que aspiran a un mismo fin, seremos vencidos. Pero sé también que toda unidad, que toda coordinación exige, o mucha tolerancia, resultado de una elevación moral, a cuyo nivel aun no hemos llegado, o cierta esclavitud particular, cierta disciplina voluntaria del individuo, sus ideas y sus iniciativas, sacrificadas al interés común de la colectividad. Y como me conozco bien, como sé cuan insoportable me es toda sensación coercitiva, todo pensamiento disciplinado, toda meta señalada a mi espíritu y a mi actividad, como quiero elegir libremente mis compañías y prefiero mil veces la soledad a ciertos acompañamientos morales, de ahí que la tan cacareada unidad encontrase hasta ahora en mi un tibio defensor. Procuro, ante todo, ponerme de acuerdo conmigo misma y no me comprometo, por tanto, a nada que choque con mi manera personal de ser.
Pero, en realidad, mis particularidades nada tienen que ver y poco pesan en la balanza general. Por encima de ellas y fuera de ellas, yo misma puedo mirar los problemas y buscarles soluciones en las que, no obstante, no comprometo mi actitud. Aquello que es el bien de todos será, positivamente, mi propio bien. Mas con frecuencia he asumido actitudes y seguido caminos que de antemano sabía habían de ser una desgracia para mi. Al bien general he podido aportar, he aportado, aporto y aportaré todo mi esfuerzo, todo mi entusiasmo y toda mi voluntad. Pero me reservo la libertad de no aceptar para mi el bien, de escoger el mal y de luchar o de ser vencida por él. Sintetizando y sacando alguna idea clara de todo este conjunto de bizarras digresiones: el momento actual exige una unidad de acción, basada en lo que hay de común en cada tendencia ideal. Ello puede dar al anarquismo mucha de la fuerza que las luchas intestinas que siempre le han corroído, le restan. El bien general de cuantos profesamos la idealidad y el de la idealidad misma, exigen esa unidad. Yo soy, como anarquista, un defensor de ella. Pero, personalmente, como individuo, recabo la libertad ¡que tengo a no aceptar para mi un bien que para los otros deseo. No recabo ni el derecho al martirio ni el derecho al pataleo, que siempre han sido libres. Recabo únicamente el derecho personal a la franqueza o a la brutalidad, que ambas se confunden un tantico. Este derecho lo recabo, no para el presente, sino para el futuro, para ruando el momento llegue de dirimir, por encima de toda unidad, cuentas pendientes y que deberán ser liquidadas.
UNIONISMO Y FEDERALISMO
Será necesario que, como en el asunto de la Plataforma, pasemos revista a un ejemplo cercano de unionismo peligroso, sobre el que me permitiré sacar algunas consecuencias que pueden ser aplicadas a España.
En Francia hace ya tiempo apareció esa tendencia dichosa de la unidad. Aparte la unidad comunista, los anarquistas también fueron atraídos por las voces de sirena de la unión. ¿Cómo no? ¿Hay nada más encantador, más idílico que ese bello ideal de la unidad de esfuerzos, de la fraternidad, del cese de luchas fratricidas, que ese general abrazo de Vergara de todas las tendencias ácratas, que ese armisticio de las pequeñas hostilidades, que esa sordina puesta a las lenguas de los militantes de crítica y comadreo, que son ahora, peregrinamente, los únicos representantes visibles del anarquismo?
No más polémicas entre hermanos, no más tiquismiquis, no más diferencias sobre si, en la sociedad futura, los hombres vivirán cada uno sólito en una cueva o unidos en numerosísima familia. Paz absoluta, tolerancia mutua, abrazo mutuo, pacto tácito y colectivo de amistad. Y, una vez logrado ese fin dichoso, una vez todas las manos en contacto, coordinar una acción inteligente y, a la una, a las dos, a las tres, transformada la actual sociedad. Un buen golpe de mano, bien coordinado, bien organizado y henos en el Paraíso perdido. Los menos optimistas pensaban quizá, únicamente, en una renovación vital del anarquismo languideciente, en una nueva eflorescencia de la idealidad, cobrando fuerzas, preparándose y fortaleciéndose para oponerse a la futura guerra y convertirla en futura revolución social. Entre estos últimos contémonos nosotros, optimistas razonables, que no estamos más que a medias fuera de la realidad.
No obstante, todo este programa, tan útil, tan noble, tan defendido por todos, no se ha podido realizar. La más espantosa de las desuniones, el más horrible maremágnum ideal ha sido el resultado del parto, o aborto, de la unión. El recién nacido vino al mundo tan monstruoso, tan distinto de como era esperado y los resultados han sido tan fatales, que la fe en la unidad ha debido quebrantarse un poco.
Los que pasen la mirada por la prensa ácrata en Francia en la hora presente, podrán hacerse fácilmente cargo de lo que ha sido la unidad; bandera de que se han apoderado aquellos que quieren la unión que signifique subordinación ; la unión que signifique ahogo de toda independencia de criterio y de toda iniciativa particular ; la unión que signifique estancamiento de las ideas, sumisión a un criterio general, enmudecimiento de toda protesta, sacrificio de toda dignidad ideal en el altar de la conveniencia colectiva, del interés creado del fin común.
Frente a esta unión de que son usufructuarios los Plataformistas y portavoz «Le Libertaire», hase alzado la voz mesurada y noble de Sebastián Faure, con su «Síntesis anarquista» y con la «Voix Libertaire» por portavoz. Frente al unionismo rebañero, de ovejas dóciles y de pastores avisados, el federalismo anarquista, la constitución de una unidad moral que deje a cada individuo su independencia de criterio y a cada rama de la idealidad común sus aspiraciones, federándose, no uniéndose, en un común enunciado cuya síntesis es la «Synthése anarchiste» de Faure.
Esta síntesis ha abierto el camino hacia la constitución de una nueva y verdadera unidad : la Federación Anarquista Internacional, o sea, la federación de todos los anarquistas en una internacional libre que sintetice todas las tendencias ácratas y que sea la coordinación de todas las buenas voluntades reunidas y tendiendo a un fin común : la propaganda del ideal y la preparación en las conciencias del estado social y ético del futuro.
En apariencia, los fines son los mismos. Pero, ¡qué diferencia hay de la síntesis anarquista de Faure a la «Plataforma de organización de los anarquistas», aborto unionista que tiende a representar una perturbación o desviación del ideal!
En la «Síntesis» renace la tradición federalista de Europa, que nosotros, los anarquistas españoles, hijos espirituales de Bakunin y de Pi y Margall, debemos continuar. Federación significa pacto libre, entre hombres o entre colectividades. Unión significa soldamiento de individuos o comunidades, unidos para un fin común. Es lo mismo y muy distinto. La palabra federalismo conserva la independencia y la dignidad de las ideas y de los individuos. Federarse es solidarizarse, hermanarse libremente a no importa qué ni quién. Unirse significa agregarse, juntarse, fundirse, desaparecer individual y colectivamente en el conjunto reunido y casi siempre dirigido, que va hacia no importa qué.
Sutil y clarividente, ha percibido Sebastián Faure la diferencia al dar, con su «Síntesis anarquista», base ideal a la Federación Anarquista o unidad moral de los anarquistas federalistas, frente al Plataformismo impregnado de espíritu leniniano e inspirado, de lejos o de cerca, por ese enorme sacrificio de la dignidad individual humana, del hombre individualmente considerado, sometido al interés creado, al fin supremo de la revolución y a la característica de mesianismo clásico del hombre providencial, que el mundo conoce con el nombre de revolución rusa.
Frente a la Síntesis de Faure, los de la Plataforma se han levantado. No contentos con expulsar a Faure y a Lentente de la Unión Anarquista Francesa, con matar espiritualmente todo un movimiento, arremeten contra el viejo camarada, de gloriosa y larga historia, cuyas canas no inspiran respeto a ese grupo de buenos mozos, no atormentados por ninguna inquietud moral y en los cuales la idealidad adquiere espíritu de Ejército de Salvación o de Legión Extranjera. P
ara ellos la Síntesis anarquista «no es más que una farsa inventada para justificar una culpable actitud», como la califica «Le Libertaire». Sebastián Faure y los anarquistas federalistas que, como él, han defendido la tradición libertaria, son hombres atrasados, reaccionarios, fuera de las realidades presentes y que; no han hecho la famosa experiencia de la revolución, experiencia que hizo con provecho personal el desaprensivo Colomer y con hondo trastorno ético los apóstoles o aspirantes a hombres providenciales de la Plataforma.
No obstante, alrededor de la Síntesis anarquista deberemos irnos agrupando internacionalmente todos los anarquistas. Alrededor de la Síntesis anarquista, todos los que sen timos el ideal, todos los que lo aceptamos íntegramente, todos los que no estamos dispuestos a sacrificar a ningún interés creado la tradición independiente del anarquismo, todos los que aspiramos a la libre renovación y a volver las ideas anarquistas a su historia de abnegación y de libertad continua y militante, todos los viejos que han podido salvar sana e intacta su conciencia en esos grandes naufragios colectivos que se han llamado guerra mundial y revolución rusa, todos los jóvenes que hemos venido al mundo de las ideas puros de ese gran pecado moral del mundo de que todos los Jordanes no podrán purificar, en muchos años, a las ideas y a las costumbres de la época, iremos formando esa gran Federación Anarquista que conserve la pureza y la dignidad de las ideas y que de ellas lave y vaya expurgando, paulatina e insensiblemente, todas las manchas y los malos rebrotes.
LO QUE QUEDA EN LOS IDEALES
No es necesario que lo diga: El daño, tan general como general fué la causa, es pueril localizarlo. No son España, ni Francia, ni Italia, la cuna de la epidemia, que no somos nosotros solos a sufrir, pues lo nuestro no es más que manifestación esporádica de un mal universalmente esparcido.
Pero aquí como en Francia, las características son las mismas, hemos vivido los mismos períodos y pasado por las mismas pruebas. Hemos vivido diez años de desorden espiritual, de caos moral, durante los que han quebrado todos los valores y durante los cuales las ideas sólo han podido mantenerse puras gracias a grandes núcleos de anónimos, de almas fervorosas, cada día renovadas y enriquecidas. El sindicalismo, con el mal de sus grandes masas sin idealidades morales, impulsadas sólo por la jornada baja y el jornal más alto ; con sus líderes, que reproducían todas las maneras de los grandes caudillos políticos ; con el espíritu de rebaño que crearon los pastores que lo necesitaban para esquilmarlo; las desviaciones del anarquismo militante, que, si puro y digno en una gran mayoría anónima, cayó en lamentables extravíos en manos de una minoría militante, extravíos que no es ahora el momento de discutirlos, han producido en España un estado latente de conmoción, de lucha y de inestabilidad que a la postre podrían también matar un movimiento siempre persistente, continuado a prueba de persecuciones cruentas y de grandes calvarios del proletariado.
Se trata, pues, aquí como en todas partes, de ir a una federación anarquista, a una constitución de una unidad, de un pacto libre entre hermanos : entre todos cuantos acepten el anarquismo tal como lo concibieron Bakunin y Kropotkin, Reclus y Grave y Faure y Malatesta y Malato y Gille, tal como lo continúan los Nettau, los Rocker, los Fabbri, abierto a todas las manifestaciones del espíritu humano y susceptible de todas las renovaciones y aportaciones individuales, como ideal ilimitado y libre, que cada día se enriquece, que se revisiona continuamente, que no puede ni podrá ser jamás programa de partido.
Nuestro anarquismo es el anarquismo de los grandes hombres que lo amaron y lo avaloraron con su vida, de tal forma que ideal y existencia son una misma cosa ; nuestro anarquismo es el anarquismo que significó desinterés, abnegación, sacrificio, que se honró en la honradez de sus hombres y que alzó muy alta la bandera del espíritu humano, colocándose al frente de todo pensamiento y de toda causa justos. Nuestro anarquismo, nuestros anarquistas, aquellos a los que queremos unirnos voluntariamente, aquellos con quienes constituiremos la libre federación, el libre pacto de unidad moral, son los que dignifican el ideal con la dignidad de sus vidas y de sus pensamientos, con la bondad de sus almas y la nobleza de sus actitudes, con la elevación de sus pensamientos y su esfuerzo perseverante, que edifica piedra a piedra, y deja, al morir, la inmortalidad de una obra y de una vida que no mueren porque viven, exaltadas y puras, en todos los corazones y en todas las memorias.
El anarquismo, los anarquistas son estos, somos estos, sí, que entre ellos, con orgullo, con ímpetu, con dignidad y con razón puedo contarme, me contaré siempre.
¿Qué importa que otros, indignamente, quieran ostentar y usurpar sin derecho este nombre glorioso? ¿Qué importa que surjan, como en toda idealidad, los fariseos, los escribas, los sacerdotes, los Judas, los aprovechadores de la doctrina pura y los sapos que sobre ella escupen? En el acervo ideal, ¿qué es lo que queda? La obra y la vida de un Kropotkin, la vida y la obra de un Reclus. ¿De qué sé enriquece el ideal: de esputos sanguinolentos de tísicos morales, que quieren emponzoñar con su miseria orgánica toda obra y toda vida florecientes; matar toda salud moral y acabar con toda lozanía del pensamiento, o de la tranquila tenacidad de nuestros sabios, de nuestros militantes, de nuestros bravos anónimos, que escriben silenciosamente grandes epopeyas del ideal, la mayor parte desconocidas?
En el ideal queda lo bueno, lo noble, lo digno, lo sano, lo sereno, lo puro, lo generoso, lo abnegado, lo leal, lo que se cimenta sobre una ética libre y superior y sobre un concepto elevado y firme de la dignidad y de las ideas. Lo demás se esfuma, desaparece, muere, sin dejar herencia ni sucesión, que el odio y la envidia son estériles, como las tierras pedregosas, impotentes, como aquellos a los que se privó del don de crear.
No he terminado aún.
FEDERICA MONTSENY.
II
LA TRAGEDIA DE NUESTROS LUCHADORES
ANTES de continuar tratando el lema de la unidad moral de todos los anarquistas que aceptamos el anarquismo tal como lo han ido elaborando nuestros teóricos, quiero tratar una cuestión previa, sentando las bases de una posición ante el mundo y las realidades que nos impone la relación colectiva con los que comparten nuestras ideas. Estas realidades, por duras que sean, es necesario no ignorarlas y ha de ser contando con ellas como debemos afrontar todos los problemas.
El ideal necesitamos defenderlo no tan sólo de la persecución autoritaria, de la oposición del mundo, no tan sólo de esas influencias nefastas que pretenden desviarlo y perturbarlo, sino que también debemos defenderlo en el alma y en la vida de nuestros luchadores, de los que lo encarnan y en ellos se ha hecho vida y corazón humano.
Debemos defenderlo en ellos y debemos defenderlo precisamente de nosotros mismos : de nuestras ruindades, de nuestra estrechez de criterio, de nuestra inconsciencia y de ese mal entendido iconoclasticismo que arrincona por inútil todo cariño y todo respeto.
Quizá ha sido el anarquismo el único campo donde se han cometido esos grandes parricidios morales que algunas veces costaron la vida física de ciertos hombres.
¡Oh, nosotros no hemos pensado nunca en la responsabilidad que como hombres y como anarquistas nos incumbe cuando uno de esos asesinatos morales se perpetra! Sobre nuestra conciencia deberíamos llevar perennemente el peso de nuestra gran culpa : culpa de todos, sí, porque aquellos que no son culpables directos, son cómplices con su silencio en el crimen.
Las persecuciones de los poderes constituidos, los sufrimientos que nos deparan nuestras ideas, esta lucha entablada entre nosotros y la sociedad burguesa, en donde vamos dejando, internacionalmente, jirones de nuestra carne y trozos de nuestra alma, ¿qué son, comparados con la amargura, con el dolor moral, con el íntimo y trágico derrumbe de ilusiones que nos espera a medida que vamos en nuestro ambiente comprobando las bajezas, los egoísmos, las crueldades, las ferocidades que lo pueblan, que han ido agostando, poco a poco, tantas y tantas mentes?
El movimiento de cada país tiene en su haber una o varias de estas víctimas. Cada militante que haya vivido un poco, tiene tras si y sobre sí el peso abrumador de esta amargura ; abrumador, porque es inesperado ; abrumador, porque cae traidoramente sobre nuestra espalda y nos aplasta y amenaza destruirnos moralmente.
Nuestra buena y santa Teresa Claramunt me decía un día, con lágrimas en los ojos y en la voz, que los años de cárcel, que las persecuciones, que toda una vida de trabajo, no los había apenas sentido. Todo lo sobrellevaba alegremente, pensando que era lógico que la sociedad burguesa se defendiera, que era legítima la lucha, que era leal la acometida, que era voluntario y gozoso el sacrificio de toda su existencia. Pero lo que había acabado con ella, lo que había destrozado su pobre corazón y minado su salud antes poderosa, eran las luchas asesinas, los ataques que hieren por la espalda, la lenta muerte moral que va matando traidora y solapadamente, porque el arma viene de manos que se dicen hermanas, y asesina con la insidia, con el odio, con la calumnia, con la bajeza, con la ruindad.
El anarquismo internacional tendrá eternamente sobre sí dos responsabilidades colectivas : aquella que ha ido produciendo la retirada de tantos y tantos militantes que abandonaron la lucha, no por temor a las persecuciones gubernamentales, sino sin fuerzas ya para resistir al asco moral que de ellos se había apoderado ante las injusticias y las lacras de nuestros medios, ante el acoso de que eran víctimas, por demasiado inteligentes y activos, de parte de los eternos y universales envidiosos e incapaces. Así, de esta manera, ¡cuántos hombres hemos ido perdiendo! El doctor García Viñas, que dejó la lucha militante, aunque no el íntimo amor y fidelidad a las ideas, es un ejemplo palpable y elocuente.
Y acerca de las victimas que nosotros mismos hacemos, sobre su conciencia tendrá siempre el anarquismo americano la muerte de John Most, asesinado moralmente porque no pudo resistir a la injusticia, al crimen que contra él se cometió y murió a manos de los que le calumniaban, de los miserables a los que nada decía su vida de sacrificio constante, de continua lucha, para los que la «Freiheit», baluarte glorioso del anarquismo de habla alemana, no era otra cosa que un modo de vida de Most y su familia.
Recuerdo que leyendo «John Most : La vida de un rebelde», de Rodolfo Rocker, mis ojos se llenaron de lágrimas al llegar a la caria de la viuda de Most, en la que, humilde y patéticamente, cuenta la gran tragedia moral de su pobre compañero, una de las siluetas más puras y más esforzadas del anarquismo ; uno de los hombres que más sufrieron en la vida y uno de los casos, el de su fin y la «Freiheit», que más deshonran a los medios libertarios.
La otra responsabilidad es de gran envergadura y entraña uno de los problemas universales del anarquismo. Quizá en otro articulo intentaré desarrollarlo. En este me limito a señalar simplemente su existencia. Es este el problema de nuestros intelectuales, de los hombres que tienen la desgracia de haber cursado una carrera, de dedicarse a un ramo del arte o del saber humano, y son anarquistas.
¡Oh, el tema, cuan complejo es! Diré sólo que he acabado por echarme a reir cuando algún anarquista despotrica contra el mundo burgués, su materialismo egoísta y las injusticias sociales, citando el caso de un Camoens, muerto de hambre y frío ; de un Cervantes, subviniendo penosamente a sus necesidades ; de un Wagner o un Beethoven, luchando con la miseria ; de un Poe, escribiendo febril de hambre sus poemas desgarradores ; de un Balzac, terminando una obra mientras aporrean la puerta acreedores iracundos. Pero, ¿es que en nuestros medios se tiene derecho a echar nada en cara a la sociedad burguesa? ¿Es que no somos nosotros culpables de un crimen mil veces peor que el que comete un mundo que tiene por norma la lucha por la existencia; nosotros, que deseamos mejorar moral y materialmente la condición del hombre?
Otra vez y en otro artículo pienso desarrollar el tema, porque no es este el propósito que en el presente me mueve.
EL IDEAL Y NUESTROS HOMBRES
Nuestra idealidad no es, indudablemente, una aspiración reducida, encerrada dentro del cuadro de una capilla o de una secta. Nuestro ideal es un propósito y un pensamiento generosos que pensaron hombres, por cuya realización lucharon y luchan hombres y que deberán gozar los hombres.
No obstante, el ideal, como todas las manifestaciones de la actividad, material o moral, del ser humano, se encarna en figuras que lo representan, que a él van agregando sus aportaciones individuales, las lecciones de su experiencia y el enriquecimiento de la evolución de sus mentes. Son representantes del ideal, propagadores del ideal, hombres del ideal y además parte intrínseca del ideal mismo, puesto que el ideal se va formando, adquiriendo carácter, historia, literatura, personalidad en la vida del mundo, gracias a su! esfuerzo, a su trabajo, por reflejo e influjo de sus personas. El ideal no es una verdad transmitida de ningún dios ni anunciada por ningún profeta. El ideal es una serie de ideas y de propósitos elevados y generosos que se van soldando unos a otros, constituyendo un cuerpo de doctrina que tiene por base la libertad y la felicidad del hombre.
Y el ideal tiene, por tanto, no sus profetas ni sus sacerdotes, sino padres e hijos de ideas. Los padres de hoy, fueron hijos dé ayer; los hijos de ahora serán padres de mañana.
Hacia un padre, el más elemental de los sentimientos nos reclama ternura y respeto ; nos dice que, si hoy nos sostiene en la debilidad de nuestra infancia, mañana nosotros debemos sostenerle en su senilidad débil. ¿Es que nosotros hemos abrigado nunca este pensamiento con relación a nuestros hombres? ¿Es que hemos pensado nunca en que debíamos respeto y amor de hijos a aquellos que son padres de nuestras ideas?
Nos hemos declarado inconoclastas. Iconoclasticismo, ya se sabe lo que quiere decir : brutalidad, ausencia de todo pensamiento delicado, de todo espontáneo y cálido movimiento de alma que nos aproxime, no a los ídolos, que aquellos que valen verdaderamente jamás piensan en serlo, sino a los padres ; que nos haga premiar, con nuestro cariño y nuestro respeto, el don de vida moral que nos han ido haciendo.
El ideal, que es no tan sólo el cuerpo de doctrina, el conjunto de ideas pensadas, sino también la serie de hombres que a él han ido aportando sus pensamientos y sus especulaciones, sus estudios y su experiencia, debe ser igualmente defendido en el alma de estos hombres. Porque cuando una de estas almas es herida por una saeta escapada de nuestras manos, una base, una riqueza pasada, presente y futura del ideal recibe el golpe.
El ideal necesita nuestra vigilancia de centinelas y nuestra actividad de militantes y nuestra unión espontánea y libre y nuestro amor de padres y de hijos.
Defender el ideal no es sólo escribir un artículo, perorar en un mitin, unirse libremente, pasar meses en la cárcel, morir en el patíbulo o en la horca. Defender el ideal es limpiarlo, dentro de nosotros, de toda suciedad moral, separarlo de todo impuro contacto, darle todo lo mejor de nosotros mismos : nuestros amores, nuestras ilusiones, nuestras más profundas ternuras y aquellas delicadezas que sólo se tienen para las madres y para las amadas o amados.
Defender el ideal es comprenderlo y respetarlo en sus hombres, en aquellos que lo han ido construyendo, que nos han ido formando a nosotros, para que a nuestra vez formemos nuevos hombres y enriquezcamos el ideal nunca cerrado ni finito, cada día más amplio y que, como dijo Tarrida del Mármol, jamás llegará a realizarse, porque cada día será una cosa más grande y más alta, más ideal, es decir, más imposible de ser realizada.
Defender el ideal es confundirlo con nosotros mismos, vivirlo en nosotros, honrarlo en nosotros, alzarlo en nosotros, de modo que él y nosotros no seamos más que una misma cosa. Defender el ideal es limpiar nuestra mente de toda idea ruin y de todo pensamiento emponzoñado; es ser continuamente los mejores de cada época, contando con que en cada época los hombres se van mejorando.
Defender el ideal es todo esto, pero ¿es que habrá algún lector que no piense, como yo en este instante, que el desventurado que se proponga defender al ideal de esta suerte será victima ofrecida a la rapiña y a la crueldad de todos?
DEL IDEAL A LA REALIDAD
Un hombre que pensara así, ¡qué horrible suerte sería la suya! ¡Qué negro y corto porvenir le esperaría!
Es preciso, pues, descender, de un golpe, del terreno ideal a la realidad, de la cumbre a que habíamos logrado levantar nuestra mente, al llano en que nos debatimos.
Aquellos que más virginidad de alma aportaron a las ideas, que más llenos de fe y de ilusión vinieron a la lucha, han sido los que, eterna y universalmente, antes fueron quebrantados, antes cedieron y se aislaron, huyendo, horrorizados, de la realidad asesina.
Yo he tenido la fortuna inmensa de venir ya con el alma fuera de su corteza candida. Lo confieso sin rubor, aunque no sin tristeza : he carecido siempre de esa buena fe inicial que se va perdiendo a lo largo de los años. Me he conocido a mí misma v he sabido comprender que, fogosa y exaltada como soy, la muerte de una ilusión habría sido para mí la muerte total e irremediable. Me he salvado de ella, negándome a las ilusiones. Lo he dicho hablando muchas veces : para no tener ningún desengaño, que en mí habría sido cuestión de vida o muerte, no me he ilusionado nunca. Como aquellos que sufren del corazón huyen de las emociones, he huido yo de toda ilusión y de toda esperanza. Esto me ha salvado, me ha acorazado el corazón contra toda traidora sorpresa, me ha armado de serenidad y de un vago e íntimo desprecio.
Comprendo que es horrible e inmoral lo que estoy diciendo, pero más horrible c inmoral es vivirlo, y yo lo vivo. Lo vivo, y me atrevo a decir que es la única solución que resta para salvar el ideal en nosotros y ante el choque duro de las realidades.
Esos pobres hombres que murieron deshechos, destruidos moralmente : Bakunín, herido de muerte por aquella monstruosa trama que logró deshonrarle y para la que han sido precisos todo el cariño y la tenacidad de un Nettlau para desenredarla y restablecer la justicia y la verdad histórica ; esos militantes retirados, no por temor a las persecuciones, sino por los desengaños ; Most, no resistiendo a tanta calumnia y a tanta miseria contra él desencadenadas ; Grave, sufriendo las acometidas de toda una jauría mordiéndole las piernas ; Malatesta, acusado de cobarde por individuos que no están en Italia, que no tienen setenta y cuatro años y que no han demostrado ni demostrarán nunca el valor por Malatesta siempre probado ; estos pobres hombres y cuántos más que han ido muriendo un poco cada día, destruidos por los mismos que se llaman hermanos (!), han sufrido y sufren tanto, han podido morir de sufrimiento porque no supieron establecer la suficiente diferencia y la distancia bastante entre ellos y el mundo ; entre el ideal que estaba en ellos y era ellos, y la realidad que eran los otros, todos los otros.
A aquel que veo ingenuo, lleno de ilusiones, de optimismo y de buena fe desbordante, le sentencio de antemano a una deserción próxima. Pienso : este no durará mucho. ¡Pobre muchacho! Está desnudo, en un país helado y erizado de matorrales espinosos.
Debe haber una gradación especial, una construcción singular de alma, que nos deje intacto, en nosotros, guardado y amado, el ideal y las delicadezas, las virtudes y las bondades que él da y asimila. Que nos haga ser, individualmente, un trozo de ideal vivido en cada hora de nuestra vida, en cada acto nuestro honrado y demostrado. Y ante los otros, ideal también individualmente, realidad colectiva, ante todos los otros, un mundo provisto de todos los elementos morales necesarios para bastarse a sí mismo, para dar siempre de si mismo, pero para no esperar, jamás, nada de los otros.
Aquello que damos, nos alegra y nos fortalece moralmente. Aquello que recibimos nos humilla. Y cuando esperamos recibir algo y no recibimos nada, ¡cuan hondo y profundo el desencanto y penetrante la herida! Debemos, pues, pensar en dar siempre y no confiar nunca en recibir nada : ni apoyo, ni comprensión, ni respeto, ni cariño. Aquello que damos, no es nunca ni debe ser nunca agradecido. Cuando lo damos, es que pedemos darlo. La palabra sacrificio debemos desterrarla por vaga e inútil. El sacrificio es inmoral. Aquello que hacemos, es que podemos y queremos hacerlo. Es un goce de sensación distinta y su premio está en el propio goce.
De este modo nos defendemos de nosotros mismos, de los demás, amigos y enemigos, defendemos el ideal, que nos tendrá siempre, porque la realidad no podrá destruirlo en nosotros.
* * *
Una vez terminada esta nueva y larguísima digresión, volveré a tomar el tema, en un próximo artículo, donde lo dejé en el anterior.
FEDERICA MONTSENY
III
LA TENDENCIA HACIA LOS ORÍGENES
EN otra parte de este mismo número, reproducimos un artículo publicado en «La Protesta», de Buenos Aires, que trata de esa crisis universal del anarquismo, crisis de ideas y de individuos, cuya solución no se ve por parte alguna. No se ve la solución, porque aun son muchos los que se niegan a comprender la causa, los que no atinan con los motivos que nos han llevado a este problema internacional, a ese desquiciamiento que amenaza quebrantar las bases más firmes del anarquismo; pero que no las quebrantará.
En el mencionado articulo se habla de generaciones revolucionarias educadas por el fascismo. Es cierto. La palabra fascismo no debemos circunscribirla a un país, ni a la sota etimología de partido armado que logró apoderarse del Poder en Italia. El fascismo ha devenido ya un estado latente en la conciencia humana contemporánea. Buscar los orígenes de ese estado de ánimo, de esa posición ante la vida, reclamaría un estudio largo y profundísimo, perdido ya en los dominios de la psicología experimental y de la filosofía de la historia. Desde luego, no es la primera vez que semejantes fenómenos se dar en la vida humana. La cronología de los hechos históricos ofrece otras manifestaciones esporádicas de degeneración moral, de reacción y retroceso mental colectiva, abarcando todos los aspectos y todas las ideas de las apocas respectivas.
Cada hora tiene su mata, como cada estación sus flores, como cada edad sus problemas y sus inquietudes. Cada época tiene sus característica histórica y algunas veces la característica histórica de las épocas se resulte a lo largo de los siglos.
Así esa manifestación de fascismo internacional, del que forman parte el propio comunismo de Rusia y todas esas tendencias autoritarias que se pretenden introducir en el anarquismo y que se introdujeron en el sindicalismo, haciéndole adoptar esas maneras dictatoriales, de imperialismo y centralismo, en pugna con la tradición federalista, con las normas de organización inauguradas por la primera Federación Regional Obrera Española y que no eran más que reflejo fiel de los procedimientos orgánicos de la primera Internacional.
Una reacción paralela, como esta disfrazada de renovación y de innovación, fué la Reforma ; reacción contra el paganismo que renacía en Roma, contra la libertad de costumbres que la Iglesia, atacada de humanismo, permitía e impulsaba. Entonces como ahora, surgieron los hombres providenciales, los que quisieron salvar el mundo, los que, atrincherados tras a barrera eterna del fin supremo, continuaron la tradición de intolerancia y puritanismo de la religión cristiana.
Así Calvino y Lutero y Bokold, Calvino, figura siniestra, que sólo tiene su igual en la de Felipe II, fué la encarnación más terrible y odiosa del hombre providencial, del Lenín religioso, que, en aras de su respectivo fin supremo, esclavizó, sometió, torturó, mató sin piedad. La muerte de Servet, en sus manos, simboliza la lucha y la gran tragedia de todas las épocas en uno desús momentos: e espíritu de independencia, la personalidad humana encadenada, vencida, sometida momentáneamente a la fuerza monstruosa que arrastra tras de sí, como reacción química del atavismo, como consecuencia de la fuerza centrípeta del cuerpo social, todo aquel que tiende hacia los orígenes de la Humanidad. Lotero, hombre de buena fe, es d hombre providencial esclavo de su propio empeño salvador. En cuanto a Bokold es el gran tragi-cómico de esa tragi-comedía universal: es el comediante que representa bien su papel, que engaña y se nutre de la imbecilidad y la cobardía humanas: es et Mussolini de ayer.
Tras grandes sacudidas históricas, tras esfuerzos excesivos de] espíritu y Ja acción humanos, acostumbran a venir esas reacciones, esas degeneraciones del genio evolutivo de la humanidad. La Reforma siguió al Renacimiento. Tras un siglo XIX rico en hombres y en ideas, vino la guerra, catástrofe social que inauguró a una generación y a una era de reacciones, de tendencia hacia los orígenes de la Humanidad.
Es conveniente buscar, lejos las causas de esto que tenemos cerca de nosotros. Cuanto más empequeñecemos y reducimos un problema, tanto más nos apena y atormenta su existencia; si, por el contrario, lo sumamos al conjunto, lo vemos en sus medidas exactas ; simple chispa, esquejo o salpicón de algo históricamente lógico y actualmente universal, establecemos las naturales dimensiones y somos capaces de encontrar, si no la solución, tanto más difícil cuanto más complejo es, por lo menos la suficiente serenidad para no dejamos llevar del pesimismo, para recobrar la calma y no abandonamos a esas desesperaciones pueriles que han hecho equivocarse a tantos sabios.
LA ENCRUCIJADA EN QUE NOS HALLAMOS
Es este uno de los grandes momentos críticos ; la Humanidad vive una hora de reacción, de tendencia hacia sus orígenes. Todos los instintos primitivos, las ideas primarias del hombre, reaparecen y se manifiestan obscuramente, como vemos revivir, en los nietos, los gestos, las facciones, los caracteres, los defectos y las enfermedades de los abuelos. A veces la revivencia se retrotrae y se remonta a algunos siglos.
La Humanidad evoluciona a saltos: dos hacia adelante, uno hacia-atrás. De aquello que ganamos en los dos saltos hacia delante, dejamos una parte en el salto hacia atrás. Y fijémonos bien : cuando adelantamos en un orden de conocimientos y de actividades humanas, no adelantamos en otro. El siglo pasado fué siglo de ejercicio, de adelanto del pensamiento. Este siglo es siglo de avance mecánico: Las ciencias aricadas progresan ; se realizan todas las maravillas de la electricidad, todos los prodigios del aire; todas las epopeyas de la onda y del átomo, captados y utilizados es beneficio del animal humano.
Las ciencias morales, el cultivo del pensamiento, la especulación filosófica, permanecen estancadas. Nos limitamos a repetir la historia, a manosear las teorías, a darles vueltas, a desquiciarlas y a bracear en el mundo del empirismo filosófico, resucitando posiciones y actualizando tendencias muertas. Se ha interrumpido el ascenso moral, lógico y paulatino ; sólo, como consecuencia de algo universalmente sentido, de una formidable eclosión, hasta ahora contenida y ahora desbordada, hemos avanzado en el terreno de los problemas sexuales, que hoy se debaten, cuando menos, aunque no hayan hallado la solución adecuada.
En los otros aspectos del pensamiento humano, podemos decir que nos hallamos en una encrucijada, detenidos en el cruce de múltiples caminos: no avanzamos, indecisos, no sabiendo por cuál tomar, Y en la indecisión nos asaltan todas las dudas, todos los sobresaltos, todos los temores ancestrales : renacen en nosotros, en el reposo, en la obscuridad de una noche moral humana, las obscuras humanidades de nuestros antepasados, los temores pueriles de una existencia primaria. Y son ellos los que hacen renacer la mentalidad de rebaño, el movimiento instintivo de acoplamiento, de reunión, de subconsciente gregarismo de los tropeles primitivos, de las hordas agrupadas para la defensa y el ataque.
Y es, en este momento, cuando surgen los pastores, los hombres providenciales; las aspiraciones rudimentarias en las masas retrotraídas al primitivismo, la característica mesiánica en los eternos conductores, jefes de tribu en la antehistoria de las sociedades, sacerdotes ayer, héroes más tarde, caudillos militares luego, caudillos políticos u obreros en este hoy que se extiende dentro de un ciclo de 50 años.
¿Cómo era posible que el anarquismo no sufriese también de esa parada, de los íntimos asaltos ancestrales consiguientes a ella, de los efectos que todo eso trae aparejados, si el anarquismo forma parte de la especie humana, si está sujeto a todas las variaciones y reacciones y revoluciones inherentes al hombre y sus sociedades?
Los ha sufrido y los sufre, los sufrirá por algún tiempo. Y que reconozcamos el mal, y la apreciamos y lo cataloguemos, no quiere decir que nos sometamos a ésa especie de fatalismo filosófico. No es posible ni conveniente adoptar esa posición de no resistencia al mal. Al mal debemos resistirlo. Oponernos a su avance y aunar todas esas fuerzas que hayan podido ser salvadas; todas esas voluntades y todos esos pensamientos que, universal y eternamente, han podido, pueden y podrán salvarse de esa fatal, repetida y sucesiva tendencia hacia los orígenes. Todas esas individualidades que han sido flores de los inviernos humanos y que han simbolizado a la personalidad, a la independencia y al genio evolutivo de la especie, si un día muerto en uno o en cien hombres, siempre, como perenne Fénix, en uno y en cien hombres renacido de sus cenizas, prolongado, superpuesto, reencarnado espiritualmente de tal forma que no ha dejado, no deja ni dejará de existir un solo instante.
LA TRADICIÓN DE LA INDEPENDENCIA
Formaremos, naturalmente, minoría. Seremos, naturalmente, los menos y nos esperarán días y luchas cruentísimas. Deberemos oponernos, con la sola barricada de nuestros pechos, con la única fuerza de nuestra personalidad y de la justicia y el derecho que nos asisten, a la acometida universal de los rebaños, dirigidos por los pastores que, eterna y universalmente, han sido los enemigos naturales, los polos opuestos de los hombres independientes. Deberemos sostenernos pacientemente en nuestro sitio, en la defensa desesperada de nuestras posiciones, del ideal que asimilamos y soldamos a nuestra vida, del ideal en el que pusimos la razón de nuestra existencia y al que convertimos en objetivo y meta de ella. Y, en él, sin desmayo, con estoicismo y dispuestos a esperarlo todo, a resistir todos los males imaginables, aguardar los refuerzos que vendrán luego, que saldrán de estos mismos rebaños contemporáneos, de estas mismas generaciones educadas por el fascismo, pero en cuyos hijos renacerá la estirpe humana de los abuelos, de los que escribieron las epopeyas revolucionarias del siglo pasado, de los que exaltaron al espíritu humano en el romanticismo y murieron sacrificados en la pira de las libertades del pueblo.
Pero como la vida no habrá pasado en vano, como no existen ni se dan dos cosas exactamente iguales, será también distinto el proceso, lo viviremos de distinta forma. y será también otra la idealidad de estas generaciones nonnatas, que habrán sufrido nuevas experiencias, que vendrán a la vida dejando tras si y trayendo con ellas muchas inquietudes y muy hondos problemas.
Nuestro propio anarquismo será otro. Será otro y el mismo, pues es sólo a esta admirable prerrogativa de evolución y renovación, de aportación y ampliamiento, a lo que debe el ideal ácrata sus condiciones de eternidad. En él hay un margen ilimitado para el progreso y la formación del hombre. No es únicamente su futurismo contemporáneo lo que garantiza a las ¡deas libertarias el dominio del porvenir. Es toda su característica de amplitud sin límites, de meta infinita, de visión perdida en el océano del mañana, sin frontera alguna, sin norma ni coto alguno.
Y es precisamente todo esto, también, lo que más indefenso lo deja ante los asaltos actuales. Por lo mismo que no tiene límite, ni están delineados sus terrenos, ni nadie puede otorgar patentes de anarquismo, mejor pueden introducirse en él de contrabando las perturbaciones, las perversiones, los elementos extraños, las tendencias hacia los orígenes que amenazan detener su curso de ascenso natural y paulatino.
Mas puede haber una contraseña que nos reconozca a todos los buenos, una palabra cabalística, un gesto universal que nos indique cuáles son los que han aportado al anarquismo el enriquecimiento de sus vidas y de sus ideas, y cuáles los que no van impulsados por otro fin que sus destinos propios, los que no han podido salvarse del aire de la época; los que, también en el anarquismo, están educados por el fascismo.
Por esto dije que alrededor de la a «Síntesis anarquista» deberíamos irnos agrupando internacionalmente todos los anarquistas: todos aquellos que aceptamos, en líneas generales, aquellas bases sobre que se asienta la idealidad, para lanzarse, desde ellas, hacia todas las audacias del pensamiento y las valentías de la acción. El anarquismo tiene sentados unos principios primordiales, de donde arranca la idealidad y que universalmente aceptamos: la desaparición del Estado, la implantación de una sociedad sin gobierno, la independencia del individuo, la libertad del pensamiento, la igualdad sote la vida, la pugna por establecer un orden social que asegure el libre desenvolvimiento de todos los seres.
Todo esto no puede ni debe ser modificado. Aportemos, cada uno, aquellas innovaciones y aquellos enriquecimientos que estén en nosotros, pero que sean, todos ellos, más avanzados que las bases primarias de la idealidad. Y no vale presentar como nuevas ideas viejas ; pasamos de contrabando productos averiados, pintarnos de nuevo, como hacen los chalanes, burros ideales desdentados y despelados. No vale jugar a los vocablos y al escondite con las ideas ; malabarear con los conceptos y cultivar el sofisma y la redundancia.
Nuestras ideas son claras, definidas y terminantes. Tienen una historia, una literatura, una riqueza en vidas incalculable. Son tan meridianas que todo en ellas se transparenta. No caben, pues, ni velos ni aguas turbias.
Y como todos los campos son libres, y están abiertas todas las puertas, en ellas y de ellas se sale y se entra con facilidad increíble. No es necesario, pues, que nadie haga las ideas a su imagen y semejanza, si no tiene bastantes virtudes para hacerse a imagen y semejanza de ellas. El mundo es amplísimo y en esa encrucijada en que nos hallamos son múltiples los caminos que se ofrecen para atraer los rebaños, confusos y desorientados, que en la rotonda se agolpan. Que sigan, aquellos que tienen aspiraciones de pastores, aquellos que tienen decidida vocación para ser esquilmados, las rutas por donde podrán transitar fácilmente los segundos tras los primeros.
Pero los que conservamos la dignidad de nosotros mismos, los que queremos continuar la tradición de independencia del espíritu humano, los que nos hemos salvado de esa educación fascista; los que tenemos el amor, la voluntad y la obstinación del ideal, estos, donde siempre estuvieron, eterna y universalmente, los que, frente a la tendencia hacia los orígenes, fuerza centrípeta del cuerpo social, opusieron la fuerza centrífuga, la tendencia hacia el superior destino, que nos impulsa y nos dirige hacia el porvenir.
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Estos artículos siguen coordinación escasa. No obstante, algo les va ligando unos a otros y acabará de soldarlos cuando dé por bastante desarrollado el tema, ofreciéndolo a la mejor pericia y más profunda inteligencia de los que lo hayan visto de otra suerte o acierten a suplir todas mis deficiencias.
FEDERICA MONTSENY
La Revista Blanca 7 no. 134 2nd series (15 Diciembre 1928): 389-393.
La Revista Blanca 7 no. 135 2nd series (1 Enero 1929): 422-426.
La Revista Blanca 7 no. 136 2nd series (15 Enero 1929): 458-461.